Ya ocurrió en el periplo de Mario Draghi al frente del BCE por los estímulos monetarios que salvaron al euro en la crisis de la deuda de 2012. Los ‘halcones’ germanos levantan el vuelo de la ortodoxia. Ahora, por la mutualización de la deuda y por espolear la competitividad de la UE con recetas keynesianas
La receta de Mario Draghi para que la UE no quede atrás frente a EEUU y China: una inversión anual de 800.000 millones
Ironías del destino. La gran potencia del euro, Alemania, que logró contener sus tentaciones ideológicas en 2012 para no dejar caer la divisa común en plena crisis de la deuda europea, calificó de “vagos” a los trabajadores meridionales, impuso recetas liberales draconianas a los socios rescatados, exigió ajustes que retrasaron su retorno al dinamismo europeo y controló con los hombres de negro las troikas que supervisaron minuciosamente la austeridad, está sumida en una parálisis industrial que le ha empujado a un bienio anémico de su PIB, que se ha debatido entre los números rojos y negros.
Más de un decenio después, ya sin Angela Merkel -ni su omnipresente ministro de Finanzas, el socialcristiano de la CSU bávara Wolfgang Schäubel- y bajo una legislatura con un gabinete semáforo presidido por el socialdemócrata Olaf Scholz junto a liberales y verdes, y con los PIGS -Portugal, Italia, Grecia y España, según el despectivo acrónimo lanzado por Financial Times que se apropió Berlín- tirando del carro del euro, una figura se resiste a desaparecer de la arena europea: Mario Draghi, mal visto en Berlín.
Entonces, como presidente del BCE, el gabinete de Merkel situó Draghi en el punto de mira por su billonario programa de compra de deuda soberana y corporativa (Quantitative Easing). Además de por su perseverancia en mantener tipos de interés cercanos a cero durante más de un lustro y por su recado final, en 2019, antes de ceder la autoridad monetaria a Christine Lagarde, sobre la necesidad de mutualizaran la deuda, que provocó la cólera de Schäubel. El ministro de Finanzas le culpó, “en un 50%”, del ascenso de los neonazis de Alternativa por Alemania (AfD) por activar los estímulos que finalmente fueron los que salvaron el euro.
Ahora, las críticas hacia Draghi se concentran en su dictamen sobre la brecha de competitividad, encargado por la conservadora alemana Ursula Von der Leyen en su tránsito de legislatura al frente del Gobierno europeo. “El Muro de Berlín todavía sigue erguido para él” convienen los analistas. Con el titular de Finanzas, el liberal Christian Lindner, como su nuevo duelista.
Un ortodoxo en Berlín, crítico con los fondos europeos
“Soy muy escéptico con el planteamiento de Draghi sobre la deuda” advierte Lindner antes de añadir que “no puede ser considerado un master plan” la idea de que “sea Alemania la que deba pagar por otros”. Al ministro de Scholz tampoco le gustan los 800.000 millones de euros anuales que costaría la “urgente” reconversión industrial, enfocada a acelerar la digitalización en la era de la Inteligencia Artificial y certificar antes que cualquier otra latitud del planeta las emisiones netas cero de CO2 a la atmósfera. El cambio de color político en Berlín no modifica un ápice el guion germano sobre la película europea: las medidas keynesianas atentan contra el liberalismo y la austeridad por sus billonarios costes que los sufraga Alemania.
Incluso si los tiempos aconsejan actuaciones urgentes y Europa desea tener protagonismo en el pulso geoestratégico entre China y EEUU por el cetro tecnológico mundial, la relocalización de sus industrias y el control de centros de suministros de manufacturas y materias primas críticas que se están configurando a golpe de subsidios, preferentemente, hacia los sectores de las energías renovables y de la innovación. En un contexto en el que la globalización se tambalea hasta poder vislumbrar una fractura de bloques comerciales, uno occidental, bajo la batuta el liderazgo de Washington y otro, oriental, abanderado desde Pekín, que Draghi considera clave para entender su urgente y entusiasta consejo de reconversión industrial en la UE.
Quizás por esta convicción, no ha escatimado argumentos para sortear las embestidas de Berlín.
De forma preventiva, como esperando la réplica germana, precisó que los recursos dirigidos a la reindustrialización europea deben llevar aparejadas emisiones de deuda conjuntas (eurobonos), pese a la resistencia alemana. “No se engañen a sí mismos”, anticipó a sus críticos, porque “las inversiones necesitan que todos los mecanismos europeos se activen y que los recursos sean masivos”. En caso contrario, “el tren de la competitividad con EEUU y China se perderá definitivamente”, añadió.
Pero el alma neoliberal de Lindner no admite este recetario intervencionista. Impulsor en el gabinete federal de una rebaja fiscal de 23.000 millones de euros en el IRPF que entraría en vigor en 2026 para mitigar los efectos de la presión inflacionista y sacar a la potencia europea de su estado de hibernación, e ideólogo de un presupuesto restringido para 2025 con el que pretende volver a una disciplina de las cuentas públicas que contrasta con los estímulos liberados por las naciones de rentas altas y los grandes mercados emergentes a sus industrias, el ministro de Finanzas se ha convertido en digno heredero de Schäubel o Theo Waigel.
El descuadre de las cuentas germanas
Aunque los números sean torticeros. El déficit crecerá en 20.000 millones de euros en 2025, la deuda en otros 8.000 millones y la recaudación impositiva dejará de ingresar 42.000 millones hasta 2028, según sus propios cálculos oficiales, lo que, a juicio de Lindner, “no deja otra opción que el ajuste y el enterramiento de la displicencia presupuestaria”. En línea con su postura de 2023 en Europa, donde se erigió en adalid del retorno del Pacto de Estabilidad a la UE sin asumir -como prometió- lecturas críticas a la política económica en el colapso crediticio de 2008 y en la Gran Pandemia de 2020. A pesar de los beneficios que las emisiones de deuda colectivas que se establecieron excepcionalmente han ocasionado sobre los despliegues nacionales de los fondos Next Generation o el programa SURE contra el desempleo.
“El mensaje de Draghi está dirigido a despertar a la economía europea”, explica Gilles Moec, que ostenta el cargo de economista jefe en el servicio de estudios de la aseguradora AXA. “Podemos competir con EEUU y China, sabemos cómo hacerlo y su ejecución está en nuestras manos y en nuestras mentes, aunque necesitamos salir del letargo y asumir u poner en liza ideas como las de Draghi”. Sobre todo, si el mayor PIB del euro coquetea con la recesión y su industria continúa paralizada, mientras Francia e Italia permanecen advertidos de sanción por déficits excesivos.
La consigna de Draghi de avanzar hacia una mayor integración presupuestaria en la Unión y que se deje de jugar a la “Europa de las dos velocidades” es otro claro mensaje a Berlín. “Es indudable que las recomendaciones de Draghi tienen mucho mérito” por imponer criterios comunes a países como Alemania, aunque su adopción “a gran escala tiene escasas posibilidades”, asegura Jamie Rush, economista jefe para Europa de Bloomberg Economics. Entre otras razones, porque la Europa del progreso ha perdido el paso ante “la influencia de los asuntos domésticos, con movimientos nacional-populistas que no van precisamente en la misma dirección que marca el ex primer ministro italiano”, apunta el economista jefe de UniCredit, Marco Valli.
Tratamiento para el enfermo económico europeo
De la misma opinión es Marcel Fratzscher, presidente del Instituto DIW, uno de los centros de investigación económica de mayor prestigio de Alemania, que llama a la unidad federal entre el gobierno y la oposición más moderada: “una notable porción de la competitividad y prosperidad que reclama Draghi tiene que ver con el fortalecimiento de las instituciones europeas y con una mayor integración del mercado interior”, lo que implica “menores dosis de nacionalismo”, algo que “debería tenerse en cuenta en la arena política germana”.
Fratzscher rescató la advertencia final de Draghi de esta semana: “O esto [una reindustrialización forzosa pero ineludible] o una lenta agonía”. Al igual que Tanja Gönner, ex diputada de la CDU y ahora directora del lobby industrial BDI, quien apeló al consenso entre las fuerzas democráticas y reclamó una inyección de inversiones que garanticen la seguridad económica de Alemania y la UE. Aunque una de las voces disonantes partió de su colega Thilo Brodtman, su contraparte en la industria de maquinaria. A su juicio, “persisten las dudas de que la conjunción de deudas y el desembolso masivo de fondos públicos en Europa sea la salida de emergencia correcta”.
Clemens Fuest, máximo dirigente del Instituto Ifo, considera que el diagnóstico de Draghi “es el correcto”, y que las objeciones de Lindner son necesarias “en estos momentos”. Hasta que Berlín “instaure un plan para espolear el crecimiento y elevar la competitividad con reformas de calado que no precisan de dinero adicional” en el mercado laboral y en el impulso a la productividad.
En el Deutsche Bank, entidad que Draghi ayudó a sobrevivir tras ser declarada durante un largo lustro por el FMI como entidad de “riesgo sistémico”, anticipa que el verano tampoco protagonizará el despegue alemán, que las fábricas “están aún sometidas a un proceso de bajas inversiones” y que el consumidor sigue “escéptico” pese a haber aumentado por primera vez en tres años su poder adquisitivo.