Esas mujeres que se niegan a ver

¿Qué pasa con estas mujeres que niegan lo que se está demostrando ante ellos, lo que el propio acusado principal ha relatado? ¿Cómo funcionan los mecanismos de la negación? ¿Qué sucede con las madres que conocen los abusos a sus hijos por parte de sus parejas y callan o miran para otro lado?

Cuando lo visité en la cárcel sentí mucha empatía

Valérie (mujer de acusado de violación)

Somos sobre todo las mujeres periodistas las que estamos ocupándonos del terrible juicio en Francia a los acusados de violar a Gisèle Pericot – ¡ojalá pueda volver pronto a su apellido de soltera!- bajo los efectos de las drogas sedantes que le proporcionaba su marido, que la ofrecía a otros. No es casualidad tampoco. Nada es casualidad. Yo sigo a diario lo que sucede en esa sala de vistas porque soy mujer, porque soy periodista, porque lo mío son los tribunales y porque se trata de un caso de alcance sociológico que supera su ámbito territorial. Presenta tantas vertientes que se pueden analizar, que me van a perdonar que vuelva sobre él. 

Ha llegado la hora de Monsieur-Tout-le-Monde y con ella la de Madame-Tout-le-Monde a su vez. Las declaraciones que ahora se producen son las de los co-acusados y las de sus familias. Así han llegado las testificales de apoyo por parte de mujeres e hijas de los hombres que acudieron a casa de Pelicot a violar a Gisèle. Son estremecedoras aunque no insólitas, puesto que es esta una actitud que en criminología se repite. No niegan los hechos. Asumen que su marido/padre acudió a la casa y penetró a la mujer sexagenaria pero niegan que vivan con un violador y descargan su ira sobre Dominique, el hombre que “les engatusó”, “les engañó”, “les metió en una trampa”. “No es un violador, de eso no tengo ninguna duda” dice una de las hijas a pesar de haber podido incluso visionar el video de su padre.

Ha llegado pues la hora de las mujeres que niegan la violación, tal vez por la propia cultura en la que se han desarrollado o tal vez ante el miedo de perder su vida, su sustento, la persona que creían tener en casa. Veamos el caso de Valérie, en la cincuentena, que almorzaba ayer, tras haber depuesto en el juicio, con su marido acusado y su hija a pocos metros de la mesa donde la víctima hacía lo propio: “mi marido ha sido manipulado por Dominique, no sabía que la víctima estaba sedada; pensaba que se trataba de una pareja vagamente libertina”. Eso mismo ha declarado ante el tribunal y delante de Gisèle. “Cuando le visité en prisión y me contó lo que le había sucedido, sentí mucha empatía. Me dijo no es verdad, no es eso lo que pasó, no es eso”. Valérie le ha contado a los jueces que a ella su marido no la ha forzado nunca, “me ha respetado siempre”. A la par su hija añade: “Es duro pero no le dejaremos, no le dejaremos. Estamos seguras de que no es un violador, si no no estaríamos aquí. Uno no defiende a los indefendibles”. En el video Cyril P penetra vaginal y oralmente a una Gisèle inconsciente, hasta el punto de que los síntomas de casi asfixia cuando lleva a cabo la penetración oral son perfectamente visibles. Los policías que llevaron a cabo la investigación aseveran que es imposible que sea una simulación de inconsciencia porque los síntomas de casi ahogamiento no serían soportados. Es sólo un ejemplo. Los testimonios de las mujeres familiares de los acusados se han reproducido. 

¿Qué pasa con estas mujeres que niegan lo que se está demostrando ante ellos, lo que el propio acusado principal ha relatado? ¿Cómo funcionan los mecanismos de la negación? ¿Qué sucede con las madres que conocen los abusos a sus hijos por parte de sus parejas y callan o miran para otro lado? Los psicólogos creen que hay un proceso de recolocación mental ante una realidad monstruosa que no quieren asumir pero también, eso no lo niegan ni expertos ni jueces que se ven con estos casos, la negativa a perder lo que creen que tienen. “Hay que tener en cuenta la dependencia afectiva e incluso financiera que pueden tener de sus maridos”, señala una de las psiquiatras que ha peritado en este juicio. 

Le pasó lo mismo a Isabelle Aubry, de la que su padre empezó a abusar con 6 años y a la que violó desde los doce, entregándosela a docenas de hombres en orgías. Aubry ha escrito varios libros y preside una asociación de víctimas. Afirma que la complicidad activa de las madres es rara pero que la pasiva se produce en el 90% de los casos. A veces tratan de evitar el escándalo que rompería sus vidas y también la de la víctima. “Primero abusan de sus hijas, luego las intercambian con otros hombres y, por último, las venden a terceros. Todo eso hizo mi padre conmigo”. Tras el juicio que vivió a los catorce años, casi sin condenas, su madre y su hermana se negaron a aceptar la realidad y desde entonces no tiene contacto con ellas. 

¿Qué pasa con estas mujeres? ¿Qué ha hecho la cultura de la violación con ellas? ¿Cómo pueden llegar a sentir que es más importante seguir con una vida imposible que lo que les ha sucedido a otras mujeres o a las que son carne de su carne? ¿Qué haríamos en su lugar? ¿Tan difícil pone la sociedad empezar de nuevo a quienes repudien al violador que convivía a su lado? Sus vidas también han sido destrozadas. Es imposible que obviar la realidad les permita seguir adelante. Es difícil entender cómo se atan al verdugo, que también las ha traicionado y roto para siempre. No son preguntas retóricas. Sin esa negación muchas niñas y niños se salvarían de sus depredadores mucho antes. No son actitudes que la sociedad les reprocharía, al contrario serían apreciadas por despreciar a quienes cometen tales delitos. 

Otro ejemplo lastimoso es el de algunas abogadas de este juicio, aunque también existen en nuestro país. Reparen en que los agresores sexuales suelen elegir mujeres para que les defiendan buscando un cierto efecto con ello. No tengo nada que objetar a que estas asuman su defensa, es su trabajo dentro de un Estado de Derecho, pero sí les exijo dignidad. En este juicio tenebroso también ha habido lugar para el circo. Una de las abogadas narra las sesiones en sus reels de Instagram. Los abogados y la exhibición, un tema que daría para mucho. Sólo que Nadia El Bouroumi ha tenido la desfachatez que grabarse haciendo una peineta al ritmo de la canción “Wake me up before you go go” de George Michel (literalmente “Despiértame antes de partir”) ¡en un juicio de violación por sumisión química! ¿Qué les pasa a estas mueres profesionales? ¿Síndrome de Estocolmo? ¿Búsqueda de un floreciente negocio de defensa de agresores sexuales?

Seguro que hay muchas explicaciones técnicas pero les confieso que no he podido hallarlas. Cada vez que le metes al buscador tales parámetros toda la búsqueda está llena de ofertas de porno en plataformas. Violación, incesto, etiquetas en el supermercado para hombres. “No tienen desviaciones sexuales pero la barrera de lo prohibido ha cedido rápidamente en razón de sus ganas de hacerlo”, afirma otro de los psicólogos que ha reconocido al marido de Valèrie. ¿Esos deseos son espontáneos o implantados? ¿Sin el supermercado Monsieur-Tout-le-Monde pasaría a la acción?

Perdonen que yo no me niegue a ver. Soy una columnista. La mayor parte de mis colegas varones no tienen problemas en considerar poco interesante este tema. Si han llegado hasta aquí ya han demostrado que no lo es.

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