«Es demasiado elitista»: la Barcelona desengañada con la Copa América choca a pie de calle con la euforia ‘kiwi’

Los neozelandeses toman las ‘fan zones’ en el tramo final de la competición mientras algunos comerciantes y restauradores del litoral lamentan que ha beneficiado solo a negocios de ‘alto standing’

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Son las 12.00 en punto en la playa de la Barceloneta cuando el ruido de las bocinas de los grandes yates de lujo, todos a una, sorprende a los transeúntes ajenos a la Copa América de Vela. “Están despidiendo y animando a los equipos que salen a competir”, se afana en aclarar Angela Patel, aficionada neozelandesa, cuando la abordan, intranquilos, un grupo de turistas. 

La Copa América está a dos o tres jornadas de bajar el telón en Barcelona. Los aficionados, con mayoría neozelandesa aplastante –los kiwis–, esperan la victoria del vigente campeón, el Emirates Team New Zealand. Las zonas de fans, desde el Race Village del Port Vell hasta el de la Plaça del Mar, se van llenando a medida que avanza el día y, aunque sin aglomeraciones, dejan atrás las imágenes con stands medio vacíos de las primeras semanas de septiembre. 

A escasos 50 metros de la playa, Pedro Marco se prepara para levantar la persiana del Refugi del Port, un restaurante con cuatro décadas de tradición en la Barceloneta. Transcurridos mes y medio de regatas, con actividades culturales y deportivas vinculadas al evento, este hostelero reconoce sin tapujos que no ha sido lo que esperaban. “Los restaurantes de alto standing quizás lo han notado, pero los que somos de gama media, no”, dice. “Es un deporte demasiado elitista”.

Los restaurantes de alto standing quizás lo han notado, pero los que somos de gama media, no

La Copa América de Vela, celebrada primera vez en la capital catalana y anunciada a bombo y platillo por las principales administraciones desde 2022, ha dejado fríos a no pocos vecinos, comerciantes y restauradores. Sobre a todo quienes esperaban beneficiarse de unas cifras de asistencia y de impacto económico que ahora cuestionan.

Una de ellas es Mónica Delgado, taxista, que califica de “batacazo” el que se ha llevado junto con algunos de sus compañeros. “Teníamos muchísimas expectativas por todo lo que se montó, por las afectaciones de tráfico, por las obras… Se esperaba mayor incidencia”, relata. “Yo, sin ir más lejos, no he subido a nadie vinculado a la Copa América en todo este tiempo”, concreta. Y añade que por el perfil de muchos de los asistentes, quizá han recurrido al alquiler de vehículos privados con chófer.

Las cifras con las que se presentó la Copa América fueron las de un impacto económico sobre la ciudad de cerca de 1.200 millones de euros, una estimación que elaboraron académicos de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) con los datos proporcionados por la organización, la empresa America’s Cup Event (ACE). El grueso de ese retorno debía proceder de los visitantes, la mayoría extranjeros, y de su gasto en la ciudad. Iban a ser entre 2,5 y 3 millones de asistentes, según un primer informe elaborado por los promotores y difundido por la Generalitat a petición de la CUP. 

Teníamos muchísimas expectativas por todo lo que se montó, por las afectaciones de tráfico, por las obras… Se esperaba mayor incidencia

Con el tiempo, sin embargo, el semanario La Directa destapó que en ediciones anteriores la organización contabilizó como asistentes a cualquier transeúnte que pase por las zonas de fans. Tampoco los datos de audiencia reales se corresponden con el repetido eslogan de que se trata de tercera competición deportiva más seguida del mundo (en España, las retransmisiones de TV3 y TVE no han alcanzado en ningún momento el 1% de cuota de pantalla). 

Si el Gremio de Hoteles de Barcelona celebraba antes del verano que la Copa América iba a traer ocupación plena y una asistencia “masiva”, este septiembre también rebajaron el tono. Aseguraron en rueda de prensa que la incidencia del evento deportivo sobre sus reservas no sería “excesivamente importante”, aunque es un “gran escaparate” para la ciudad.

“La promoción que hace la Copa América de Barcelona es espectacular, y va en la línea de un turismo de alto poder adquisitivo y no masificado que nos interesa”, precisa el responsable de un hotel barcelonés. Fiel defensor del evento, admite al mismo tiempo que su impacto no se calcula en reservas. “En términos cuantitativos, tiene poca trascendencia, no se puede comparar con un Mobile World Congress, y eso desde el mismo Ayuntamiento ya lo saben”, apunta. 

Desde el consistorio aseguraban el pasado 9 de octubre, antes de iniciarse las regatas finales, que la asistencia a las zonas de aficionados, la mayoría de acceso público, había sido de 1,6 millones de visitas –que no de visitantes, que es lo que se mencionaba en los primeros informes y lo que publicaron numerosos medios de comunicación en su día–. Además, el Ayuntamiento, liderado por el socialista Jaume Collboni, defiende sobre todo que la competición dejará un legado deportivo y de economía azul (las empresas vinculadas a la actividad marítima) que se apreciará con el tiempo. 


Asistencia de público en la final de Cópa América en la ‘fan zone’ de la Plaza del Mar, en la playa Barceloneta

Los ‘kiwis’ toman la ‘fan zone’

Poco antes de las 14.00 horas, cuando empiezan las regatas que duran hasta las 16.00, una trabajadora de la Race Village del Port Vell apura su tupper y hace balance como empleada del evento. “Salvo las horas de competición, y especialmente los días que no hay regata, es verdad que esto ha sido un desierto”, señala. “Estos paseos estaban totalmente vacíos”, añade, mientras señala las calles que forman los stands y por las que ahora desfilan decenas de personas. 

En plena hora punta, son varios centenares de aficionados, en su mayoría del Team New Zealand, los que vibran con cada lance de la carrera retransmitida en las grandes pantallas. No hay una sola silla vacía; tampoco demasiada cola para pedir una cerveza o una hamburguesa. En el recinto de la Barceloneta, los seguidores llenan el lugar hasta sentarse en el suelo. Otros, sumados a los turistas curiosos, ocupan parte de la playa.

“La verdad es que en Barcelona hay tantos turistas que parece que somos muchos los fans de la vela, ¡pero creo que solo somos los neozelandeses!”, se ríe Barry Atkins, uno más entre la marea kiwi. Neozelandés afincado en Londres, empresario alimentario jubilado y navegante por afición con un velero en el sur de Francia, Atkins repasa mentalmente todas las finales de la Copa América a las que ha asistido. Auckland, Valencia, San Francisco… y ahora la capital catalana.

«La verdad es que en Barcelona hay tantos turistas que parece que somos muchos los fans de la vela, ¡pero creo que solo somos los neozelandeses!»

“La organización ha sido buena”, evalúa este veterano, que no tiene reparos en entrar de lleno en el debate ciudadano que ha ocasionado el evento: “Entiendo que muchos barceloneses no se sientan cercanos a la competición, sobre todo si hablamos de barcos extremadamente técnicos y propiedad de milmillonarios”. “Yo no me considero una persona elitista”, añade, “pero puede que esto lo sea”, concluye mientras señala los veleros que al otro lado de la pantalla surcan las aguas barcelonesas. 

Los superyates cumplen expectativas

Si alguien puede presumir de haber cumplido expectativas, antes incluso de que acabe la Copa América, es BWA Yachting Spain, la filial española de la mayor agencia de yates de lujo. Preveían que atracaran unas 200 grandes embarcaciones en las marinas de lujo de la ciudad para atender a la competición y finalmente han sido entre 250 y 300. “El evento ha sido tan popular que hemos tenido que colaborar con el Puerto de Barcelona para habilitar atraques adicionales”, señala su gerente, Antonella Della Pietra. 

Ni en la Marina Vela, ni en el Port Vell cabe un alfiler. Abundan los superyates de varios pisos, piscina y tripulaciones que se cuentan por decenas. El más grande ahora mismo es el Opera, propiedad del jeque emiratí Abdullah bin Zayed, de 146 metros de eslora. Otro de los más lujosos es el Vava, del magnate Ernesto Bertarelli, propietario del equipo suizo que competía en la Copa, el Alinghi Red Bull Racing. Según los cálculos de BWA, los muelles barceloneses habrán alojado a unos 4.000 visitantes, a los que hay que añadir otros 4.000 tripulantes.

La jornada termina con una doble derrota inesperada para los neozelandeses, que deja el marcador abierto: por ahora 4-2 frente Ineos Britannia. Un duro revés a la euforia que gastan desde hace días los kiwis, que ya se veían acariciando el título. 

Los barcos regresan al muelle y dejan atrás un hormiguero de veleros y demás embarcaciones que emplean los aficionados también para seguir la copa. En el paseo del Mirador, a la sombra del imponente Hotel Vela, algunos curiosos observan el repliegue. 

Desde ese mismo punto, cuatro horas antes, Quique Vivanco y su colega jugaban a adivinar la silueta a lo lejos de los dos veleros competidores. Llegados desde Calella, a 50 kilómetros de Barcelona, querían asistir al menos una jornada de un deporte del que son aficionados.

“Queríamos venir más días, pero ya vimos claro que se sigue mejor desde casa”, comentaban. Explicaba Vivancos que tiene un amigo con un velero en Arenys de Mar con el que iba a acudir al evento, pero tampoco lo vieron claro. “Ni siquiera desde el mar te dejan acercarte como para apreciarlo”.

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