Aunque el caso francés es extremo y no es el más común, la violencia sexual por parte de compañeros ínitmos es una realidad invisible que aún socialmente cuesta concebir y que, cuando es denunciada, se enfrenta a obstáculos específicos en los tribunales
Tres semanas del juicio Pelicot, las claves de un proceso que radiografía la cultura de la violación
El caso de Gisèle Pelicot que se está juzgando en Francia es extremo y brutal por diversos motivos: la cantidad de agresores y las técnicas aplicadas por su entonces pareja, Dominique Pelicot, para violarla e invitar a otros hombres a hacerlo dibuja un modus operandi que ha sacudido a la sociedad. Pero aunque este no sea el caso de violencia sexual más común, la realidad es que, su fondo, no es tan excepcional. Que un hombre se sienta con el derecho de disponer del cuerpo de su pareja mujer y la viole es algo más habitual de lo que puede parecer. Esta misma semana la directora Alauda Ruiz de Azúa presentaba su serie Querer, que trata precisamente de una mujer que acusa a su exmarido de abusos sexuales continuados tras un matrimonio de 30 años.
“Es una violencia que socialmente cuesta mucho más de entender y concebir, pero sin embargo son muchos de los casos que nos llegan. En el caso Pelicot hay elementos que nos llaman mucho la atención como la sumisión química o que haya durado diez años, pero en realidad estamos hablando siempre de lo mismo: cómo la confianza, la intimidad y la cercanía pueden ser usadas en contra de las mujeres para generar un daño”, afirma Carla Vall, abogada experta en violencias machistas.
Frente al mito generalizado de que las agresiones sexuales son perpetradas por desconocidos, monstruos que asaltan en la noche a sus víctimas, los datos apuntan a otra dirección: la inmensa mayoría son cometidas por hombres conocidos y que no necesitan violencia física extrema para agredir. Según el último estudio de SEXVIOL, una red de investigación de varias universidades públicas, el 68% de los investigados pertenecen al entorno cercano. Y, entre ellos, adquieren un peso importante los compañeros o excompañeros íntimos –17,42%–. Es más, según la última Macroencuesta de Violencia contra la Mujer, son más las mujeres que han sufrido agresiones por parte de una pareja o expareja (un 8,9%) que a manos de cualquier otro hombre (6,5%).
Sin embargo, buena parte de esa violencia sigue pasando desapercibida, está “infradenunciada” y “atravesada por la invisibilidad”, sostiene la doctora en estudios de género y experta en violencia sexual Bárbara Tardón. “Ese imaginario del extraño que ha generado la propia cultura de la violación implica que cuando la violencia no se da así, sea más difícil identificarla. La violencia sexual por parte de un novio, un marido o un compañero no suele estar representada y eso hace que las formas de coacción que entablan las parejas para forzar a las víctimas a mantener relaciones sexuales no consentidas no se lleguen a reconocer igual”.
Un 55% de los fallos analizados sobre violencia sexual en pareja culminó con la absolución del acusado, una cifra considerablemente mayor que en el resto de supuestos (37,8%)
Aunque el caso Pelicot no es el más frecuente, la agresiones sexuales en la pareja “se ejercen de todas las formas” y suelen ser sostenidas en el tiempo: hay agresores que usan la fuerza y la violencia, pero en muchos casos “lo que se da es una violencia psicológica” por la que las mujeres “son forzadas” ante el riesgo “de que decir que no implique un castigo” para la víctima, resume la experta.
Las especialistas hablan también “del estigma y la vergüenza” que ya de por sí implica visibilizarse como víctima de una agresión sexual y que se redobla cuando quien la ejerce es quien, supuestamente, te quiere. Es este “un paso comprometedor”, en palabras de Tardón. “Aceptarlo es muy difícil. Nadie quiere asumir que es víctima porque además de implicar una serie de costes, sentimientos y juicios y prejuicios que llegan desde la mirada ajena, en estos casos supone aceptar que convives o has compartido tu vida con alguien que te ha hecho algo así”.
Menos condenas
Pero, además, cuando estos casos llegan a juicio, se enfrentan a mayores obstáculos. Así lo concluyen varios estudios recientes, que exponen cómo cuando el agresor es una pareja o expareja, la violencia “se condena menos, se castiga menos y se reconoce una menor indemnización”, plantea una investigación publicada el año pasado en el European Journal on Criminal Policy and Research.
Tras analizar un millar de sentencias emitidas por audiencias provinciales entre el 2015 y el 2022, los autores encontraron que en los casos en los que está involucrado un compañero íntimo hubo un 62,5% de condenas, un porcentaje que se eleva al 79,1% cuando el agresor era otro. La media de condena en el primer supuesto fue de 83,4 meses de prisión, frente a los 98,7 cuando el violador fue un hombre desconocido. Y lo mismo ocurre con las indemnizaciones: la compensación media si el agresor es una pareja es de 12.572 y de 17.778 si no lo es.
Otro estudio pendiente de publicación impulsado por el grupo Antígona, de la Universidad Autónoma de Barcelona, sugiere, con cifras diferentes, una misma conclusión: un 55% de los fallos analizados sobre violencia sexual en pareja culminó con la absolución del acusado, una cifra considerablemente mayor que en el resto de supuestos (37,8%). “Los mitos siguen teniendo impacto en los juzgados y ocurre porque socialmente seguimos percibiendo esta violencia como menos grave ”, explica María Barcons, doctora en Derecho e investigadora de Antígona.
La encuesta sobre percepción de la violencia sexual publicada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) a finales de enero de 2023 es reveladora. A una pregunta tan explícita como si obligar a tu pareja a tener sexo debe ser o no castigado por ley, dos de cada diez personas respondieron que no
Vall apunta también “a la menor credibilidad” que suelen tener estas víctimas a ojos de la justicia y a la “dificultad” que existe para probar la violencia. “Este caso debe enseñarnos a que la palabra de las víctimas debe ser creída y lo importante es investigar y buscar indicios que puedan sostenerla. A Dominique Pelicot, tras ser descubierto grabando a varias mujeres en un supermercado, se le incautaron vídeos y fotos sobre el abuso, pero ¿qué hubiera pasado si solamente tuviéramos la palabra de Gisèle? Suele ser más difícil demostrar que no hay un interés oculto ni voluntad de perjudicar más allá de obtener justicia”.
De hecho, el cuestionamiento de la víctima y de si hubo o no consentimiento “suele ser mayor y más duro”, señala Barcons, que nombra cómo “las defensas de los agresores lo utilizan en sus estrategias”. De hecho, algunos de los 50 hombres que están siendo juzgados en Aviñón por haber violado a Gisèle mientras estaba dormida, se han defendido argumentando que pensaban que la víctima estaba de acuerdo, aunque no hablaron con ella, y creyeron que “se trataba de una pareja liberal”. Para otros, era suficiente con el consentimiento del marido.
El “deber conyugal”
Aún así, la realidad es que esta violencia apenas emerge en los juzgados a pesar de que suele formar parte de la violencia machista que cada año denuncian unas 200.000 mujeres. “En la mayoría de casos de violencia de género, hay violencia sexual y otras muchas violencias como la psicológica o económica. Sin embargo, se suele poner el foco en las agresiones físicas, las palizas…y las sexuales acaban obviándose”, esgrime Barcons. Los datos del Consejo General del Poder Judicial lo atestiguan: en 2023, último año con cifras completas, solo el 1,3% de los delitos instruidos en los juzgados de violencia sobre la mujer fueron contra la libertad e indemnidad sexuales –2.800 de un total de 222.000–.
Hay que tener en cuenta que no fue hasta 1989 cuando el Código Penal empezó a reconocer la violencia sexual en el matrimonio. Ahora no podríamos hablar del mandato de género del deber conyugal, como se hacía antes, pero en parte esa idea sigue calando en el imaginario
Es algo que no solo ocurre a nivel judicial, cree Tardón. “En los recursos de atención a víctimas, hasta hace relativamente poco no se tenía puesta la mirada en la violencia sexual y también las evaluaciones de riesgo han ido evolucionando en este sentido”.
En todo ello influyen los estereotipos, las urgencias, los mitos y la dificultad de asumir socialmente que tu pareja puede ser tu violador. Tardón reflexiona en este sentido sobre el papel que juega la concepción tradicional del matrimonio en la “minusvaloración a todos los niveles” de las violencias que se dan en su seno. “Hay que tener en cuenta que no fue hasta 1989 cuando el Código Penal empezó a reconocer la violencia sexual en el matrimonio, eso fue hace dos días. Ahora no podríamos hablar del mandato de género del deber conyugal, como se hacía antes, pero en parte esa idea sigue calando en el imaginario”.
La encuesta sobre percepción de la violencia sexual publicada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) a finales de enero de 2023 es reveladora. A una pregunta tan explícita como si obligar a tu pareja a tener sexo debe ser o no castigado por ley, dos de cada diez personas respondieron que no.