Se han documentado manifestaciones contra la tauromaquia desde hace 500 años y varios estudios indagan en este costado más desconocido de la historia: «Ya sea desde la moral o desde la compasión con el animal, hay sectores desde el minuto uno que no aceptan el espectáculo», dice un historiador
Uno de cada cinco municipios gasta dinero público en festejos con toros
La oposición a los toros es tan antigua como el propio espectáculo. “Consustancial” a su existencia, coinciden varios historiadores consultados. Las primeras acciones antitaurinas se remontan a hace 500 años, aunque los argumentos se han ido moldeando con el paso del tiempo: del “espectáculo del demonio” sobre el que basó el clero la prohibición pionera de 1567 al ataque contra los derechos de los animales reconocidos hoy, pasando por el atraso y la pérdida de tiempo que para los ilustrados –el primer bloque antitaurino de personas influyentes en la historia– era el festejo.
Varios libros recientes han indagado en este costado de la historia, como Taurinismo/Antitaurinismo (Cátedra), escrito por la profesora de Historia del Derecho de la UNED Beatriz Badorrey en 2022 o Pan y Toros (Plaza y Valdés Editores), del periodista y profesor Juan Ignacio Codina; mientras que las propias Reales Maestranzas incluyen en sus exposiciones esta realidad más desconocida en un país donde la tauromaquia se sostiene sobre la idea de la “tradición”. En la de Ronda puede leerse lo siguiente en una de las cartelas explicativas para el público: “De los tres argumentos utilizados [contra los toros], los de orden religioso y moral, los de orden económico y los que tienen relación con el sufrimiento de los animales, solo prevalece el último”.
“Ya sea desde la moral o desde la compasión con el animal, hay sectores desde el primer minuto que no aceptan el espectáculo”, explica José Marchena Domínguez, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Cádiz. Los documentos más antiguos que acreditan la existencia de la lidia de toros datan del siglo IX, dice la profesora Badorrey en conversación con elDiario.es. Entonces era “un toreo a caballo, una lidia que sirve como entrenamiento militar”. Las primeras críticas, al menos las documentadas, aparecen poco después, en el siglo XIII dentro de las Partidas de Alfonso X donde se reprenden algunas conductas al identificarse con los antiguos gladiadores, repasa la profesora de la UNED.
Dos prohibiciones
Sin embargo, es la Iglesia ni más ni menos quien ejecuta la decisión más temprana y contundente contra los toros. Ocurre tres siglos más tarde, en 1567, en la bula de Salute Gregis Dominic firmada por el Papa Pío –un notable inquisidor–, donde se establece la prohibición de los toros y se amenaza con la excomunión a quien acuda.
Dice así: “Queriendo abolir estos espectáculos cruentos y vergonzosos, no de hombres sino del demonio, y proveer a la salvación de las almas en la medida de nuestras posibilidades con la ayuda de Dios, prohibimos terminantemente por esta nuestra constitución, que estará vigente perpetuamente, bajo pena de excomunión y de anatema en que se incurrirá por el hecho mismo Ipso facto”. “No se aceptaba que espectáculos tan agresivos y violentos fueran vistos por los creyentes porque a la postre acabaría por degenerar los valores morales y cristianos”, analiza Marchena Domínguez. El papa Pío V apela “a un argumento humanista y también moral”. “Los clérigos no tienen que estar en los toros sino rezando. La idea es que ni beban ni vayan a tabernas ni a ver las lidias”, añade Badorrey.
Los clérigos no tienen que estar en los toros sino rezando. La idea es que ni beban ni vayan a tabernas ni a ver las lidias
Pero la primera prohibición específicamente en España –y no solo para los cristianos– llegó con Carlos IV. Heredó una política hostil con los toros de su padre Carlos III, quien ya había intentado limitarlos empujado por los ilustrados, e impidió las fiestas de toros y novillos de muerte en 1805 en todo el Reino, “sin excepción de la corte”. Este es el literal de la real cédula de 10 de febrero de 1805, firmada en Aranjuez: “He tenido á bien prohibir absolutamente en todo el Reyno, sin excepcion de la Corte, las fiestas de toros y novillos de muerte; mandando, no se admita recurso ni representación sobre este particular: y que los que tuvieren concesion perpetua ó temporal con destino público de sus productos útil o piadoso, propongan arbitrios equivalentes al mi Consejo, quien me los haga presentes para mi Soberana resolución (sic)”.
“Los ilustrados forman el primer bloque influyente y sólido contra los toros porque consideran que son inútiles al progreso. Tanto, que convencen a los reyes. Primero a Carlos III y después a su hijo”, sostiene Badorrey. El ministro Gaspar de Jovellanos se prodigó públicamente con una memoria entregada a la Real Academia de la Historia sobre juegos, espectáculos y diversiones públicas en la que afirmaba que “creer que el arrojo y destreza de una docena de hombres criados en este oficio” se puedan presentar a Europa “como un argumento de valor y bizarría española es un absurdo”. Los ilustrados detractores abandonaron los argumentos humanistas de la Iglesia para cambiarlos por otros más utilitaristas: aluden al efecto desastroso en el absentismo laboral, al perjuicio que en la agricultura provoca la cría de toros y a la reputación nacional de España. “Piensan que no aporta nada ni a la cultura ni a la modernización, pero no desde la parte religiosa”, afina Marchena Domínguez.
Unos años antes, en 1796, se había difundido un folleto clandestino y anónimo que se hizo muy popular llamado Pan y Toros, que incluía frases como esta: “¿Quién acostumbrado a sangre fría a ver a un hombre volado entre las astas de un toro, abierto en canal de una cornada, derramando las tripas, y regando la plaza con su sangre? […]”. Durante años se atribuyó erróneamente a Jovellanos, aunque después se confirmó como autor al pensador y escritor León de Arroyal, según queda recogido en Otra Historia de la Tauromaquia: toros, derecho y sociedad (1235-1854), un exhaustivo trabajo que estudia la evolución de la normativa sobre los toros a partir de fueros, pregones, ordenanzas y acuerdos municipales desde el siglo XIII.
¿Quién acostumbrado a sangre fría a ver a un hombre volado entre las astas de un toro, abierto en canal de una cornada, derramando las tripas, y regando la plaza con su sangre?
La corriente ilustrada también contó con algún taurino en sus filas como Antonio Campmany, quien en 1813 protagonizó un debate encendido en las Cortes de Cádiz a favor de la tauromaquia tras una solicitud para abolir las corridas y las novilladas. La discusión se produjo a raíz de un “grave incidente” en la plaza de toros de la Caleta el 25 de abril de aquel año y fue promovida, a través de una proposición, por el sacerdote y diputado Simón López, conocido por su aversión a los espectáculos taurinos y también al teatro (consideraba ambos pecado mortal). Fracasó y, aunque hubo otros intentos, ninguno fructificó. La prohibición hacía aguas.
Tras la Guerra de la Independencia, aunque persistían las restricciones eran “letra muerta” en la práctica. De hecho, la propia Constitución de Cádiz se celebró en muchos lugares con festejos taurinos“, asegura Badorrey en Otra Historia de la Tauromaquia: toros, derecho y sociedad (1235-1854). Además, ya en las primeras décadas del siglo XIX los toros empiezan a ser un negocio. Quedan en manos de empresarios y dejan de ser gratuitos para cobrarse una entrada.
Un cambio de enfoque: pensar en el animal
En todos estos siglos la compasión por los animales queda al margen de la ecuación. El argumentario basado en derechos apenas se remonta a dos siglos atrás y se ubica en un momento muy concreto: el nacimiento de las Sociedades Protectoras de Animales. “Entonces el enfoque pasa de pensar en el espectador, como todos los siglos anteriores con diferentes argumentos, a pensar en el animal y en su sufrimiento”, resume Marchena Domínguez.
La presidencia de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Madrid. En la foto: Gabriel Maura,
Enma Ptaff y Prast, durante la celebración de una junta general.
La primera de estas sociedades se creó en 1824 en Londres y posteriormente surgieron otras en Europa. España vio nacer la suya propia en 1872 en Cádiz; después en Madrid –con sede en la calle Valverde–, en Sevilla y en Barcelona. “Se hacían folletos, escritos y certámenes para premiar composiciones literarias con corte animalista. La pedagogía estaba muy presente. Querían educar en valores proteccionistas a los más pequeños”, desarrolla el historiador de la Universidad de Cádiz.
Seres inferiores [cuya portada puede verse en la foto] era un libro de lecturas para niños con 35 pequeñas historias que potenciaban los valores de protección y respeto a los animales. Las fábulas cuentan historias de “perros salvadores de náufragos o infalibles lazarillos”. En los cuentos los seres humanos dominaban la naturaleza “pero disponían de ella con respeto y amor”, afirma una obra conjunta, Los animales en la historia y en la cultura, coordinada por Arturo Morgado García y José Joaquín Rodríguez Moreno.
León Quederriba fue, según Marchena Domínguez, uno de los “adalides de la filosofía proteccionista en Cádiz”. En Memorial en favor de los caballos picadores cuestiona el sanguinario espectáculo, la agonía y la muerte de un buen número de caballos en cada corrida y propone proteger a los animales con un peto que les cubriera el pecho y el vientre para hacer menos sangriento el espectáculo.
Ilustración incluida en el ‘Memorial en favor de los caballos de los picadores’, de León Quederriba.
En los años veinte del siglo XX, finalmente se establece como obligatorio el complemento protector. Hasta el momento, en cada corrida entre 15 y 20 caballos podían terminaban malheridos. “Los metían dentro y los intentaban coser pero se pueden ver a caballos a lo largo del coso tirados mientras sigue la corrida. Entonces determinados sectores taurinos intentan buscar una solución”, detalla Marchena Domínguez. Los documentos de la época acreditan que a los viajeros ingleses les apasionan los caballos pero se escandalizan con los daños que sufren.
La labor de los proteccionistas fue intensa pero duró poco, según los historiadores. España vive entonces una especie de Edad de Plata de la tauromaquia y el torero se convierte en un ídolo de masas. Un héroe popular. En medio de este ambiente y con las dificultades lógicas de ir en contra de una fiesta cada vez más popular, sin embargo se siguieron dando algunos pasos adelante. En 1924, se creó la federación ibérica de sociedades protectoras de animales y plantas que permitió el trabajo conjunto de España y Portugal en plena dictadura de Primo de Rivera.
Después, en la Guerra Civil, “todo se corta al ras, desaparece al menos hasta los primeros años de desarrollismo económico”, asegura Marchena Domínguez. Hasta que en 1997 se produce un acontecimiento muy importante: la Declaración de los Derechos de los Animales. Lo siguiente es historia reciente conocida. Dos décadas después, Catalunya se alza con la iniciativa pionera de prohibir las corridas entre una grandísima polémica. Era el año 2010. Para los estudiosos y estudiosas de la historia, es el último gran hito contra la tauromaquia que quedará recogido en los libros. Como una reacción a esa prohibición, los toros fueron declarados Patrimonio Cultural Inmaterial de España con el único apoyo del Partido Popular tras una Iniciativa Legislativa Popular que recogió 600.000 firmas.
Mientras, la asistencia a espectáculos languidece en el resto de España sin que exista una normativa que los prohíba. La catalana fue tumbada en 2016 por el Tribunal Constitucional pero hoy las corridas son inexistentes. En todo el territorio español se celebraron 412 festejos en 2022, un 26,5% menos que una década antes. Sin embargo, el uso de reses en las fiestas populares de los pueblos se da todavía en el 22% de los municipios españoles, según una investigación de la organización AnimaNaturalis junto a CAS Internacional.