Lo que parece que pueda suceder ahora con Cataluña no es diferente de lo que ha sucedido antes con otros lugares, aunque el anticatalanismo de la derecha española lo presente así. Es el mismo chalaneo de siempre
El acuerdo que el partido socialista ha alcanzado con ERC para conseguir la investidura de Salvador Illa como presidente de la Generalitat de Cataluña ha traído al centro del debate político la cuestión de la financiación autonómica. Muchas voces critican que una financiación singular de Cataluña atentaría contra el principio de igualdad. Ciertamente, la realidad española está lastrada desde hace cuatro décadas por los defectos de una Constitución que no define el sistema territorial. En esa indefinición, es imposible cerrar el debate sobre nuestro modelo autonómico. Sin embargo, tras la invocación de la igualdad hay mucho de populismo.
En democracia, la igualdad nunca es un punto de llegada, sino solo de partida. No queremos ser todos iguales, sino ser realmente libres al decidir cómo de diferentes seremos. Únicamente las dictaduras más disparatadas plantean el horizonte de una sociedad igualada en la que todo el mundo vista igual, tenga idénticos bienes o piense del mismo modo. En democracia se trata justo de lo contrario. Nuestro valor es la diversidad, que es el único resultado posible del ejercicio de la libertad. La igualdad es solo el requisito previo para que la libertad sea real. Para tener auténtica facultad de decidir todos deberíamos partir de una situación similar.
Esto vale para la libertad individual y para la colectiva. La Constitución reconoce el derecho al autogobierno de los territorios que componen España que es, precisamente, el derecho de cada territorio a ser diferente de los demás. No hay artículo constitucional ni principio general alguno que obligue a que los colegios sean iguales en los territorios vaciados en los que los pueblos se están quedando sin niños que en las grandes ciudades. Ni a que las normas urbanísticas sean las mismas en una isla donde el espacio es precioso y limitado que en una inmensa meseta vacía. Más bien al contrario. La estructura social gallega, con pueblos y aldeas pequeños y diseminados seguramente exige que allí las normas sean distintas de las de La Mancha, con ciudades grandes e inmensas porciones de tierra vacía.