PP: la osadía de culpar a otros de corrupción

Hace falta una osadía sin límite para presentar una querella contra el PSOE por corrupción, desde el PP, un partido tres veces condenado por la Audiencia Nacional y un inacabable número de casos y síntomas. La puesta de largo fue en la boda de la hija de Aznar. Caen los subalternos, pero no las cabezas. Salvo, hoy, Zaplana

La querella del PP pide que se impute al PSOE en base a testimonios anónimos publicados por un medio

El paso siguiente era judicializar la política. Y es el que acaba de dar el PP al denunciar al PSOE por financiación ilegal y sostener que “hay una corrupción sistematizada” cuya cabeza es el presidente del Gobierno. Y lo hace casi al mismo tiempo que la justicia condenaba a uno de sus líderes, Eduardo Zaplana, ex ministro de Aznar y presidente de la Generalitat valenciana, a 10 años de prisión como jefe de la trama corrupta del caso Erial. Hechos que sucedieron entre los años 1997 y 2000 y que consistieron básicamente en el cobro de mordidas en el proceso de concesión de las ITV de la comunidad, a través de diferentes delitos como prevaricación, cohecho, falsedad de documentos y blanqueo de capitales. Le impone además multas por valor de más de 25 millones de euros.

Todo lo que tiene el PP para enviar a su servicial portavoz Borja Sémper con una denuncia a la Audiencia Nacional es una fuente anónima en un diario digital de la bulosfera, financiado por el PP.  El Partido Popular adquiere la táctica de la ultraderecha que forma parte de sus genes. Lo que no se consigue directamente con jueces afines que allanan el camino, se empuerca con largos procesos que alimenta la tercera gran pata del clan: sus medios. Intento de lawfare clásico –según los indicios–  en el que, como mínimo, se logra ensuciar la vida pública durante un tiempo que en algunos precedentes ha durado meses o años. Y crispar a la sociedad para que le dé ya lo mismo ocho que ochenta y solo quiera huir de la tarea de buscar información rigurosa o una solución que por experiencia sabe está destinada a eternizarse.

Hace falta una osadía sin límite para presentar una querella contra el PSOE siendo dirigentes del PP, un partido tres veces condenado por la Audiencia Nacional en la trama Gürtel. La sentencia, clarísima, dio por hechos probados que el PP se lucró, usó mordidas para “pagar eventos del partido” y sus cargos crearon una “dinámica de beneficio mutuo” con la organización corrupta de Correa.

 El caso Koldo, Aldama, Ábalos o como quieran llamarle habrá de esclarecerse hasta el final. Sin duda. En la verdad que sea. El informe de la UCO, por cierto, no denuncia en parte alguna lo dicho por el supuesto empresario anónimo en el que basa su querella el Partido Popular. Pero lo peor es que el PP está lleno de Koldos –y de poderosas Koldas– porque son el ADN del partido prácticamente desde su fundación. Hace falta osadía, desde luego, también para llamar imbéciles a toda la ciudadanía decente de este país, que no ha nacido esta mañana sin memoria.

El desenfado que el PP usa en sus acusaciones a otros permitiría afirmar que es en su propio partido donde existe una “corrupción generalizada”. Y muy larga en el tiempo. La gran puesta de largo de esa corrupción del PP se hizo entre fastuosos oropeles, en la boda de la hija de Aznar celebrada en El Escorial un soleado día de septiembre de 2002. Fue como el enlace de una Infanta de España. Entre los 1.100 invitados que llenaron el parking con hasta 200 coches oficiales, figuraba también la flor y nata de la corrupción nacional e internacional. Hasta Berlusconi acudió. Se dijo que la trama Gürtel aportó una buena parte de lo que costó el evento. El cabecilla, Francisco Correa, fue uno de los pocos que pagaron sus delitos con cárcel: 10 años hasta conseguir el tercer grado penitenciario. Se habló de una boda maldita porque algunos de los asistentes tuvieron luego mala suerte en la vida. Caídas físicas y en desgracia, cárcel y hasta repentinos fallecimientos. Hubo uno incinerado sin autopsia apenas dos horas después de suicidarse, según nos contaron.

Hay gente que entonces era muy joven entre los destinatarios principales de los mensajes del PP y sus escisiones a la ultraderecha. Por eso conviene recordar algunos hitos. Daba tanto juego la corrupción del PP que se le podía haber sacado hasta más provecho, incluso lo propuse en una columna de El País: declararla Bien de Interés cultural de España, creando distintos parques temáticos para el turismo local y extranjero.

Ay, aquellos aeropuertos sin aviones como el de Castellón, Ciudades de la Cultura sin cultura, como en Galicia, o de la Justicia sin justicia en el Madrid del tamayazo, punto decisivo de aquella trama impune que consagró el régimen iniciado con Aguirre y que hoy regenta Ayuso. La actual presidenta madrileña no parece ajena a la tradición del PP al haber levantado un hospital sin quirófanos ni enfermos graves durante la pandemia y triplicando el presupuesto. Lamentable, esto ocurría mientras se dejaba sin asistencia médica a los ancianos enfermos en residencias, al punto de que murieron 7.291 asfixiados y solos. Son prioridades de sus dirigentes y el PP ha ido incluso a más y a peor: son cada vez más dolorosas, si cabe.

Pero es que el pueblo también participa, más a sabiendas que engañado; de otro modo no se entendería lo ocurrido durante tantos años. En este país hemos visto salir entre aplausos de los vecinos a alcaldes condenados por corrupción tras cumplir condena. Y el mapa de sus “casos” cubre las letras de casi todo el abecedario. Tienen por ahí diversas listas a consultar. Apabullantes, en número y contenido. Todavía quedan flecos de Gürtel, Lezo, Púnica, Erial, Kitchen entre la treintena de causas en los juzgados que no han disfrutado de la celeridad que le prestan algunos jueces cuando se trata de buscar indicios bajo las piedras como ocurre con Peinado y sus particulares objetivos, entre otros.

Lo más curioso, fíjense, es que todas las cabezas de las diferentes tramas se han librado por completo de culpa, incluso algunos de imputaciones. Aznar, Rajoy, Aguirre y unos cuantos más salen impolutos e intocables de asuntos en los que son condenados sus subalternos. Dudo que la sentencia de 10 años a Zaplana vaya a invertir la tendencia. Nunca ha encontrado la justicia española al M.Rajoy de los papeles de Bárcenas –otro ilustre excarcelado–. Pero detengámonos un momento en el caso de Jaume Matas en Baleares, porque fue de verdadero escándalo y ayuda a entender el mecanismo.

El expresidente balear y exministro de Aznar Jaume Matas fue condenado en marzo de 2012 a más de seis años de prisión en el primero de los juicios sobre el caso Palma Arena. Tres magistrados de la Audiencia de Palma le consideraron culpable de los delitos de malversación, fraude, prevaricación y falsedad documental. La acusación pedía ocho años y medio de condena. Pero, tras diversos avatares, la pena se redujo a ocho meses, únicamente por tráfico de influencias, con un voto particular de un magistrado, Alberto Jorge Barreiro. A pesar de haber una estructura jerárquica piramidal, como quedó demostrado, se cargó el muerto a sus subalternos y él se libró. Lo escribí aquí.     

Por ahí andaba, en una de las piezas separadas, el caso Nóos. La Infanta Cristina de Borbón fue noticia internacional a causa de su imputación. También quedó libre, porque no se enteraba de nada de cuanto hacía su marido y ambos disfrutaban y entendieron que así no había incurrido en delito. Eso sí, nos castigó con su desprecio a los españoles, según declaró.

No está de más recordarlo, porque el Síndrome Infanta Cristina es profuso en dirigentes del PP. Ocurre con Aguirre, libre, con buena parte de su charca de ranas condenada, y está sucediendo, sin ir más lejos con el presidente gallego, delfín de Feijóo. Rueda asegura que desconocía las contrataciones a dedo al hermano de su mano derecha en la Xunta de Galicia, denunciadas en exclusiva por este diario.

Decenas de veces nos hemos llevado las manos a la cabeza. Lo que no podía continuar se agrava, en lugar de registrar la menor mejora. Los Papeles de Bárcenas nos mostraron el rosario de sueldos, sobresueldos, prevaricaciones y comisión de favores, contabilidad B para nuevas prebendas a ocultar, que venía anotando el ex tesorero del Partido Popular en todos sus detalles durante dos décadas. Lo negaron todo… salvo alguna cosa, y sus voceros en nómina –de dinero o poder– hicieron cuanto pudieron por sembrar la confusión. Cualquier Gobierno hubiera caído solo con esto, con los SMS del presidente del partido y del Gobierno Mariano Rajoy al tesorero pringado: “Luis, sé fuerte”, “Luis, nada es fácil, pero hacemos lo que podemos”. El de Rajoy no, no entonces. Ni con las cloacas del Estado para tumbar a adversarios políticos. Gravísimas desde el punto de vista democrático, porque alteraron los resultados electorales. Había que haber reseteado hasta al PP en pleno. Cuando la condena de la Gürtel sí implicó al partido, tuvo que irse por una moción de censura que no han perdonado. Pero se fue.  

Es imposible resumir ese cáncer que sufrimos en España. Hubo casos muy sonados en el PSOE hace años. La corrupción también tumbó al Gobierno de Felipe González, que perdió las elecciones de 1996, aunque él no parecía implicado a primera vista. Sí, Juan, el hermano del vicepresidente Alfonso Guerra y, a gran escala, Luis Roldán, que había sido el primer civil en dirigir la Guardia Civil. Pero por tramas familiares de corrupción en el PP no será. Y globalmente siempre ha estado en cabeza.

En conjunto, la corrupción española da para una enciclopedia, ha diezmado el erario y ha sido censurada varias veces por el grupo GRECO del Consejo de Europa. La burbuja inmobiliaria de nuestros llantos, inflada por Aznar y Rato y origen de muchas disfunciones, creó también incontables bolsas de un variado registro de actos criminales. 

El colmo es que además nos infecten de crispación. Cada día sueltan a sus portavoces Gamarra y Tellado con sus rugidos y una falta de ética que espanta, cuando no al propio Feijóo y siempre a Ayuso –tan brava como sospechosamente segura de su impunidad–. Son como una descarga eléctrica para fundir los nervios de cualquier ciudadano decente. Se diría que cada mañana desayunan nitroglicerina y píldoras del principio de transposición de Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler que enseñó las más perversas tácticas del fascismo. En este caso “culpar al adversario de tus propios delitos”. Y solo la impotencia de verlo ya crea malestar.

Es insoportable. Inadmisible. Y tiene culpables en un amplio círculo. Igual que soluciones, aunque exigirían acciones contundentes. A la espera de la nada que ocurra en ese sentido, al menos que no se rían de los ciudadanos demócratas, informados y éticos. Si solo recordar toda esta basura enerva, imaginen qué es seguir viviéndola y padeciéndola cada día, con aspiraciones a sentarla en La Moncloa para hacer ya la faena completa.

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