La Otra, cantautora: «En la música sigue habiendo muchos más hombres que mujeres en lugares de reconocimiento»

La artista madrileña habla de su trayectoria y de las dificultades de sostenerse haciendo letras feministas: «Desde que empecé, ser una mujer que hablaba explícitamente desde discursos feministas ya era una carta de presentación bastante excluyente»

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Isabel Casanova (Madrid, 1992), más conocida como La Otra, llegó a la música a través de la política en un momento en el que “realmente pensar que se iban a cambiar las cosas desde el activismo era algo que no parecía tan lejano como a día de hoy”. Eran los tiempos del 15M y, después, del 8M. Ella, junto a otras tantas voces emergentes, comenzaron a tejer un relato que sirvió a miles de mujeres para introducirse o sostenerse en el movimiento.

Su manera de contar se ha ido transformando a la vez que lo ha ido haciendo el feminismo. Ahora, afirma, la sociedad pide otro tipo de narrativa, mucho más honda, mucho menos “panfletaria”. Esta progresión ha quedado reflejada en el abanico de álbumes que engloban su carrera. El último, Vuelve, lanzado este año.

¿Qué fue lo que despertó su conciencia feminista?

Supongo que siempre he sido sensible, aunque yo creo que mi manera de ver el mundo no es algo que me venga desde mi más tierna infancia, no es algo que me venga por educación, porque yo vengo de un contexto más bien conservador y tradicional.

Una de las cosas que más me marcaron en este sentido es que cuando tenía 15 años a una amiga mía un tipo la cogió por la calle, le pegó y la violó en un descampado, y fue terrible. A partir de ese momento, ella cambió. Por otro lado, cuando era adolescente, sin conocer el término “feminista”, yo ya sabía que había que hacer cosas como escabullirse para hacer lo que te apeteciera, o veía cómo se distribuía el tema de los cuidados en casa. Veía la carga en las figuras femeninas y la ausencia de cuidados en las masculinas. 

Hablamos mucho de lo importantes que son los referentes femeninos para la sociedad y para las nuevas generaciones. En su caso, ¿los hubo?

Pues sí y no. Mi historia es un poco particular, porque yo no empecé a dedicarme al arte porque tuviera un objetivo concreto. Yo llegué a la música a través de la política. Luego me he ido encontrando cada vez más a gusto y cada vez más necesitada del arte hasta que he ido convirtiéndolo en mi oficio, pero yo cuando empecé no tenía referentes en general. Las canciones las empecé a hacer porque me hacía falta y como que encontré un espacio desde los activismos. Así que diría que tuve más como referentes a mis compas de ese momento, mujeres y hombres. También gente que hacía música militante, como De espaldas al patriarcado, Paso a paso, Keny Arkana… O gente como Itziar Ziga, Virginie Despentes, Diana Pornoterrorista. Más adelante, Natalia Lafourcade, Silvia Pérez Cruz, Buika, Lila Downs, Ana Tijoux o Lauryn Hill, y obvio que Mercedes Sosa, Violeta Parra… Pero las referentes las he buscado después, cuando ya estaba yo formándome como artista, y me resultan muy importantes, sobre todo, las voces de mujeres latinoamericanas.

¿Cree que en el mundo de la música sí que suele haber más mujeres referentes que en otros ámbitos?

Creo que está cambiando mucho, y que referentes hay, lo que pasa es que sigue siendo más difícil llegar a lugares donde poder ejercer el oficio con dignidad y acceder a espacios de reconocimiento. O sea, sigue siendo difícil porque el arte no es un lugar al margen del resto del mundo. Sí que creo que la industria musical no es de las más masculinizadas a día de hoy, pero esto desde hace un año o dos. Y sigue siendo un lugar en el que hay muchos más hombres en lugares de reconocimiento que mujeres.

Cuando eres una mujer e intentas hacerte hueco en la industria musical, ¿qué ocurre? ¿cuál ha sido su experiencia?, ¿qué dificultades ha encontrado?

Es una pregunta difícil porque se mezclan tantas cosas… En mi caso, desde que empecé, haber sido una mujer que hablaba explícitamente desde discursos feministas ya era una carta de presentación bastante excluyente. Así que se me mezcla el haber hecho música militante, haber empezado también sin una formación musical muy sólida, ser joven y no venir de ningún ambiente musical… Diría que me he visto con problemas más como feminista que como mujer, en el sentido de que los hombres que se dedican a la música siempre han estado muy acostumbrados a trabajar de manera no mixta y yo no quería trabajar con un grupo de solo hombres.

Tampoco quería trabajar de una manera hipermasculinizada. Ahora está empezando a ser un poco más fácil, pero aún así, buscar como artista emergente a mujeres que estuvieran un poco como yo sí que fue difícil. También fue difícil cuando el feminismo no estaba ‘de moda’. Incluso aunque luego haya tenido un discurso menos militante, tengo una manera de hablar profunda que no es de lo más comercializable dentro de lo que puede ser el feminismo comercializable.

¿Ha recibido hostilidad por hacer letras tan explícitamente feministas?

No tanto odio, como que no había ni un solo hombre en mis conciertos nunca, salvo algún novio engañado. Pero esto ha ido cambiando. Se nota muchísimo la diferencia de hace diez años a ahora.

¿Ahora hay un poco más de paridad en su público?

Paridad no, pero si antes en mis conciertos había tres chicos entre 300 personas e iban con su novia, que claramente les había obligado a ir, ahora pues igual hay un 30% de chicos. 

El tono de las letras de sus canciones ha ido cambiando, ¿por qué?

Para mí es una cuestión estratégica. Lo que antes era eficaz ahora mismo no lo es. No es para caerle bien a la gente que no quiere saber nada del feminismo, sino que creo que los discursos militantes antes funcionaban, que eso antes tenía mucho sentido, porque sí que generaba reflexión. Pero creo que ahora estamos muy saturadas de discursos porque lo mediático ha ido tomando mucha más presencia en los últimos cinco o diez años. Estamos cansadas, yo lo percibo en mi entorno y en mí misma, que la gente que estamos ya politizadas no tenemos tantas ganas de escuchar música militante.

Desde el arte, hacer un panfleto de dos minutos en el que obvias todos los matices y en el que dices los cuatro clichés que ya has oído 80 veces en todos sitios, no es interesante. A las que estamos ya politizadas esto nos cansa y a la gente que no está politizada la espanta. Yo sí que me siento llamada a participar en la batalla cultural como artista, pero creo que también hay que ir viendo cómo cambia el contexto. Ahora el marco ya está definido y lo interesante es generar debates colectivos, largos, relajados, donde se pueda abordar la complejidad de todo y los disensos internos que hay en los feminismos.

¿Cree que los hombres aún se siguen sintiendo lejos de las letras feministas o que en general les cuesta admirar a las artistas?

Hay mujeres que ponemos en el centro de nuestra vida la labor artística, pero es que hay tantas artistas diferentes. Creo que mucha gente no tiene ningún problema con conectar con Karol G., por ejemplo, como artista, y luego hay gente que tiene menos éxito. En cuanto a cifras, más allá de mi interpretación personal, sí que es así. O sea, yo cuando voy a conciertos de compañeros hombres veo que hay muchísimos más hombres en sus conciertos que en los míos o en los de mis compañeras. Así que creo que no se puede generalizar y decir que a los hombres les cueste conectar con artistas mujeres, pero sí que creo que en general a los hombres –así funciona este mundo– les cuesta más reconocer a las mujeres.

Se habla mucho acerca de que la mayoría de los supuestos aliados que hay en el mundo de la música son “de cartón”. ¿Ha visto mucho este fenómeno?

A mí me enfadan especialmente los hombres que muestran una sensibilidad desde el momento en el que mostrarlo tiene un rédito social. ¿Entonces, qué pasa? Que como esto se ha convertido en una cosa que en algunos casos se hace de manera utilitaria y no por un compromiso sincero, sino que se hace por mantener o lograr privilegios, por el aplauso, o por no habitar un lugar de desaprobación social, hay muchos hombres que sencillamente están haciendo ese acto de purple washing de sus proyectos por inercia, pero no les interesa. Esto es lo mismo que nos pasa en la vida privada, pero nos enfadamos más con los personajes públicos porque ellos obtienen beneficios profesionales por mostrar estas posturas. El problema de la masculinidad es que hay una dificultad muy grande para mirarse y, si no te miras, si no hay una especie de trabajo emocional, de autocrítica, no te vas a dar cuenta de las ideas inconscientes que tienes.

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