La incontinencia gubernamental

Valorando grandemente la preparación y cualificación de Escrivá no me queda otro remedio que valorar negativamente su nombramiento. Para mí la democracia en la que he crecido y me he hecho adulta es más importante que ninguna otra consideración

Sánchez nombra a Escrivá para el Banco de España tras negarse el PP a pactar la renovación de los organismos económicos

Mas a menudo las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciables»

Levitsky y Ziblatt

Autocontrol paciente, templanza, el modo de refrenarse a la hora de ejercer un derecho legal, así se define en ‘Cómo mueren las democracias’ una de las normas básicas para la supervivencia de las democracias. Según Levitsky y Ziblatt, la democracia es por definición un juego al que todos queremos seguir jugando indefinidamente –rogamos por ello– y para asegurar partidas futuras los jugadores deben refrenarse tanto de incapacitar al otro equipo como de enfrentarse a este con tanta dureza que en un futuro ya no quiera volver a jugar o bien aplique la misma o más dureza. “Aunque las personas juegan para ganar, deben hacerlo con cierto grado de contención”, afirman. Es algo que Pedro Sánchez aplicaba sin duda en la cancha, aunque la gran pregunta es si tiene conciencia de la importancia de aplicarlo en la gran cancha democrática.

Lo contrario de la contención institucional es “explorar las prerrogativas institucionales que uno tiene asignadas de manera desenfrenada” y de eso es de lo que acusa la oposición a Sánchez y de eso es precisamente de lo que resulta muy difícil defenderlo. Y es que, sigo citando a los politólogos de Harvard, “cuando el coste percibido de perder es suficientemente elevado, los políticos se ven tentados para abandonar la contención” y el resultado es “una política sin guardarraíles y un ciclo de extremismo constitucional creciente”. El argumento de que otros tuvieron antes la misma tentación o de que la tendrán en un futuro no es suficiente para eludir el análisis de una actitud que rebaja de forma contundente la calidad de una democracia que te precias de defender.

El nombramiento del gobernador del Banco de España es un peldaño más. No se trata de la cualificación de Escrivá para el cargo, que es indiscutible, sino de las repercusiones que una decisión así, la de nombrar a un ministro de tu Gobierno para un cargo que debe funcionar de forma autónoma, tienen no sólo en la práctica institucional sino en la praxis democrática. Obviamente es una “prerrogativa institucional” del presidente del Gobierno proponer al Rey este nombramiento, pero, ¿constituye en este caso una manera desenfrenada de ejercerla? En mi opinión, sí, claramente. Las puertas giratorias que él mismo denostaba se han puesto a girar a mil revoluciones en los últimos años por parte de los dos partidos mayoritarios. Algo muy distinto a los sucedido en los primeros años de vigencia de la Constitución en los que la fuerzas políticas practicaron de forma activa esa autocontención que se basaba en el sentido institucional.

Es evidente que a pesar de la existencia de una Ley de Autonomía del Banco de España, el legislador ha otorgado a los gobiernos la posibilidad de nombrar a técnicos solventes que tengan una visión del mundo acorde con sus ideales –de otra manera se hubiera estipulado otro tipo de fórmula–, pero también que la legislación exige que el Banco de España no esté sometido a las normas de la Administración General del Estado ni a los designios del Gobierno. Para ello se suman además dos premisas: un mandato de seis años que supera en dos al del Gobierno de turno y unas pocas causas tasadas para un eventual cese. En democracia, la forma, esta que explico, es un reflejo claro del fondo. Y el fondo es la figura de alguien que no esté ligado al Gobierno y que pueda ejercer de forma independiente a los intereses de este. “En el ámbito de la política monetaria el Banco no está sometido a instrucciones del Gobierno de modo que pueda orientarla con el fin prioritario de mantener los precios estables”, se puede leer en la ley orgánica.

La convención de pactar el nombre entre los partidos hegemónicos caminaba en el sentido de reforzar estas normas buscando personas solventes y no partidistas y asegurando su tranquilidad a pesar de los cambios de gobierno. Romper esa dinámica implica, sin lugar a dudas, fragilizar ese objetivo.

Tampoco se trata, sin duda, de estigmatizar a las personas que han tenido responsabilidades políticas. Hay varios factores a tener en cuenta para ponderar la conveniencia de hacer ese trasvase entre el Gobierno y otros organismos autónomos o de control según López-Medel: el tiempo transcurrido desde la salida del cargo, si es esa condición la que precisamente los impulsa al nuevo puesto, la trayectoria profesional y la vinculación personal al proyecto político determinado durante el desempeño. Lo gravemente incontinente de algunos nombramientos del actual Gobierno procede precisamente de la indiscutible puntuación negativa que se deriva del nulo tiempo transcurrido desde la salida del ministerio a la llegada al nuevo cargo y de que un ministro, por obligación, se ha vinculado al proyecto político gubernamental de forma estrecha. Escrivá ahora, pero Juan Carlos Campos antes o Dolores Delgado o Carmen Calvo son demasiadas incontinencias como para no preocuparse. 

La mejor manera de que dejen de acusarte de colonizar las instituciones es no hacerlo, es decir, realizar los nombramientos acogiéndose a esa contención institucional. “Aunque las personas jueguen a ganar deben hacerlo con un cierto grado de contención” y lo contrario siempre será criticable en términos de preservación de la calidad democrática. Así que valorando grandemente la preparación y cualificación de Escrivá no me queda otro remedio que valorar negativamente su nombramiento. Para mí la democracia en la que he crecido y me he hecho adulta, la que espero disfrutar hasta el fin de mis días, es más importante que ninguna otra consideración. Quiero democracia fuerte y de calidad. Quien la gobierne es un asunto que las personas mayores ya sabemos que debe fluctuar con el tiempo. Yo no soy tan joven ni tan bisoña como para responder a una encuesta que no me molestaría vivir en un régimen autoritario. No lo soportaría. 

La democracia no puede fluctuar y espero de mis gobernantes que no sólo hablen sobre ello sino que remen en esa dirección. Si no lo hacen, habrá que reprochárselo con obligación periodística y con devoción ciudadana.  

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