Arranca el curso con el eterno quebradero de cabeza de qué hacer con los niños mientras hay que trabajar. Y el debate de si jornada continua o jornada partida, abanderado por Isabel Díaz Ayuso, es una engañifa para tapar la segregación clasista
La “imposible” conciliación durante la adaptación escolar: “Me he cogido dos semanas de vacaciones”
Cuando teníamos 13 años, las y los niños de 8º de EGB (hoy 2º de la ESO) de mi colegio fuimos seleccionados para participar en un debate escolar en el Parlamento de Andalucía junto a otros dos o tres centros de la comunidad. La idea era que propusiéramos, debatiéramos y en su caso aprobáramos las medidas que nos interesaran. Nosotros lo tuvimos claro: queríamos dejar de tener clases por las tardes, poder descansar, jugar en el barrio, ver la tele, estar en familia. Yo fui la portavoz de la propuesta. Logramos que se aprobara. Pero fue una victoria simbólica porque en la realidad seguimos teniendo clases por la tarde y sufriendo el sopor en el pupitre después de comer, sobre todo en los meses de calor que tanto se alargan en el sur y luego ese infinito trayecto del bus de ruta. Recuerdo que al llegar a casa ni el tiempo ni la energía daban ya para nada.
Desde que soy madre, este año por primera vez sin hijos en la Primaria, afronto el tema de si jornada continua (solo de mañana) o partida (mañana y tarde), objeto de exhaustivos , como un auténtico dilema personal. Porque la niña que sobrevive en mí ve horripilada que vuelve esa obligatoriedad de tener clases por las tardes , tan adalid ella de la libertad (de beber cervezas y de que los ), e incluso la madre que soy prefiere mil veces las extraescolares deportivas, de idiomas, creativas a las que, convertida en taxista, llevo años llevando a mis hijos. Pero mi situación de privilegio socioeconómico no me impide ver que hay muchas familias, la mayoría, en las que no es planteable que la madre, ¡menos aún el padre!, recorte su jornada laboral verpertina para atender a los críos y puedan pagar actividades y academias privados.