El 20 de octubre de 2011 la banda anunció el final definitivo de la violencia tras décadas de actividad terrorista que implicaron el asesinato de más de 850 personas; elDiario.es conversa con dirigentes políticos, víctimas, exmiembros de la banda y representantes de la cultura
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Han pasado ya trece años del día en que, oficialmente, todo acabó. A las siete de la tarde del 20 de octubre de 2011 ETA anunció mediante un comunicado en Gara que ponía fin a más de cuatro décadas de terrorismo tras asesinar a más de 850 personas, herir a 2.600 y destrozar la vida de otras miles. Desde entonces, la ausencia de violencia ha abierto paso, poco a poco, a una normalidad añorada durante demasiado tiempo: sin escoltas, sin bombas, sin muertos, sin miedo.
Para rememorar esa efeméride, para poner en valor la conquista histórica del fin del terror y para dar cuenta de los retos pendientes, elDiario.es conversa con dirigentes políticos, víctimas, exmiembros de la banda y representantes de la cultura en mitad de los empeños de quien aún atribuye “más fuerza que nunca” a una ETA que no existe.
20 de octubre de 2011: “Esto se ha acabado”
Es jueves. La semana discurre en España en plena cuenta atrás para la campaña electoral de las generales que enfrentarán a Mariano Rajoy y a Alfredo Pérez Rubalcaba en las urnas en exactamente un mes. La prensa está repleta de referencias económicas a la prima de riesgo, a Moody’s, al umbral de la pobreza. Aún resuenan los ecos del 15-M. Y en Euskadi se respira una especie de calma tensa.
Los últimos pasos de la izquierda abertzale y del entorno de ETA y también las informaciones que se manejan en los círculos del poder político y mediático apuntan a un runrún cada vez más extendido sobre el fin de la violencia. Hay quien asegura que es cuestión de días, de horas. Pero desde la Conferencia Internacional de Paz impulsada por el independentismo vasco el lunes 17, y a la que acudieron personalidades internacionales como Kofi Annan, Gerry Adams o Jonathan Powell, nada más se había movido. Esa cita, celebrada en el Palacio de Aiete, fue interpretada como “la pista de aterrizaje” de los terroristas antes del paso definitivo.
Pero como no hay novedades, la vida sigue ese jueves en términos parecidos a los de los últimos 40 años. Y por eso al periodista Gorka Landaburu le esperan dos escoltas en la estación de tren de Pamplona. Viene de la redacción de ‘Cambio 16’ en Madrid. Cuando va en carretera camino de Zarautz, recibe algún mensaje en el móvil y le pide al escolta que conduce que ponga la radio. Son las siete de la tarde del 20 de octubre de 2011.
“ETA ha decidido el cese definitivo de su actividad armada”, se escucha a los terroristas que dan lectura al comunicado. “Luis, esto se ha acabado”, le dice Landaburu a su conductor, que le contesta escéptico. “Nunca hay que creer a ETA”. En conversación con este periódico, el periodista y víctima del terrorismo (recibió un paquete bomba en su casa que le causó graves heridas) recuerda haber vivido ese anuncio con el convencimiento de que sí se trataba del final. “Sabíamos que esa vez iba en serio. Cuando llegué a casa, abrí la puerta y vi a mi hija corriendo por el pasillo hacia mí. Nos abrazamos y empezamos a llorar. Pero le dije que estuviera tranquila, que esto se había acabado”.
En contraste con la información de primera mano que manejaban el Gobierno, la oposición y las fuerzas de seguridad, y que acreditaba que el paso era firme y definitivo tras las conversaciones emprendidas durante años con la banda por el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, el sentimiento más generalizado entre la gente de a pie, incluidas las víctimas, fue el escepticismo. “¿Cómo lo íbamos a vivir? Pues incrédulos. Estábamos cansados de ver cómo todas las negociaciones y todas las treguas acababan igual: con ETA matando, lo único que sabían hacer”, recuerda Consuelo Ordónez, presidenta de Covite y hermana del dirigente del PP vasco Gregorio Ordóñez, asesinado por la banda terrorista.
El dirigente socialista vasco, Txiki Benegas, tampoco reaccionó de primeras con demasiado entusiasmo. “Bueno, vamos a ver qué pasa”, le contestó a su hijo, el músico Pablo Benegas, uno de los integrantes de ‘La Oreja de Van Gogh’, que acaba de publicar ‘Memoria’ (Plaza & Janés), un libro en el que narra sus vivencias. “Recuerdo que esa tarde estaba en la calle, en Donosti, y que me empezaron a llegar mensajes al móvil. Lo primero que hice fue acordarme de mi padre y llamarlo. Reconozco que yo sentí alivio, pero noté en mi padre desconfianza después de tantos años en primera fila, tantos años de miedo por esa forma que tenían ellos de amedrentar, de deshumanizar y de intimidar a los que nos consideraban enemigos”, relata.
El comunicado de la banda también fue seguido en directo con gran expectación desde las cárceles, donde cientos de condenados por terrorismo cumplían pena. En la de Nanclares de Oca, uno de los centros en los que se llevaron a cabo programas de acercamiento a las víctimas, lo vio mientras cumplía condena Ibon Etxezarreta, uno de los responsables del asesinato de Juan María Jaúregi. “En mi caso pesó más la tristeza de que llegaba muy tarde, con las cárceles llenas y después de centenares de familias destrozadas”, relata.
La de Etxezarreta es una de las voces que proceden de la banda que se han pronunciado más rotundamente en rechazo a la violencia que él mismo ejerció. Y se señaló tras su ruptura con ETA como uno de los defensores de la denominada ‘vía Nanclares’ para restituir a las víctimas. “Poco antes de aquél día habíamos iniciado dentro de la cárcel unos talleres por la convivencia y habíamos tenido un encuentro con dos víctimas cuyos padres fueron asesinados. Ese encuentro y sus testimonios estuvieron muy presentes en esa larga noche del 20 de octubre. Tuvimos la sensación de que, por fin, había llegado el final, aunque muy tarde y habiendo dejado pasar un sinfín de oportunidades para que llegara antes”.
Desde la política, aquél jueves por la tarde se vivió de manera diferente. El Gobierno de España, el Gobierno vasco y el Partido Popular, entonces en la oposición, tenían toda la información de lo que iba a ocurrir. Solo fataba que se concretaran el cómo, el cuándo y el dónde. En la sede socialista de la calle Ferraz se encerró aquella tarde la que había sido cúpula política de Alfredo Pérez Rubalcaba durante su etapa al frente de Interior en la que llevó las riendas del fin de ETA. Ese grupo de máxima confianza era ya por entonces su equipo de campaña electoral como candidato a las generales.
“Obviamente teníamos toda la información y estábamos esperando a que sucediera. Lo vivimos al lado de Alfredo, que había liderado tantos años de dedicación y de esfuerzo de tanta gente”, recuerda Gregorio Martínez, jefe de gabinete de Rubalcaba, coordinador de su campaña y, en la práctica, su mano derecha y su amigo. “Me acuerdo que nos dimos un abrazo muy fuerte y nos miramos unos segundos sin comentar nada. Pero con esa mirada nos dijimos: misión cumplida”, rememora emocionado.
Al lehendakari Patxi López el anuncio le pilló de viaje en Estados Unidos. Se trataba de una reunión con empresarios vascos y una visita a la presidenta de la ONU Mujeres, Michele Bachelet, una agenda programada desde hacía semanas. Con la información de que el fin de ETA llegaría de manera inminente valoró la posibilidad de cancelar el viaje. “En ese contexto tan concreto, que el lehendakari de repente suspendiera un viaje a Estados Unidos podría haber resultado sospechoso. Lo hablamos con la Moncloa y decidimos no suspenderlo para no estropear nada”, explica en conversación por teléfono.
El comunicado de ETA le cogió concretamente en un tren de alta velocidad sin cobertura de viaje entre Washington y Nueva York. “Ese día descubrí que se puede llorar y reír a la vez. Me abracé a Begoña (su pareja, que le acompañaba en el viaje). Y nos repetimos que nunca más, que se acabó, que lo habíamos conseguido”.
Borja Sémper, actual dirigente nacional del PP y entonces de los populares vascos, también tenía información directa de que el anuncio iba en serio. “Nos tocó tranquilizar a mucha gente que, lógicamente, estaba incrédula. Llevaba mucho tiempo hablando con Guardias Civiles que estaban a pie de campo y que me iban contando que toda la lucha contra ETA estaba desembocando en la búsqueda de una manera de bajar la persiana sin que pareciera una derrota. Estaban acogotados policialmente”, narra.
Vivir sin ETA: “Ese comunicado me cambió la vida”
“Después de que mataran a Juan Mari, para mí lo más duro fue llevar escolta. Eso te cambia la vida”, cuenta Maixabel Lasa, la pareja del dirigente socialista Juan María Jaúregui, asesinado en el año 2.000. A Lasa aquel jueves de octubre para la historia le pilla en el monte, dando un paseo con sus amigos. Y fueron sus escoltas, precisamente, quienes le dieron la noticia de que ETA se disponía a anunciar que dejaba de matar para siempre.
“Yo he dejado muchos años de ir a la playa, de andar en bici o de tomar un café con una amiga porque los escoltas ya habían dejado de trabajar y yo no podía bajar sola a la calle. Darte cuenta de repente de que todo eso ya no existe, de que se acabó, de que ya no habrá más muertos, ni más gente que mira debajo del coche, ni más impuesto revolucionario…Es como, no sé, ¿pues lo hemos conseguido, no?”, explica sobre lo que significa para una víctima la diferencia entre que ETA exista o no.
Maixabel Lasa también ha participado en los programas de encuentros con presos etarras. Y por eso llegó a conocer precisamente a Ibon Etxezarreta, con el que hoy mantiene comunicación fluida. “Cuando veo a parejas de mi edad pasear juntas, a mí me da muchísima envidia. Porque no tengo a la mía, la mataron. Y siempre recordaré a Juan Mari, pero yo quiero seguir viviendo. Tengo una hija, tengo nietos y quiero vivir lo mejor que pueda. Yo no quiero ser víctima toda la vida, ¿sabes? Tenemos que seguir viviendo y esto es lo que queríamos, vivir mejor que en aquella época”, cuenta.
Etxezarreta, el preso de ETA arrepentido condenado por participar en el asesinato de su marido, también explica el impacto que supuso para él el final de la violencia. “Durante un permiso penitenciario quedé con una estudiante que estaba haciendo un trabajo sobre la violencia en Euskadi para la universidad. Antes del encuentro, entré a un bar a tomar un café y allí estaba tranquilamente un concejal tomando algo. Me alegró verlo sin escolta y me vino el pensamiento de que años antes hubiéramos vuelto a ir, una y otra vez, al mismo sitio hasta poder atentar contra él. Y esto es parte del horror que hemos dejado atrás”.
Borja Sémper también admite que fue consciente de la repercusión del fin de ETA casi en tiempo real. “Supe de la relevancia histórica, pero también personal, que eso tenía. Ese comunicado certificaba que me cambiaba la vida. Ya no me iban a matar. Llevé escolta desde los 19 años, no recordaba prácticamente la vida sin escolta. Para cualquier persona bajar la basura por la noche es un suplicio y a mí me encantaba porque significaba libertad”.
De los primeros placeres que se brindó Gorka Landaburu en su nueva vida fue pasear con su hermano por la playa de Zarautz. “Durante años y años los paseos con mi hermano Ander por el malecón eran acompañados de tres escoltas, dos míos y uno de él, que también era periodista y fue director de ‘El País’ en Euskadi. Era surrealista aquello. Y, de repente, resulta que habíamos vencido. Podíamos empezar a ir a por el pan, a la carnicería o pasear sin miedo. ¡Lo habíamos conseguido!”, celebra.
“La diferencia se nota hasta en las caras, hasta en las calles”, cuenta Pablo Benegas, de La Oreja de Van Gogh. “Se percibe hasta que se ha desmantelado toda esa estructura que les hacía adueñarse de todo el espacio público, de las plazas, de la universidad, de los institutos. Las calles eran suyas y, poco a poco, hemos sentido ese alivio y nuestros hijos ya no viven en eso”.
Consuelo Ordóñez es aún más explícita al describir el cambio que supone el 20 de octubre de 2011. “La diferencia entre que ETA mate y no mate es la vida de mi hermano, fíjate si hay diferencia. Y es una felicidad, porque no hemos vivido en este país tiempos mejores que desde que dejaron de matar. Y el que diga lo contrario…en fin”.
“¿Más fuerte que nunca? ¿Es que no les importamos nada?”
Si hay un sentimiento generalizado entre todas las personas contactadas de cualquier ideología es el del rechazo y dolor ante las afirmaciones que arrogan a ETA más poder que nunca. Las declaraciones de las últimas semanas de dirigentes del PP como Isabel Díaz Ayuso o el portavoz Miguel Tellado, que llegó a exhibir en el Congreso fotos de asesinados socialistas entre risas de la bancada popular, indignan a víctimas de cualquier afinidad política y son rechazadas también por todos los dirigentes políticos consultados, incluido el PP.
Así lo dice expresamente Borja Sémper, que evita entrar en conflicto con cualquier declaración pública de compañeros de fila, pero que expresa su rotundo desacuerdo. “Defiendo que hay algunas críticas que hacer sobre cómo se está gestionando el día de hoy en relación con el mundo de ETA, pero decir que ETA está más viva que nunca es un profundo error, porque no es cierto. Y, obviamente, no estoy en absoluto de acuerdo. Creo que la hipérbole y el trazo grueso no ayudan en nada”.
También desde la política, el que fuera lehendakari y actual portavoz del PSOE en el Congreso, Patxi López, arremete duramente contra el uso de las víctimas de ETA de una parte del PP. “Quienes nos dicen que ETA está viva, ¿nos está negando el triunfo a los demócratas? Conseguimos el sueño de generaciones enteras, conseguimos la libertad, que es un concepto enorme pero que consiste en poder subirte a un autobús o en no tener miedo por tus hijos o por tu pareja. Y yo tengo un gran respeto por los compañeros del PP en el País Vasco que sufrieron lo que sufrieron igual que nosotros, algunos de ellos incluso me han mandado mensajes diciendo que sienten vergüenza de ver a su partido hacer lo que hace”.
Esas alusiones a la vigencia etarra son recibidas entre las víctimas directamente como un insulto. “¡Qué desprecio! ¡Qué desprecio a cómo lo hemos pasado, a nuestro dolor, a tanta sangre derramada!”, lamenta la presidenta de Covite, Consuelo Ordóñez, que interpela directamente a los responsables del PP que insisten en que la banda sigue viva. “¿Es que no respetáis ni a vuestros propios compañeros asesinados? ¿Es que no os importamos nada?”.
Gorka Landaburu reivindica la memoria de sus amigos muertos ante discursos de ese tipo. “Un día, dando un paseo con mi amigo José Luis López de la Calle, él me dijo que tuviéramos cuidado, que sabía que iban a por nosotros. A los quince días lo asesinaron. Y ahora tengo que ver que algunos sacan cartelitos con su cara. Me da mucha pena que ni él ni Enrique Casas ni tantos otros que fueron asesinados y lucharon por la paz hayan podido disfrutar de estos años. Luchamos contra la dictadura de Franco y contra la de ETA. Y hemos ganado esa batalla. ¡La hemos ganado! Es una victoria de todos, conseguimos la paz y deberíamos reivindicarla. No lo hemos reivindicado lo suficiente”.
La memoria
Entre todas las personas consultadas, el del olvido y la difícil gestión de la memoria es también un temor generalizado.“Una cosa es la satisfacción de haber acabado con esto y otra cosa es que nos olvidemos, y me preocupa que nos olvidemos”, dice Patxi López. “Creo que tenemos que contarles a nuestros hijos qué pasó aquí por la dignidad de las víctimas y porque entendamos muy bien quiénes somos y qué nos ha pasado”, pide Pablo Benegas, que admite ser consciente de que no resultará fácil a una parte de la sociedad vasca. “Entiendo que debe ser muy complicado decirle a la gente que se ha destrozado la vida y que le ha destrozado la vida a tanta gente que todo eso, en realidad, no ha servido para nada. Pero tienen que drenar su odio”.
La presidenta de Covite, muy crítica con las políticas del PSOE y del PP respecto a la situación de los presos o de los casos sin resolver, reivindica que la memoria de las víctimas debe ser ante todo un reconocimiento a que fue su papel la verdadera pieza clave de la paz y no otra. “Desde 2011, este país no ha visto ninguna operación policial para el final de ETA, no ha visto detenciones de etarras de los cientos de crímenes que quedan sin resolver. Porque se pactó que no hubiera foto de la derrota de los terroristas. Claro que el fin de la violencia es lo mejor que le ha pasado a este país, pero que no nos mientan a la cara. Quienes asumieron el precio de la paz que disfrutamos y con quienes tenemos una deuda infinita es con las víctimas, que hemos pagado con la impunidad de muchos crímenes y hemos roto la espiral de la violencia, porque nunca devolvimos con violencia la violencia que hemos sufrido”.
Desde el PSOE, desde el PP y desde los colectivos de víctimas reclaman a la izquierda abertzale y a EH Bildu (que no ha querido participar en este artículo) que den un paso más allá en la reparación, en las disculpas y en el arrepentimiento. En el décimo aniversario del fin de ETA, Arnaldo Otegi llegó lo más lejos que ha llegado hasta ahora ese mundo. “Sentimos enormemente su sufrimiento. Eso nunca debió ocurrir”, le dijo a las víctimas en la histórica Declaración de Aiete.
El exmiembro de ETA que rompió con la banda y hoy trabaja en los programas de reparación de las víctimas cree que ese camino que él mismo ha emprendido sí resulta reparador para todas las partes. “Pienso que, frente al mirar para otro lado, lo correcto es acercarse al dolor de las familias que han sufrido la violencia de la organización donde yo milité y escuchar sus testimonios. Es un ejercicio doloroso porque te pone frente al espejo de lo que hiciste y de lo que fuiste, pero es a su vez un ejercicio reparador porque empatizas con su sufrimiento”, cuenta Ibon Etxezarreta.
Maixabel Lasa ya trabaja en ese reto de que no se olvide lo que pasó y acude a charlas a institutos y universidades para hablar de su historia personal que cuenta la película que lleva su nombre y que dirigió Icíar Bolláin. “Es importante que los chavales que no lo vivieron conozcan lo que pasó, fundamentalmente para que no vuelva a repetirse esta historia”, dice.
Todos coinciden en que esa reparación ha de llegar más pronto que tarde. De momento, han pasado ya trece años del fin de ETA, tan solo trece años sin violencia y sin miedo. Un tiempo que, para quienes lo sufrieron en su propia piel, ya supone un cambio igual de grande que el que pueda existir entre la vida y la muerte.