La búsqueda de «estabilidad y orden» por parte de Macron recuerda a las maniobras de los grandes partidos monárquicos en 1848, quienes justificaron la renuncia a sus aspiraciones dinásticas en nombre de la preservación de un orden social que les beneficiaba
1848 fue un año revolucionario. Las insurrecciones obreras no sólo se produjeron en Francia, sino también en los Estados Alemanes, el Imperio Austriaco e Italia, entre otros lugares. De hecho, fue en medio de estas movilizaciones cuando dos intelectuales, Karl Marx y Friedrich Engels, escribieron su famoso Manifiesto Comunista. Sin embargo, en Francia ocurrió algo paradójico: los monárquicos terminaron defendiendo la república.
Durante la breve experiencia de la Segunda República Francesa, entre 1848 y 1852, los partidos políticos que representaban a distintas facciones de la burguesía se unieron bajo la denominación de «Partido del Orden». Esta alianza congregaba a monárquicos legitimistas, que apoyaban la restauración de la dinastía borbónica, y a monárquicos orleanistas, que respaldaban a los descendientes de Luis Felipe de Orleans. Pese a sus diferencias dinásticas, ambos grupos compartían un objetivo común: preservar los valores conservadores en una Francia republicana, y, sobre todo, mantener a raya la creciente amenaza socialista.
Varios cronistas contemporáneos narraron estos hechos, entre ellos Karl Marx, quien escribió un lúcido ensayo titulado El 18 Brumario de Luis Bonaparte, que describe el ascenso al poder de Napoleón III, sobrino del famoso emperador, en 1852. En uno de sus pasajes más destacados, y en referencia a la irónica actitud republicana de los monárquicos, Marx afirma que se puede explicar porque en determinadas circunstancias «para salvar la bolsa, es necesario renunciar a la corona».
Este análisis de Marx revela una verdad que sigue vigente: cuando los intereses de la burguesía y el liberalismo están en juego, estos sectores están dispuestos a sacrificar sus ideales, ya sea la monarquía o la libertad de expresión, con tal de mantener el control sobre la estructura económica que les permite seguir enriqueciéndose. Lo que Marx denominaba, metafóricamente, la bolsa.
Ciento setenta años después, aunque el contexto político y social es muy diferente, las dinámicas subyacentes no han cambiado tanto. Hoy las luchas se manifiestan de otras maneras, pero el miedo de ciertos sectores a perder los altos niveles de la tasa de beneficio sigue siendo un factor determinante. Piénsese en lo que ha sucedido en las últimas semanas.
En Francia, la posibilidad de que la extrema derecha, liderada por Marine Le Pen, alcanzara el poder legislativo movilizó a todas las fuerzas progresistas y liberales para formar un «cordón sanitario» electoral. En el sistema de doble vuelta francés, esto se tradujo en que miles de socialdemócratas y comunistas votaron a candidatos liberales o conservadores, mientras que muchos liberales y conservadores apoyaron a candidatos socialistas o comunistas. Todo con un solo fin: evitar que el extremismo de derecha tomara el control institucional del país.
Este cordón republicano tuvo éxito, y la coalición progresista, que incluía a los comunistas, se posicionó en primer lugar. Se esperaba que el puesto de primer ministro fuera ocupado por alguien propuesto por dicha coalición. Sin embargo, Emmanuel Macron, el presidente supuestamente liberal, sorprendió al romper el guion y pactar, ya sea de manera tácita o explícita, con la extrema derecha. El nuevo primer ministro es un político de discurso ultranacionalista y antiinmigración que ha ganado grandes simpatías entre los sectores más reaccionarios del país. Con esta jugada, Macron ha conseguido una cierta estabilidad política, ya que los parlamentarios de extrema derecha han anunciado que apoyarán su elección. El precio serán las políticas conservadoras y reaccionarias y, sobre todo, una agenda política pública dominada por los temas que mejor rentabiliza la extrema derecha.
Esta búsqueda de «estabilidad y orden» por parte de Macron recuerda a las maniobras de los grandes partidos monárquicos en 1848, quienes justificaron la renuncia a sus aspiraciones dinásticas en nombre de la preservación de un orden social que les beneficiaba. La prioridad, una vez más, era salvar la bolsa, no la corona. Esta dinámica se ha repetido innumerables veces a lo largo de la historia.
Hoy en día, esta alianza contra natura entre liberales y extrema derecha evoca los eventos de 1848. Es probable que gran parte del poder económico francés —aquello que a menudo llamamos «el mercado»— se sienta heredero de los temores de sus antepasados. Su miedo a que las ideas socialistas -ahora mucho más descafeinadas que entonces y con mucho menos apoyo social- tomen el poder los ha llevado a respaldar, promover, e incluso financiar, una alianza insólita con la extrema derecha. Han abandonado sus principios liberales, pero han logrado preservar sus privilegios económicos.
Sospecho que Marx también advirtió de una posible senda de nuestro futuro en El 18 Brumario, cuando escribió a continuación que «la espada que debía proteger la bolsa también pende sobre sus cabezas, como la espada de Damocles». En efecto, es probable que no pase mucho tiempo antes de que la extrema derecha logre canibalizar a esos liberales que, creyendo que su disfraz es suficiente, están allanando el camino para la futura victoria política y cultural de la barbarie.