Un innovador estudio internacional revela que las amistades interétnicas pueden reducir los prejuicios anti-inmigrantes entre los adolescentes, pero estas relaciones solo amortiguan las influencias sociales más amplias, no los prejuicios transmitidos por los padres o las escuelas
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Tener amistades interétnicas contribuye a mitigar las actitudes racistas y xenófobas en los adolescentes, aunque este efecto no tiene la fuerza suficiente como para contrarrestar la influencia parental sobre esta misma cuestión. Esta es la principal conclusión de un estudio de la Universidad de Lleida (ULL)a partir de las respuestas de 60.000 estudiantes de todo el mundo para el examen de PISA. De manera un poco forzada, se podría decir que la ciencia ha abordado si hay algo de cierto detrás del manido cliché “no soy racista, tengo un amigo negro”. Y aunque tiene una parte (pequeña) de verdad, no sirve como excusa para negar el racismo propio.
Estudios sobre cómo afectan a los adolescentes los prejuicios que reciben de su entorno ya se habían hecho, pero los profesores Josep Ubalde, Fernando Senar y Cecilio Lapresta han querido ir más allá y tratar de averiguar “hasta qué punto ese contacto interétnico funciona” para reducir las actitudes anti-inmigración y cuánta influencia ejerce cada grupo sobre la juventud, según explica Ubalde, líder de la investigación.
Y el resultado es que sí tiene efecto. “Tener contacto interétnico reduce el prejuicio anti-imigrante”, expone el investigador, “aunque lo hace de forma escueta”. Pero el resultado es el mismo para los 11 países analizados, lo que dota de más solidez al estudio.
Aún así, este conocimiento puede servir para “fomentar políticas educativas como escuelas mixtas, promover el contacto dentro de esas escuelas y generar niños más tolerantes y con mejores actitudes hacia los inmigrantes”, pide el profesor, en un momento en el que, a falta de datos, el racismo y la intolerancia parecen crecer en las aulas, o al menos lo hacen en visibilidad.
“La adolescencia es una etapa clave en el desarrollo de los prejuicios”, explica el informe la importancia de “entender cómo se forman esas actitudes para lograr sociedades futuras más inclusivas y cohesionadas”.
Padres, escuela, entorno
Los adolescentes reciben influencias de tres grupos sociales distintos, cuenta el profesor del departamento de Psicología, Sociología y Trabajo de la ULL: de sus padres, de sus amistades y la escuela y del contexto social más amplio, concepto que engloba las redes, los medios de comunicación, el barrio y la sociedad en general. Influjos que, cuando llegan en modo de prejuicios, pueden calar hondo en los jóvenes. Y aunque ningún grupo tiene más poder de persuasión que otro a la hora de transmitir sus escrúpulos, los que llegan a los progenitores sí quedan más fijados, sostiene la investigación.
El estudio concluye que tener un “contacto de amistad” –no una coexistencia sin más– “aunque reduzca las actitudes anti-inmigrante no es capaz de cortar el prejuicio heredado de los padres o el que se recibe de las escuelas, pero sí el del contexto más amplio”, sostiene Ubalde. El investigador pone un ejemplo: “Si un adolescente está viendo un vídeo en Youtube con actitudes prejuiciosas, ese canal de prejuicios podría cortarse con amistades interétnicas”. Pero tener amigos racializados no será capaz de contrarrestar el impacto que el racismo de un padre o una madre puede tener en este mismo joven.
“Las figuras que tienen un mayor impacto en nuestra formación como seres sociales son nuestros padres, que están desde el primer momento dándonos mensajes, información, ejerciendo un rol de modelo, de figura de autoridad e imitación. Y eso es muy difícil de cambiar, incluso para la gente que dice ‘soy muy distinto de mis padres’. Normalmente, no. Te han dejado una mochila importante, aunque no te des cuenta”, explica Ubalde.
Los investigadores han tratado de medir cuánto impactan los prejuicios que puedan tener unos padres en sus hijos. Y a partir de las 60.000 respuestas analizadas concluyen que la diferencia entre tener unos progenitores tolerantes o racistas es de hasta el 25% en la actitud que tendrá el hijo. Traducido: en una escala actitudinal que va de 0 a 4 (donde 0 es la actitud más tolerante posible y 4 la menos), un adolescente con padres anti-inmigración (4 en la escala) será, de media, un punto más racista que otro joven de familia tolerante (0 en la escala).
Con este conocimiento, se le pregunta al investigador si entonces ese cliché que utilizan a menudo algunas personas que dicen que no pueden ser racistas porque tienen un amigo negro tiene algo de cierto. El profesor se ríe. “No lo habíamos pensado”, responde de primeras. “La gente puede decirlo como excusa, pero no excusarse en eso para negar tu racismo”, responde más serio. “Soy racista aunque no lo sepa, hago comentarios desubicados… Aunque tener un amigo negro te acerca a ese colectivo de personas, empatizas con ellos y puedes entender mejor las situaciones por las que pasan. Pero no es un argumento”, sostiene.
¿Y otros colectivos vulnerables?
¿Se pueden extrapolar estas conclusiones a las actitudes hacia otros grupos vulnerables y víctimas del odio, como el colectivo LGTB+?
Ubalde ofrece una respuesta matizada. “Nosotros no hemos mirado si sirve para otro tipo de situaciones marginales. Se han hecho estudios para personas LGTB, personas con discapacidades… Y sí, estas ‘teorías del contacto’ no solo se aplican a un ámbito concreto (el racismo o la xenofobia, en este caso), pero puede tener también alcance con otros colectivos minoritarios”, expone.
El investigador muestra más dudas, sin embargo, cuando se le pregunta por el efecto sobre la clase social, teniendo en cuenta la alta segregación por nivel socioeconómico que atraviesa la educación, especialmente en regiones como la Comunidad de Madrid, pero también entre la red pública y la privada concertada: “No estamos seguros”.