El fabricante de envases de plástico, con 70 años de historia a sus espaldas, ha visto caer su negocio incapaz de adaptarse a los cambios, al igual que ocurrió con otros gigantes empresariales
El gran negocio de las quiebras empresariales
Un envase de plástico donde guardar y conservar alimentos convirtió a Tupperware en una de las empresas de gran consumo más relevantes de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Siete décadas después, el negocio arrastra años de problemas, una deuda asfixiante y una vinculación al plástico que no casa con una nueva realidad donde el impacto medioambiental puede ser un lastre. Esta semana, Tupperware Brands ha solicitado su quiebra en Estados Unidos y sigue los pasos de otros gigantes empresariales que han pasado de vivir las mieles del capitalismo a echar el cierre al negocio haciendo más o menos ruido.
“En los últimos años, la situación financiera de la empresa se ha visto gravemente afectada por el complicado entorno macroeconómico. Como resultado, hemos explorado numerosas opciones estratégicas y hemos determinado que este es el mejor camino a seguir”, asegura Laurie Ann Goldman, presidenta y consejera delegada de la compañía, en el comunicado que la multinacional ha enviado al supervisor de la bolsa estadounidense para justificar su quiebra.
No significa que la empresa vaya a desaparecer de forma inmediata sino que va a solicitar la aplicación el capítulo 11 de la ley de quiebras estadounidense, que consiste en poner el negocio bajo la supervisión de un tribunal, que tiene que ver si la actividad es viable y aprobar las decisiones necesarias para salvar la compañía. En este caso, se va a intentar buscar nuevos inversores que inyecten fondos y, al menos, salven la marca.
Un modelo de negocio del pasado
Tupperware se hizo un nombre en el mercado –y, de paso, bautizó a sus envases herméticos– durante los 50 y 60. En parte, por un modelo de negocio basado en el boca a boca y en que sus clientes, sobre todo mujeres, ejercían al mismo tiempo el papel de vendedores y convencían a conocidos para comprar los productos, en lo que llegó a denominarse como ‘fiestas tupperware’. Ese modelo de negocio caducó y la empresa no ha sabido adaptarse.
Realmente Tupperware ya no vende solo envases, sino todo tipo de artículos para la cocina, desde cucharones a botellas. Un negocio que, sobre todo, sufre por una deuda de más de 800 millones de dólares (cerca de 720 millones de euros) a la que no es capaz de hacer frente con su actividad y que ha pasado a manos de fondos oportunistas.
En 2022 –el último ejercicio del que ha presentado datos completos– ingresó más de 1.305 millones de dólares, casi un 20% menos que en año previo, y perdió cerca de 30 millones de dólares. Sigue apoyándose en la venta directa, porque ese año sumaba cerca de 300.000 vendedores autónomos, según los datos publicados por Bloomberg. También ha cerrado la única fábrica que le quedaba en Estados Unidos, donde daba empleo a cerca de 150 personas. Y sus títulos llevan tiempo en la órbita de las ‘acciones meme‘, sobre las que inversores se coordinan en redes sociales para apostar por precios a la baja, lo que suele acabar derivando en más problemas para las empresas.
No adaptarse a los cambios
Tupperware no ha sabido adaptarse a los cambios, tanto en las preferencias de productos como en el modelo de ventas, donde los consumidores compran online y no por catálogo. Una falta de adaptación que se ha llevado por delante a muchas empresas. Una de ellas, Blockbuster, la cadena de videoclubs que llegó a tener 9.000 establecimientos y 60.000 empleados en todo el mundo, hasta que quebró hace poco más de una década. De esta enseña se llegó a decir que abría un local cada 17 minutos.
Blockbuster no supo ver que llegaba el streaming. De hecho, los fundadores de Netflix trataron de comprar la cadena por cerca de 50 millones de dólares, pero los accionistas de Blockbuster rechazaron la oferta y al final el negocio dejó de tener sentido.
Algo similar ocurre en el retail, donde grandes corporaciones ligadas al comercio, no solo el textil también de cualquier tipo de artículos como los juguetes, han acabado echando el cierre por no saber hacer frente a la competencia de tiendas físicas, como Walmart; y online, sobre todo de Amazon.
Es lo que ocurrió con empresas como Sears o American Apparel. La primera fue la cadena de grandes superficies por excelencia. Fundada a finales del siglo XIX, hace seis años se acogió al capítulo 11 de la ley de quiebras de Estados Unidos por no ser capaz de afrontar una deuda de más de 5.000 millones de dólares. En 2021, bajó la persiana de su última tienda.
Lo ocurrido con Sears fue muy similar a lo sucedido con Neiman Marcus o Barneys, enseñas de grandes almacenes que sirvieron como ejemplo para otras empresas de medio mundo, como El Corte Inglés en España. Tanto Neiman Marcus como Barneys, que contaban con tiendas en las principales calles de Nueva York, consiguieron sobrevivir a la crisis financiera de 2008, pero no pudieron superar la pandemia y, sobre todo, la competencia online.
Precisamente, sobrevivir solo como tienda digital es lo que consiguió American Apparel que se declaró en quiebra en 2015 después de una gestión más que dudosa que conllevó el despido de su fundador, Dov Cherney, acusado de acoso. El mismo directivo tuvo que acogerse a la protección de la ley de quiebras en 2022. American Apparel le reclamaba 30 millones de dólares.
Otras compañías, iconos estadounidenses del gran consumo, como Macy’s, tratan de sobrevivir siendo más pequeñas. La también dueña de los grandes almacenes Bloomingdale’s ha anunciado este año el cierre de 150 puntos de venta para centrarse en las tiendas que considera más rentables, cerca de 350. Son aquellas donde vende marcas más caras y donde obtiene más margen sobre ventas.