¡Ay, Felipe! Qué dolor de hombre

Entre los detritos de la Transición aparecerán, sin duda, más tarde que nunca, muchas más facturas pagadas por el pueblo soberano y una chaqueta de pana

“No tengo ni puta idea”: la reacción de Felipe González sobre los audios entre Juan Carlos I y Bárbara Rey cuando él era presidente

Lo reproduzco tal como lo escuché en la cola de la frutería. Una señora: Lola (nombre ficticio), ¿has escuchado lo que ha dicho tu Felipe del rey mayor que estaba liado con la pelandusca esa? Lola: ¡Ay! Qué dolor de hombre. Eso, el Felipe de hoy produce mucho dolor en las gentes que un día le dieron su apoyo.

Ahora ha sido por su reacción destemplada a las puertas de esos nutritivos saraos últimos a los que nos tiene acostumbrados, en los que suele aprovechar el envión para arremeter con lo que sea contra el gobierno de su partido o sus compañeros. A Felipe se le notaba enojado. Aristóteles nos dejó dicho que enfadarse no era malo ni nada raro pero que lo sublime era saber por qué se enfada uno y hacerlo contra la persona exacta. En este caso queda claro el enojo de Felipe y el porqué, cogido a contrapié en un asunto que tuvo que conocer, que le incomoda y que su soberbia le impedirá reconocer o, quizá, su lealtad y la omertá, el silencio encubridor, virtud recientemente reconocida en uno de los audios de la pareja amatoria en la persona de Alfonso Armada, a pesar de haber pagado pensión. No queda claro el contra quién de su enojo que pagaron los periodistas que cumplían, algo intimidados, con su obligación de preguntar, que no es ofender.

Ha dicho Felipe que no tiene ni puta idea de los audios, pero de ideas y putas no estamos hablando sino de cuánta responsabilidad tuvo su gobierno en el encubrimiento de un rey que aparece cada vez más bribón, y también de cómo se cubrieron sus gastos de mantenimiento y los pagos reservados por el silencio de la amante, de cuyo rango en su lista predatoria no tenemos información aunque sí, digamos, de su tarifa. En un corrillo escuché una vez a Felipe que su gobierno siempre sabía dónde estaba el rey, excepto cuando salía de su domicilio regio en moto, embozado en el casco. Es decir, que consintió algunas situaciones ampliamente conocidas pero calladas que podrían, si no lo han hecho, comprometer secretos oficiales en la intimidad de unas alcobas en las que la mayoría reconoce que se le suelta la lengua a medida que se afloja la bragueta y, a bragueta caída, es propio discurrir con otra cabeza distinta de la que contiene el cerebro humano.

Se nos está quedando una Transición bonita, aunque ya ha comenzado el despliegue de los soldados de la corte para situar a todos aquellos que están pidiendo explicaciones y aclaración de las implicaciones en la conducta del hoy honorífico rey en un complot antisistema

A ver si seguimos enterándonos de más cosas, si aparece en otros audios el antes ídolo de Lola y si resulta que hay más momentos comprometedores que afecten a Felipe. El silencio de Felipe siempre ha sido principal, teniendo dos mayorías absolutas consecutivas nunca derogó la Ley de Secretos Oficiales, de 1968, firmada por el caudillo. Sin embargo, sí la utilizó para decretar secretas las actas del JIMDDU, el órgano encargado de autorizar la venta de armamento y material de doble uso. Siempre ha tenido muy pero que muy puta idea de todo. Al hilo de esto, no dejó de sorprender su agresividad publicada y paseada por platós con la Ley de Amnistía. Otro de los personajes de ese tiempo, que bien podría ser el que falta del trío, musical se entiende, por lo del cante, es Jordi Pujol, que disfruta de una amnistía impropia concedida por el Estado profundo a partir de que el mandatario catalán, acosado por la corrupción, pronunciase aquella alusión a la siega y zamarreo de las ramas de un metafórico árbol, no sé si del bien y del mal, del que no se sabe qué podrían caer.

En fin, que se nos está quedando una Transición bonita, aunque ya ha comenzado el despliegue de los soldados de la corte para situar a todos aquellos que están pidiendo explicaciones y aclaración de las implicaciones en la conducta del hoy honorífico rey en un complot antisistema cuyo objetivo último no sería otro que la figura del rey, su hijo. Igual reculan porque los niños son muy de sus madres y la madre, también honorífica como su marido el de los audios, está que fuma en pipa tabaco griego. Entre los detritos de la Transición aparecerán, sin duda, más tarde que nunca, muchas más facturas pagadas por el pueblo soberano y una chaqueta de pana. Tiene usted razón, doña Lola, ¡qué dolor de Felipe!

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