Un proyecto de ciencia ciudadana en las aguas de primera línea en Catalunya, País Vasco y Baleares aporta información sobre el origen y la dispersión de la contaminación masiva por microplásticos.
A la pesca de plásticos en el corredor de ballenas del mar Mediterráneo
Cintia Gisele Bavera se mete en su traje de neopreno, coge su tabla y entra en el mar. No va a surfear olas, sino a remar durante una milla náutica –una hora de ejercicio– para recoger microplásticos. Lo hará arrastrando una pequeña red de pesca. Lo recolectado irá a un laboratorio científico de la Universidad de Barcelona, que analizará su fuente y su procedencia (fibras de ropa, restos de bolsas, pellets). El objetivo es obtener una radiografía de la contaminación de la zona de mar más cercana a la costa, donde los barcos de investigación oceanográfica, encargados de tomar estas muestras, no pueden acceder por la poca profundidad y por la presencia de bañistas.
Cintia nació en Buenos Aires y vive en España desde hace 20 años; en la pandemia dejó su trabajo estable y bien remunerado en la banca de Barcelona para dedicarse a la protección del mar. Ella es una de las voluntarias de Surfing for Science, un proyecto de ciencia ciudadana que recaba datos sobre la enorme cantidad de microplásticos que flotan en tres costas de España: Catalunya, País Vasco y Baleares.
La pesca de estos pequeños plásticos, de un tamaño superior a 0,3 mm, se realiza cada 15 días por la misma zona costera durante un año. Los colaboradores navegan con una embarcación pequeña sin motor, como un kayak, un remo o una tabla de surf. La red, diseñada y confeccionada para el proyecto, se engancha detrás, arrastrando y embolsando estas diminutas partículas.
La recogida se hace cerca de la orilla, donde los flujos de plástico son mayores, pues se genera “la transición entre las fuentes y el destino final, entre el continente y los océanos”.
Es un proyecto pionero en el mundo que nos ayuda a entender cuáles son las fuentes y los mecanismos de dispersión de los microplásticos en la zona costera, un primer paso para actuar y diseñar estrategias encaminadas a disminuir su llegada
“Es un proyecto pionero en el mundo que nos ayuda a entender cuáles son las fuentes y los mecanismos de dispersión de los microplásticos en la zona costera, un primer paso para actuar y diseñar estrategias encaminadas a disminuir su llegada”, explica Anna Sánchez Vidal, profesora de la Facultad de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Barcelona, la investigadora principal de un programa que cuenta con el apoyo económico de Surfrider Foundation Europe, una organización sin ánimo de lucro que tiene como objetivo la protección de los océanos.
El proyecto de ciencia ciudadana permite recoger muestras donde los barcos oceanográficos no llegan.
Los microplásticos llegan al agua por múltiples vías: el vertido directo a las playas, a través de barcos de pesca o recreativos, por vertidos industriales, aportes fluviales, escorrentía o aguas residuales. Pueden provenir de la degradación de objetos más grandes como envases o bolsas o ser liberados directamente al medio ambiente en forma de fibras, o pellets. “Según sean estos vertidos, encontraremos un tipo de microplástico u otro”, explica la oceanógrafa.
Las muestras recogidas por estos “científicos ciudadanos”, como llama la investigadora a los voluntarios, se procesan y caracterizan en los laboratorios. Propiedades como el color, la forma y el polímero dan pistas sobre su procedencia.
¿Por qué es importante determinar la fuente de la contaminación? Para traducir evidencia científica en medidas concretas. Sánchez Vidal pone ejemplos. La presencia de muchos productos de higiene requerirá hacer más esfuerzos en la depuración de aguas residuales. En el caso de hallar pellets, se podrá identificar a las empresas responsables de la fuga. Y si abundan los microplásticos de césped artificial, las autoridades competentes podrán diseñar mecanismos para que las aguas pluviales de los campos de fútbol pasen antes por una depuradora.
“El objetivo final del proyecto es doble: está la parte científica, determinar la abundancia y características de los microplásticos en zonas muy próximas a la costa; y también buscamos aumentar la cultura científica de la sociedad con relación a la contaminación por plástico”, resume la investigadora.
Los resultados
El proyecto se puso en marcha en 2020. Surgió impulsado por una estudiante de Ciencias del Mar de la Universidad de Barcelona, que diseñó para su trabajo de fin de grado una innovadora red para recoger plásticos en la costa. Con esta herramienta, al equipo de oceanógrafos de la universidad se le ocurrió recoger muestras por toda la costa de Barcelona para “entender la magnitud de la tragedia de los microplásticos”.
Pero faltaban los brazos humanos dentro del agua. El convenio con clubes de remo y escuelas de actividades náuticas permitió encontrar a voluntarios dispuestos a ayudar. Sánchez Vidal calcula que en estos cuatro años han participado más de 500 personas.
“Ahora tenemos un total de 15 redes distribuidas en estas tres costas. Debe quedar claro que los científicos no podríamos estar haciendo estos proyectos solos. El papel ciudadano es vital. No es muy apetecible remar en invierno en el País Vasco, pero los voluntarios lo han hecho”, destaca.
El análisis de las muestras ha arrojado que Barcelona es el lugar donde hay más concentración de microplásticos por metro cuadrado. Que en las zonas cercanas a la petroquímica de Tarragona se acumulan pellets de forma masiva.
Una cosa que nos ha sorprendido es la cantidad de trozos de césped artificial, lo que ha dado la señal de alerta. Este producto se está vendiendo como una solución a la sequía. Hay un boom de jardines artificiales para ahorrar agua
“Una cosa que nos ha sorprendido es la cantidad de trozos de césped artificial, lo que ha dado la señal de alerta. Este producto se está vendiendo como una solución a la sequía. Hay un boom de jardines artificiales para ahorrar agua. De nuestro análisis se desprende que muchos fragmentos van a parar a los océanos”, advierte la experta.
Por eso, insiste en la importancia de saber de dónde vienen los microplásticos. “Si uno llega a casa y se encuentra que se ha dejado el grifo abierto, lo primero que hace es cerrar el grifo. Después uno coge la fregona. Nosotros queremos cerrar el grifo de entrada de plástico al medio marino. La clasificación por origen nos permite esta radiografía. El segundo paso son las políticas públicas, que ya no depende de nosotros”, subraya. Sobre este punto lamenta la falta de interés.
La especialista aclara que ya no se trata únicamente del impacto en la fauna marina, que ingiere estos microplásticos, provocando ahogamientos, obstrucciones, la disminución en las tasas de crecimiento o la muerte por inanición causada por la sensación de saciedad. “El problema es de salud pública”, dice.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), hay evidencias de presencia de microplásticos en los productos pesqueros y acuícolas que los humanos consumimos. Se han encontrado que más de 220 especies diferentes ingieren desechos microplásticos en condiciones naturales: mejillones, ostras, almejas, camarón pardo, cigala, anchoas, sardinas, entre otros peces y mariscos.
Estudios científicos recientes han detectado microplásticos en órganos del ser humano, como los pulmones, el cerebro, el tracto digestivo, el hígado y los genitales.
La ONU ha alertado este año, a través del Foro Económico Mundial que, de continuar la actual tendencia, para el año 2025 el océano albergará una tonelada de plástico por cada tres toneladas de pescado, es decir, en 2050 habrá más plástico que pescado.