Parker Finn se mantiene como director, pero cambia el planteamiento narrativo, con la maldición de la sonrisa pasando a acechar a una estrella del pop
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Si una película triunfa suele deberse a que en menor o mayor medida ha entendido la época. A Smile le pasó en 2022 algo similar a Barbie un año después: sus impulsores entendieron que actualmente la campaña promocional —la imagen que se emite a través de varios medios y genera una impresión propia— forma parte integral de la película en sí, dentro de una misma experiencia donde el hecho de ir al cine solo es un paso intermedio entre el hype cosechado y la reacción posterior en redes sociales. Paramount, por su parte, había dudado originalmente del éxito de Smile: su primera idea había sido estrenarla en streaming, dentro del servicio inexistente en España Paramount+.
Por suerte cambió de opinión, y hubo quien pensó que la sonrisa inquietante que focalizaba la película de Parker Finn podía ser muy jugosa en términos publicitarios. El estudio orquestó entonces una ambiciosa campaña viral para anticipar el estreno, teniendo como culmen varios partidos de la Major League de béisbol donde filas enteras de espectadores aparecían sonriendo con los ojos inexpresivos. El resultado fue excelente: desde un presupuesto escasísimo, Smile recaudó 217 millones de dólares. Fue la película de terror más taquillera del año y convenció a Paramount de no llevar tampoco su remake musical de Chicas malas a plataformas (con otro rentable recorrido en taquilla). De cara a la inevitable Smile 2, los ejecutivos del estudio han querido diseñar otra promoción que no le ande a la zaga al aparataje de la primera película.
En este caso, Smile 2 no se ha presentado directamente como una secuela, sino que estaba más preocupada por introducir en la conversación a una nueva estrella del pop, Skye Riley. Su primer single, Blood on White Satin, fue lanzado en junio de 2024, con alguna que otra pista de qué anunciaba realmente. Esto se fue aclarando en las semanas posteriores con la excusa de que, en Smile 2, la persona acosada por la maldición de la sonrisa sería una cantante interpretada por Naomi Scott (vista en Aladdin o la nueva versión de Los ángeles de Charlie). Lo gracioso en este punto es que la estrategia de Paramount coincidió con el estreno de La trampa de M. Night Shyamalan, que tenía como centro a otra estrella pop ficticia, Lady Raven, interpretada por la hija del director.
Sea como sea, la promoción de Smile 2 ha intentado renovar lo que tanto sorprendió de la primera, pero limitarnos a hablar de publicidad y construcción mediática no terminaría de explicar el atractivo de esta franquicia. Ha de haber algo en su trama, en esa sonrisa, que apele a la gente.
Lo que esconde la sonrisa
A nivel puramente visual, las películas de Smile son muy eficaces. Finn estuvo espabilado cuando, a través del cortometraje Laura hasn’t slept, imaginó un mal demoníaco que recordaba al de títulos de terror previos como It follows o (volvemos a Shyamalan) El incidente. Este mal contagioso movía a las personas a suicidarse, pero el acierto de Finn (que debutó en el largo con Smile gracias al recorrido de Laura hasn’t slept) radicó en que se manifestara con una amplia sonrisa, más perturbadora cuanto menos se correspondía con un rostro ausente. Finn trabajaba desde el imaginario de los payasos —donde esa sonrisa maquillada sigue siendo muy socorrida en la actualidad, como demuestra la cercanía en carteleras de Joker: Folie à deux y Terrifier 3—, así como desde otras concreciones inhumanas dentro de la cultura de masas, como pudieran ser los smileys amarillentos o esa imposición de felicidad en la que el capitalismo se siente tan cómodo.
En una época donde los Museos de la Felicidad son algo que existe —en Madrid hay uno lleno de instalaciones con nombres como “Risódromo” o “Abrazómetro”— y el uso de las redes sociales se entiende según la transmisión de una imagen que quienes te rodean puedan entender como aspiracional —esto es, una imagen “feliz”—, la sonrisa ominosa de Smile está llena de connotaciones. Su voluntarioso desfile por las películas de Finn perturba, cómo no va a hacerlo, y resulta todavía más impactante gracias a unos manierismos con la cámara que el director parece haber recogido del cine de Ari Aster. Los planos sostenidos y las angulaciones extremas —en muchas ocasiones los encuadres de Smile se quedan literalmente al revés— alternan con los sustos más ruidosos y vulgares, propios de Expediente Warren, para generar un malestar constante.
A todo esto hay que añadir las intenciones del guion, mantenidas con ligeras diferencias entre Smile y Smile 2. Puede que aquí tengamos el elemento más débil, y a la vez otro motivo por el que la primera película encajó tan bien. Smile no se limita a que el terror de su sonrisa fluya según esta reconocible codificación cultural y los abundantes jumpscares, sino que también ha de situarlo en un estilo de escritura que hoy día cotiza al alza: la escritura psicologista, donde el mal demoníaco puede hacer de las suyas gracias a la explotación de un trauma previo que atormenta al personaje protagonista. De este modo Smile encierra su trama en una subjetividad exclusivamente individual, donde cada giro o desgracia ha de deparar el lamento solipsista, aislado de los demás personajes.
Fotograma de la primera ‘Smile’
No deja de encajar con ese Universo Instagram implícito en la sonrisa —un universo donde dichos lamentos soportan la retórica del coaching y de una supuesta salud mental que basta con que quede entre tú y tu terapeuta—, pero en el caso particular de Smile al final esto le restaba mordiente al terror. El humor negro y las estampas mordaces iban perdiendo fuerza según lo importante pasaba a ser la relación de Rose (Sosie Bacon) con su trauma, convirtiendo a Smile en una película mucho más condescendiente e inane de lo que merecía su abrasivo concepto.
Para Smile 2 Finn ha querido paliar estos defectos según un propósito muy encomiable: concebir una posible saga de Smile según relatos de terror autónomos donde la maldición sea la única argamasa visible. Por eso Smile 2 es una película notablemente distinta a la primera, y notablemente mejor.
Terror en The Eras Tour
El enlace de Smile 2 con el film anterior se reduce a un prólogo encabezado por Kyle Gallner (personaje secundario de Smile), necesario para justificar el nuevo rumbo de la maldición. O, mejor dicho, para reintroducir al simpático demonio detrás de ella, que ahora se desplaza a un escenario totalmente nuevo y prometedor: los multitudinarios conciertos pop y las artistas, del estilo Dua Lipa o Madison Beer, que lidian con legiones de fans obsesos. Ya antes de ser acechada por la maldición Skye Riley trae bastante sufrimiento de serie: adicciones, un novio muerto, una madre controladora o un accidente de tráfico que le ha dejado una cicatriz que trata de ocultar en sus actuaciones.
La irrupción de la sonrisa en este contexto no solo es devastadora, sino que tiene muchos más ingredientes con los que jugar. Finn saca un provecho especial del fandom enfermizo llegando a recordar a la paranoia de Perfect Blue —el mítico anime de Satoshi Kon dedicado a una idol japonesa en pleno colapso—, y marcándose escenas deliciosas en su malicia como el photocall o el posterior allanamiento de morada. Estos recursos, sin embargo y al contrario que Perfect Blue sin ir más lejos —o La trampa de Shyamalan, mucho más amable con el fenómeno—, no pretenden dibujar una panorámica de la actual escena pop o de cómo puede alienar a sus cabezas visibles. Las intenciones de Finn son, finalmente, más parecidas a las de la primera película.
En ese sentido Smile 2 es igual de previsible que la entrega anterior, volviendo el guion a transitar dócilmente por frases lánguidas y simplonas que acoten el sufrimiento del personaje de Scott —“Hago daño a todo aquel que me rodea”, repite machaconamente la protagonista— sin que se perciba más que un fetichismo hueco por dicho sufrimiento. Esta impostura tan contemporánea, que no terminaba de estallar en la primera Smile, aquí sí lo hace gracias a la sobrecarga de traumas que exprimir, de nuevos contextos para hacerlo y de, sobre todo, una bienvenida mezquindad por parte de Finn. Por resumir, Smile 2 se divierte mucho más torturando a la protagonista de lo que le hizo la película anterior. Hay un poso despiadado, casi punitivo, en el desarrollo de la trama.
Otra sonrisa siniestra en ‘Smile 2’
Esto se evidencia tanto en un gore más generoso —hay ocasiones en las que saltan flashbacks con el único motivo de mostrar a alguien desmembrado—, como en la costumbre reiterada de que el demonio “engañe” a la cantante haciéndole pensar que ha alcanzado catarsis emocionales finalmente inexistentes. Costumbre esta última que quizá alargue la película en exceso, pero que favorece disfrutarla con un ánimo de fiesta nihilista a la altura de las propuestas de serie B menos acomplejadas. Como además la dirección de Finn está algo más afinada —el estilo de Aster o la alargada sombra del “terror elevado” se diluyen en un estilo orgánico, consciente de sus propias necesidades—, Smile 2 resulta satisfactoria. Incluso reveladora, en su falta de aspiraciones.
Al limitarse a transitar por el fenómeno de las pop stars para extraer los motivos y elementos más afines a sus intereses terroríficos, Smile 2 interioriza atolondradamente una serie de cuestiones problemáticas que otras películas habrían subrayado hasta la extenuación para ganar una legitimidad cultural de la que Finn pasa olímpicamente. Se percibe muy bien en su divertidísima escena de cierre. Ahí Smile 2 remite a un estreno cercano como La sustancia —totalmente legitimado desde el Festival de Cannes— para, en vez de querer sermonear a nadie, chapotear con sangre y alegría en el abismo de nuestra época. Logrando que, sin prejuicio de ninguna clase, le devolvamos la sonrisa.