El día a día de una mujer con proyección pública incluye una o muchas de estas frases, siempre con el mismo repertorio de alusiones al cuerpo, la sexualidad y la vida privada; nada nuevo, pero las redes sociales y la ausencia de controles han hecho que en los últimos años se multiplique su frecuencia e impacto y la impunidad
Emma Vallespinós: “A las mujeres con mucha seguridad en sí mismas se las juzga fatal”
“Tú no debes tener miedo a que te violen, nadie se atrevería por la cara de asco que tienes”. “No te tocaría ni con un palo”. “Pobre del que se atreva a ser tu pareja”. “Está donde está porque la ha fecundado un macho alfa”. “Puta”. El día a día de una mujer con cierta proyección pública incluye una o muchas de estas frases o bien otras parecidas, pero siempre dentro del mismo repertorio, uno repleto de alusiones al cuerpo, la sexualidad y la vida privada. No es nada nuevo, aunque la repercusión de las redes sociales y la ausencia de controles o filtros han hecho que en los últimos años se multiplique la facilidad con la que llegan, la frecuencia, el impacto y la impunidad.
No obstante, uno de los ejemplos recientes con más repercusión no ha sido digital, sino analógico. La diputada del PP Ana Belén Vázquez denunció hace unos días el contenido de una carta anónima que había recibido. “Tú no debes tener miedo a que te violen, nadie se atrevería por la cara de asco que tienes, la voz de perra sarnosa, por si les muerdes o les contagias alguna ETS (…) Si tienes así la boca por tus acciones orales, cómo tendrás el orificio de atrás…”, decía la misiva entre otras frases en las que, por ejemplo, se le acusaba de ser prostituta.
El Congreso también ha sido el lugar en el que otras políticas han recibido ataques machistas por parte, incluso, de otros partidos. Es el caso de Irene Montero, que tuvo que escuchar de manera repetida descalificaciones que hacían referencia a su vida personal. “El único mérito que tiene usted es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”, le llegó a espetar la diputada de Vox Carla Toscano.
Vallespinós habla de tres categorías principales de insultos: los comentarios que hablan de tontas «o poco inteligentes», los que apuestan por el físico, con palabras clave como feas, gordas, o asco, y el «zorras o putas»
La periodista Emma Vallespinós, autora de No lo haré bien (editorial Arpa), cree que la carta recibida por la diputada popular contiene todos los “elementos básicos” que se usan contra las mujeres: “Es muy gráfico cómo se nos insulta: el insulto siempre busca herir o humillar al otro, pero los insultos que se nos dirigen a nosotras siempre van hacia el mismo lado”. Vallespinós habla de tres categorías principales: los comentarios que hablan de tontas “o poco inteligentes”, los que apuestan por el físico, con palabras clave como feas, gordas, o asco, y el “zorras o putas”.
Luciana Peker, periodista argentina, está de acuerdo: “Los ataques a las mujeres se centran en el cuerpo y la sexualidad, en si son putas o incogibles. Desde hace muchos años decimos que las mujeres son atacadas por ser gordas, por ser flacas, por tener mucho sexo, por tener poco sexo, por ser viejas, por si son atractivas o por si ‘no te toco ni con un palo’, porque es claramente donde más le duele a las mujeres”. En un mundo patriarcal en el que valor de las mujeres parece residir en su sexualidad, su belleza y en tener una pareja (hombre, si puede ser) a su lado, nada se considera más humillante o doloroso para nosotras que aludir al sexo que tenemos o no, los novios que tenemos o no, el cuerpazo que tenemos o no, lo deseadas que resultamos para otros o no.
“Todas las mujeres recordamos nuestro primer ‘puta’, te marca, te hace sentir humillada porque además suele venir a una edad muy temprana. Pero eso ya nos acompaña a lo largo de nuestra vida adulta”, remarca Emma Vallespinós. Peker subraya que, si bien los hombres reciben también odio y violencia en redes, los mensajes con que les atacan no incluyen esas connotaciones sobre su sexualidad o su cuerpo. “Y al mismo tiempo, ni su sexualidad ni su cuerpo o sus relaciones de pareja están tan afectadas por sus posiciones políticas como en el caso de las mujeres”, añade.
Disciplina y malestar
Esa sexualización y la connotación de género que conlleva para las mujeres este tipo de ataques es algo que subrayan expertas e investigaciones. Si bien la ONU señala que niños y hombres también pueden sufrir este tipo de violencia, apunta a que niñas y mujeres tienden a recibir una violencia específica marcada por el género, también en los contextos digitales. Un reciente estudio del Lobby Europeo de Mujeres financiado por la Unión Europea agrega que esa violencia suele estar “sexualizada” y que su prevalencia e impacto en las mujeres está claramente infravalorada.
“Lo más importante a destacar es que tiene un carácter disciplinante, que el resto de las mujeres sepan lo mal que se pasa, que eso es lo que les sucede a las mujeres que tienen voz propia o que ejercen cierto poder o que hacen valer su opinión”, asegura la directora del Instituto de las Mujeres, Cristina Hernández. Esa “cuestión sexual” tan fuertemente presente en forma de chistes, metáforas, memes y comentarios, prosigue, está también ligada a la idea de que las mujeres usan el sexo como manera de llegar a determinados lugares. “La igualdad no solo es la paridad sino estar en igualdad de condiciones, que nos cueste lo mismo estar en política o en el espacio público, y es evidente que no es así”, zanja.
Amnistía Internacional habla de la violencia digital, concretamente de la «violencia de género facilitada por la tecnología”, que sufren periodistas, comunicadoras y políticas y que puede ocasionar daños psicológicos «graves» y, en casos extremos, ideaciones suicidas
El alcance de este tipo de violencia hacia las mujeres está ya documentado, también sus consecuencias. El informe del Lobby Europeo de Mujeres habla de una “explosión exponencial” de la violencia digital contra mujeres y niñas en la última década. Esa violencia puede tomar la forma de acoso online, discursos de odio, compartir material íntimo… y es cometida por conocidos (parejas o exparejas) pero también por individuos anónimos, dice el informe, que destaca precisamente los ataques y discursos misóginos alimentados en las redes por grupos ultra y por la manosfera.
Amnistía Internacional también habla de la violencia digital, concretamente de la “violencia de género facilitada por la tecnología”, que sufren, sobre todo, periodistas, comunicadoras y políticas. La organización señala los daños psicológicos “graves” que puede ocasionar a las mujeres (ansiedad, depresión, estrés postraumático y, en casos extremos, ideaciones suicidas y autolesiones), el aislamiento y el riesgo de merma de la libertad de expresión y de la participación política.
El silencio
Luciana Peker asegura que el riesgo no es el silenciamiento, porque el silenciamiento “ya es una realidad” en América Latina y también en países como España. De hecho, la escritora cree que nuestro país no está sabiendo medir de qué manera la alianza entre los grupos ultras y la extrema derecha de distintos lugares del mundo está potenciado la estrategia de violentar y acosar a mujeres con voz pública. “Y está funcionando”, subraya.
“Al final esto hace que las mujeres pongan todo en una balanza y se pregunten: ¿merece la pena hablar, exponerse, si lo que llega es este enorme odio y asco ajeno?”, dice Emma Vallespinós. El tan nombrado “síndrome de la impostora” –que alimenta la dificultad de encontrar mujeres para actos públicos, tertulias, programas, artículos, etcétera– tiene como trasfondo este coste personal que pagan las mujeres y que aparece en los informes citados: falta de confianza, ansiedad, estrés, problemas de autoestima, ataques de pánico. “Eso es lo que buscan, llenarnos de desconfianza y miedo, que nos lo pensemos antes de atrevernos a esa osadía que es exponerse, dar nuestra opinión o hablar en público”, afirma la periodista. Al final, restringir comentarios, cerrar cuentas, silenciar o, incluso, abandonar las redes, son los únicos parches que las mujeres encuentran para tratar de frenar los ataques. Es decir, coartar nuestra libertad de expresión y nuestro derecho a ocupar esos espacios.
Otro informe, en este caso uno del Centro Internacional de Periodistas hecho para la UNESCO en 2021, ya alertó del “fuerte incremento” de la violencia en línea hacia las periodistas y de cómo, “políticos y proveedores de desinformación” convierten las redes sociales en armas contra ellas: “Operativizan el abuso de género en línea para enfriar los reportajes críticos y socavar la confianza pública en el periodismo”.
La que escribe no recuerda su primer “puta”, pero cuesta olvidar algunos de los comentarios que cientos de usuarios deciden hacer sobre ti solo porque les molesta tu opinión, o algo de lo que has dicho o escrito les parece intolerable. O por tu mera existencia, o por la posibilidad de desquitarse sabiendo que no tendrá ninguna consecuencia para ellos. “Menuda hija de puta eres, Ana. Pobre del que se atreva a ser tu pareja”, “el periodismo siendo mujer de las pierna abiertas tiene que ser la hostia” o “deberías follar más” son algunos muy recientes. Aunque mi favorito de los últimos tiempos es este: “A ti no te silba ni una tetera”. A veces todas nos intentamos reír, pero ni siempre apetece ni siempre se consigue.