‘Los seis de Dobarganes’: los vecinos que en los años 80 construyeron un embalse para salvar a su pueblo de la ruina

Esta semana ha fallecido a los 92 años Gonzalo Gómez, el último de los vecinos que emprendió la histórica gesta para acabar con la sequía que agotaba el pasto del ganado, trabajando con sus propias manos para librar la primera batalla contra la despoblación en las montañas de Liébana

El municipio cántabro de Vega de Liébana enterró el segundo día de septiembre a Gonzalo Gómez. Con el luto desaparece a los 92 años el último protagonista de la hazaña de ‘Los seis de Dobarganes’, un grupo de vecinos que, en los años 80, hartos del subdesarrollo en el que vivían decidieron hacer un embalse en su pueblo, que pagaron y construyeron ellos mismos, para no morirse de hambre y dar de beber a sus vacas.

Hoy, el embalse de La Tejera, de 70.000 metros cúbicos, ya solo se utiliza para que el helicóptero de Protección Civil coja agua cuando necesita apagar incendios. En Dobarganes apenas quedan 16 habitantes permanentes y algunos más censados que solo lo frecuentan ocasionalmente. Solo dos son ganaderos y entre ambos no superan el medio centenar de vacas.

Sin embargo, hace cuatro décadas había un centenar de habitantes, al menos tres niños en todas las casas y 230 cabezas de ganado entre vacas y ovejas a las que no podían dar de beber ni de comer, porque la sequía agotaba el pasto. Entonces unos vecinos, que no conocían más medio de vida que plantar la tierra y criar a su ganado, libraron la primera batalla contra la despoblación y resucitaron durante algún tiempo el pulso y la esperanza en el pueblo.

La vida no es fácil a casi 1.000 metros de altitud en esta geografía lebaniega a la sombra de los Picos de Europa. Mucho menos hace cuatro décadas, con muchas de las necesidades básicas sin cubrir. El invierno duraba cinco meses y las nevadas intensas aislaban el pueblo durante semanas. En Dobarganes nieva mucho pero llueve muy poco. El agua del deshielo corría montaña abajo desperdiciándose desde el Pico Jano y cuando llegaba el verano los vecinos, los animales y la propia tierra tenían sed. Las vacas del pueblo podían producir 300 litros de leche al día pero al llegar el calor la hierba seca y la ausencia de lluvia reducía considerablemente el ordeño en todas las cuadras.

Las dificultades de un territorio hostil iban más allá. Si un vecino se ponía enfermo había que bajarle ‘a cuchus’ –a hombros– o en parihuelas porque no había carretera, solo un camino ‘pindio’ –empinado– y enroscado de piedras y barro. Así que nunca se había visto un coche en el pueblo, que tampoco tenía calles asfaltadas ni alumbrado. Las mujeres que se ponían de parto tenían que hacer andando el camino por su propio pie.

Agua para sobrevivir

Dobarganes había estado habitado desde siempre por ocho familias. Dos de ellas ya habían emigrado hacía tiempo para huir de la miseria. En 1980 las otras seis que quedaban llegaron a un acuerdo histórico. Los ‘cabezas de familia’ decidieron construir un embalse: necesitaban agua para combatir la sequía, poder plantar más alfalfa con la que alimentar más animales que a su vez diesen más leche. El objetivo era pasar de 300 a 1.000 litros diarios. Estos son los nombres de los protagonistas de aquella decisión: Gumensindo Dobarganes, Miguel Alonso, Manuel Gutiérrez, Marino Torre, Juan Matías Gómez Cabezas y el recientemente fallecido Gonzalo Gómez. ‘Los seis de Dobarganes’, como se les conoció desde entonces.

El Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario, conocido por las siglas IRYDA, que pasó a formar parte de lo que hoy es el organismo público Parques Naturales, estaba realizando algunas obras por la zona de Liébana. Los de Dobarganes pidieron ayuda a los ingenieros sobre la posibilidad de construir un embalse a 1.500 metros de altura para regar más de 300 hectáreas. No les pareció una barbaridad y decidieron echarles una mano con apoyo técnico y económico.

Los estudios geológicos aconsejaron olvidarse del hormigón, por las características del terreno, y finalmente se emplearon 15.000 toneladas de arcilla compactada para una presa de 70 metros de altura y 40 de base. Costó a sus promotores 3 millones de las antiguas pesetas más las ayudas y subvenciones oficiales. ‘Los seis de Dobarganes’ aportaron el dinero aunque sus economías eran bastante modestas.

El trabajo de la presa no fue el único que acometieron. Para que pudieran subir las máquinas excavadoras los vecinos empezaron a abrir una carretera que les comunicase con el mundo. Una vía de dos kilómetros y medio hasta la Nacional 621 que después finalizó y mejoró la obra pública. También decidieron arreglar el pueblo. Aquellas seis familias trabajaron juntas: pavimentando las calles que eran un lodazal, impulsando la electrificación, la red de saneamiento, la instalación del teléfono y construyendo varios abrevaderos para el ganado.

El actual alcalde regionalista de Vega de Liébana es hijo de Miguel Alonso, uno de ‘Los seis de Dobarganes’. Tenía 14 años cuando se hizo el embalse. Era uno de aquellos chiquillos por cuyo futuro estaban luchando aquellas familias, para que no tuviese que emigrar. “Llegábamos de estudiar y los fines de semana trabajábamos. Lo mismo levantábamos un muro, que compactábamos tierra en el pantano o nos ponían a dar paso al camión y a las excavadoras. Todos los vecinos trabajábamos en las obras del pueblo”, recuerda Goyo Alonso. Dobarganes tenía entonces un centenar de habitantes. Hoy, el alcalde recita los nombres de todos en voz alta y cuenta que solo quedan 16 y algunos más que solo pasan algunas temporadas.

Llegábamos de estudiar y los fines de semana trabajábamos. Lo mismo levantábamos un muro, que compactábamos tierra en el pantano o nos ponían a dar paso al camión y a las excavadoras. Todos los vecinos trabajábamos en las obras del pueblo

Goyo Alonso
Alcalde de Vega de Liébana

La inauguración del embalse se celebró un domingo de noviembre de 1981 con una fiesta. La prensa de la época da cuenta de ello. Se cerró la compuerta de la presa con gran solemnidad y emoción. Antes de la comida, el párroco del municipio celebró una misa campera y a continuación organizaron una comida al aire libre. Las seis familias del pueblo invitaron a los ingenieros del IRYDA que tanto les habían ayudado. Fue un acontecimiento histórico que todavía se recuerda con orgullo en el pueblo. Un ejemplo de colaboración, consenso y trabajo en común.

El esfuerzo mereció la pena. Una gran tubería general bajaba el agua desde la presa al pueblo y un sistema de aspersión regaba una superficie de 300 hectáreas. Por primera vez sonó la bocina del pescadero en el centro de Dobarganes y los vecinos podían salir a la plaza para comprar truchas y sardinas. Se recolectaban varias cosechas de alfalfa que alimentaban cada vez más cabezas de ganado. La hazaña fue reconocida en 1982 con el premio de la Feria Técnica Internacional de Maquinaria Agrícola de Zaragoza: Dobarganes ganó el Concurso Nacional de mejoras de desarrollo comunitario.


Estado actual del embalse de La Tejera, donde son habituales las rutas senderistas.

Más de cuatro décadas después parece que el embalse no consiguió salvar el destino del pueblo que, hoy en día, agoniza entre buenos propósitos e insignificantes iniciativas públicas para tratar de frenar el éxodo. Hoy es un paraje de gran belleza, perfectamente integrado en el entorno hasta el punto de que parece un lago, próximo al Pico Jano desde donde se ofrecen unas espectaculares vistas de los Picos de Europa.

La ganadería y las huertas han ido desapareciendo y, como otros pueblos huérfanos, se convierte en escaparate turístico. Los habitantes van muriendo sin relevo generacional. El último en fallecer en este inicio de septiembre ha sido Gonzalo Gómez, el último superviviente de ‘Los seis de Dobarganes’. “Ahora no ves ahumar ninguna chimenea, no queda casi nadie”, lamenta el alcalde. Pero hace 42 años que en Dobarganes, al menos, se acabó la sed. 

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