‘No somos parte del mundo’ es un libro autobiográfico en que Nárez narra su paso y su salida por la organización religiosa, así cómo el precio que tuvo que pagar por incumplir las normas de Dios
Control, castigos y muerte social en los Testigos de Jehová: “Mi familia recibió orden de retirarme el saludo”
Soraya Nárez (Alcalá de Henares, 1990) nació en “la verdad”, que es la manera en que los Testigos de Jehová llaman a su estilo de vida. Ella se crio sin celebrar su cumpleaños y sin relacionarse con sus compañeros de clase. Tampoco escuchaba cierta música ni veía según qué películas. A cambio, le esperaba la vida eterna. El paraíso. A medida que pasaron los años, Nárez empezó a descubrir la “manipulación y sugestión” a la que, asegura, la organización somete a los testigos.
Lo cuenta en el libro No somos parte del mundo (Somos B, 2024), en el que narra su experiencia, sus dudas y el camino que le llevó a abandonar la organización, no sin antes perder la relación con su padre y con quienes la habían criado. El cambio fue tan abrupto que se mudó a Londres, donde empezó a publicar vídeos en las redes sociales para intentar que las normas de los Testigos cambien.
El libro se titula No somos parte del mundo. No es una expresión, sino algo que se les repite a los testigos de Jehová. ¿Por qué?
Porque nosotros somos los elegidos por Jehová para vivir en el paraíso. Desde que nací, me inculcaron la división entre buenos y malos, los que creen en Jehová y los que no. Los que son parte de un mundo que va a ser destruido y nosotros.
Usted nace en “la verdad”. ¿Cómo es crecer creyéndose escogida y, a la vez, viviendo rodeada de gente que está condenada a morir?
Para mí era lo normal. Cuando en el colegio se celebraban cumpleaños, Navidad, el día del padre o de la madre [festividades que los testigos de Jehová no celebran], decía a mis compañeros: “No vais a llegar al paraíso”. La profesora tuvo que llamar a mi madre para preguntarle por qué decía esas cosas y asustaba a los niños. Pero para mí no era cruel, porque yo venía del pueblo escogido de Dios y quería que los demás compartieran conmigo esa suerte.
¿Hasta cuándo siguió pensando así?
Cuando creces, sigues pensándolo. Te das cuenta de que te estás perdiendo muchas cosas del mundo, pero no te importa porque crees que ya las harás cuando llegues al paraíso. No fue hasta que salí de los Testigos de Jehová que me di cuenta de que era una tontería.
Para poder llegar al paraíso, hay que seguir numerosas normas, como no celebrar cumpleaños, no relacionarse demasiado con gente del mundo o, la más conocida, rechazar transfusiones de sangre. ¿Cómo consiguen los Testigos de Jehová que se cumplan?
Con mucha manipulación. Cualquier testigo teme las transfusiones, incluso después de haber salido. Recientemente, en Reino Unido se han producido contagios masivos por sangre contaminada. Aunque hace años que estoy fuera, todavía se me remueve algo cuando escucho eso.
También se consigue, en parte, con la idea del paraíso. Si obedeces, tendrás la vida eterna. Pero si te pones una transfusión, quizás mueras igual y, encima, Dios no te va a querer. Sé que puede ser difícil entender cómo se llega al extremo de dejar morir a un hijo, pero es que estos grupos no te muestran lo malo de entrada. Primero te seducen mostrando una organización unida y con una estructura familiar de la que mucha gente carece. Y cuando te captan, empiezan a modificar tus decisiones sobre trabajo o pareja y, por qué no, sobre asuntos médicos.
Otra de las cosas que están prohibidas son las relaciones sexuales previas al matrimonio. Usted las tuvo. ¿Qué pasó?
Confesé a los Ancianos [conjunto de hombres que coordinan cada congregación y juzgan los pecados] y me convocaron a un comité judicial en el que había tres hombres. Les dije que las relaciones habían sido con mi pareja de entonces que, además, no era testigo. Y para rematarlo, fueron relaciones consentidas. Confesé porque, aunque yo quería hacer lo que hice, sabía que estaba prohibido. Tenía mucho dolor de conciencia, pero no era suficiente para los Ancianos. Lo que ellos querían oír era que estaba arrepentida y, como no era así, me expulsaron.
Soraya Nárez posa junto a su libro ‘No somos parte del mundo’
¿Cómo se sintió cuando tres Ancianos le preguntaron por su vida sexual siendo usted poco más que una adolescente?
Asumía que era mi culpa y tenía que pagar. No quería perder la aprobación de Dios y entendía que era necesario que me cuestionaran para ver si realmente estaba arrepentida. Me preguntaron si fue consentido, si lo busqué o si llegué al orgasmo, cuando ni siquiera sabía qué era un orgasmo. Yo contestaba porque eran los polis buenos de mi pequeña sociedad. Debías contestar a todo porque si no lo hacías era signo de rebeldía.
¿Mentir no era una opción?
¡Qué va! Mentir era dolorosísimo. El diablo es el padre de la mentira y Jehová puede escuchar nuestra mente. Siempre me lo creí y todavía ahora me cuesta no dar toda la información cuando me preguntan. Aunque, visto en perspectiva, mentir a las personas que te manipulan para no tener que perder a la gente que quieres es la mejor opción. Si no mientes es muy probable que acabes expulsada.
A usted la expulsaron. ¿Qué pasó?
Perdí el contacto con mi familia y con la gente que me había criado. Intenté que me readmitieran yendo a las reuniones, tres veces por semana, sin que nadie me hablara, para que los Ancianos vieran que ponía la organización por encima de todo. Después de unos meses muy difíciles, me readmitieron.
Pero ya nada fue igual…
Intenté hacer mi vida sin renunciar a las cosas del mundo que me gustaban, pero lo hice a escondidas para que no me volvieran a expulsar. De los 25 a los 29 años llevé una vida casi normal. Pero un día todo acabó de golpe y perdí a mi padre por culpa de un árbol de Navidad [festividad que los Testigos tienen prohibido celebrar] que pusimos en el piso que compartía con una amiga, que no era testigo.
Alguien encontró una foto en redes y se la mandó a mi padre. Vino a casa y me dijo que no iba a tener más trato conmigo porque estaba haciendo algo prohibido. Caí en una depresión, porque era la persona a la que más he querido y quiero. Sabía que no iba a poder recuperarle a no ser que volviera a los Testigos y mostrara arrepentimiento, pero ya no estaba dispuesta a hacerlo.
Una de las cosas que denuncian las personas que salen de los Testigos de Jehová es que está prohibido hablar o relacionarse con expulsados. ¿Usted practicó este ostracismo cuando era Testigo?
¡Por supuesto! Recuerdo que, de pequeña, expulsaron a la hermana de una amiga, pero todavía vivía en su casa porque era menor. Pues teníamos que esperar a que se marchara para pasar. Y, si estábamos en casa y ella entraba, nos metíamos en una habitación para no cruzarnos porque se nos decía que no podíamos tener trato con un expulsado, no sólo porque está mal, sino porque tú mismo puedes acabar expulsado si desobedeces.
Se nos decía que no podíamos tener trato con un expulsado, no sólo porque está mal, sino porque tú mismo puedes acabar expulsado si desobedeces
Los Testigos de Jehová niegan que obliguen a nadie a practicar el ostracismo…
Es mentira. Nos lo decían en las reuniones. Era un ‘mandato divino’, no un ‘asunto de conciencia’.
¿Qué diferencia hay?
Un ‘asunto de conciencia’ es decidir no ver ciertas películas porque no son buenas. Pero nadie va a ser expulsado por ver una peli, a no ser que sea pornográfica. El trato con expulsados no era una decisión personal. De hecho, se nos dice que el mejor regalo para un expulsado es aislarlo, para que recapacite y vuelva a la verdad.
¿Se recomienda aislar por amor?
Dicen que es una medida para hacer recapacitar a la persona expulsada y para mantener limpia la congregación. Pero, ¿cómo puede ser amor cortar todo el trato con alguien? No le estás haciendo recapacitar, sino elegir entre la vida que quiere vivir y sus seres queridos. Eso es violencia psicológica. Pero no se puede disentir porque todas las normas que nos imponen vienen de Dios y, por tanto, son perfectas. En cambio, tus pensamientos como humano pueden ser erróneos.
Públicamente, los Testigos niegan que impongan el ostracismo.
Un portavoz de la organización, a raíz de unas declaraciones mías, dijo que los lazos familiares no se cortan y sigue existiendo amor fraternal. En el mundo esto se percibe como que no se obliga a nadie a dejar de hablar a un extestigo. Pero no. Lo que significa es que los lazos siguen ahí y tu padre sigue siendo tu padre. Y el amor persiste porque nos siguen queriendo, pero sin hablarnos. La manipulación que hacen del mensaje es enorme.
Cuenta en el libro que los Testigos instan a sus miembros a resolver los conflictos de manera interna y no recurrir al sistema judicial ‘mundano’. Pero la organización no siguió esa recomendación cuando a finales de 2022 denunció a la Asociación Española de Víctimas de los Testigos de Jehová por difamación por decir cosas como las que me acaba de explicar. ¿Cómo reaccionó a la noticia?
A pesar de llevar muchos años fuera, mi primera reacción fue pensar: “A ver qué ha hecho esta asociación”. No me cabía en la cabeza que los Testigos fueran a denunciar a nadie que dijera la verdad. Pero me encontré con una asociación que, simplemente, explicaba las normas por las que hemos pasado y que no son ningún secreto. La denuncia me pareció muy injusta y fue lo que me llevó a hablar en redes sociales y a escribir el libro.
¿A usted la han denunciado?
No, pero no me sorprendería. No voy a negar que me preocupa, pero con el apoyo de la editorial y con toda la gente que se ha decidido a explicar su experiencia, pienso que si tiene que venir una denuncia, que venga. Si tengo que demostrar ante un juez que lo que digo es verdad, lo haré.
Lo que más me duele aún son las secuelas emocionales
Cuenta que se le acercan muchos testigos que quieren salir de la organización ¿Qué les recomienda?
Una transición. Nunca aconsejo que, de un día para otro, salgan y corten la relación con amigos y familia. Muchos testigos son lo que llamamos FIMO [Fisically In, Mentally Out o Físicamente dentro, mentalmente fuera en castellano], es decir: han despertado, pero sin que nadie lo sepa. Siguen yendo a las reuniones y haciendo vida en la congregación, mientras intentan hacer amigos en el mundo, con discreción. Los que hablamos públicamente somos los que ya lo hemos perdido todo.
A mí me han quitado a mi padre y no puedo perder nada más, pero a una persona que no tiene amigos en el mundo y no tiene seguridad económica no le puedo decir que se aparte de todo. Pueden hundirse y pensar que lo pasan mal porque están en el mundo y que los Testigos tenían razón, cosa que puede reforzar la doctrina que dice que dentro de la organización es donde estás seguro y que en el mundo sólo hay trauma y dolor.
¿Sigue siendo creyente?
No, pero estoy reconciliada con las religiones. Antes pensaba que todas eran iguales, pero ahora he visto cómo algunos de mis mejores amigos creen en diferentes dioses y tienen un estilo de vida bastante libre. A ellos la religión les ofrece esperanza y apoyo, pero no les priva de nada.
Algunos extestigos dicen que tienen “secuelas” después de pasar tantos años en la organización. ¿A usted le pasa?
He mejorado gracias al apoyo psicológico, pero me quedan cosas. Lo que más me ha costado ha sido tener relaciones sexuales sin culpa. Eso es un punto en común entre todos los que salimos, igual que desconfiar de la gente que muestra afecto en público o que fuma. Cuando veía alguien con un cigarro pensaba que no podría ser mi amigo porque, además de tabaco, me haría consumir otras drogas y destruiría mi vida.
Estoy trabajando en eso, pero lo que más me duele aún son las secuelas emocionales. Me he sentido muy sola y tengo problemas con la pertenencia, porque me ha costado encontrar a mi grupo de gente. Cuando sales, te alejas de la gente que te ha acompañado toda la vida. Yo no tengo a nadie de mi vida previa a Londres y no puedo compartir las cosas buenas que me pasan aquí.
Una de esas cosas es que se está labrando una carrera como cómica.
El humor es una herramienta importante. Cuando la gente se ríe por algo que he dicho, siento que creo vínculos. Cuando llegué a Londres vi la oportunidad de subirme a un escenario y, durante la pandemia, empecé a hacer vídeos. Y en mis monólogos, poco a poco, voy incluyendo anécdotas de mi vida como testigo. Y, en ellas, mi padre siempre sale, porque la comedia me viene de él y porque es una manera de tenerle presente.