Sara, que prefiere no utilizar su nombre real, relata una relación de algo más de un año con el ya exportavoz de Sumar en la que se vio atrapada y que se basaba en el ejercicio del poder: «Tardé tiempo en darme cuenta de que no era yo lo que él deseaba sino mi sometimiento»
La actriz Elisa Mouliaá relata una agresión sexual en su denuncia contra Íñigo Errejón
La de la actriz Elisa Mouliaá es la única denuncia contra Iñigo Errejón que, de momento, ha llegado al juzgado, pero hay otras mujeres que señalan al ya expolítico por su comportamiento hacia ellas. Una es Sara, que prefiere utilizar un nombre ficticio para contar a elDiario.es lo que vivió con el exportavoz de Sumar hace más de cuatro años. Un relato al que es capaz de ponerle palabras una vez pasado el tiempo y que apunta a una relación basada en el ejercicio de poder y la cosificación que las expertas también califican de violencia machista, aunque diste de los hechos que pueden ser constitutivos de delito narrados por Mouliaá.
Para Sara, la relación que mantuvo con Iñigo Errejón entre marzo de 2019 y julio de 2020 supuso un punto de inflexión en su vida, una experiencia que la hizo sentir mal consigo misma hasta tal punto que luego le costó volver a establecer relaciones de pareja en términos “menos tóxicos”. Con el político todo fue desde el principio un vínculo en el que él pedía y ella accedía, en el que él ordenaba y ella satisfacía esos deseos al instante para evitar el castigo de su silencio o su enfado.
Esto la llevó, cuenta a elDiario.es a prestarse incluso a prácticas que consideraba vejatorias o que simplemente no deseaba. “Todo iba de él y el poder, de sus ansias de ridiculizar y dominar sobre todo a mujeres guapas y poderosas. Eso lo entendí después”, asegura Sara, que entonces tenía 26 años. “Todo empezó cuando me escribió por Instagram. Nos pasamos los teléfonos y contactamos por Whatsapp. Enseguida me pidió que pasáramos a Telegram, donde las conversaciones se iban borrando y no se podía hacer capturas de pantalla”. El argumento de la seguridad (y el del secreto en el que debía suceder todo) se materializó en un chat efímero que no dejaba rastro alguno.
“Desde el primer momento él estableció las condiciones: tenía que contestarle siempre al momento, porque si no se enfadaba muchísimo, tenía que hacer lo que él le pidiera, la foto o vídeo que él deseara, sin importar dónde estuviese yo. No le podía molestar, no le podía preguntar por su vida, y sería él quien me contactara a mí”. Ella explica que lo asumió como un juego. “Acababa de salir de una relación y estaba en un momento de baja autoestima. Y esto me hacía sentir deseada. Tardé tiempo en darme cuenta de que no era yo lo que él deseaba sino mi sometimiento”, reflexiona Sara.
“El personaje de poder la deslumbró”, apuntala la escritora Esmeralda Berbel, una de las personas de confianza a las que Sara contó lo sucedido con Errejón. “Hará unos tres años de aquella conversación. Yo estaba escribiendo el libro Lo prohibido, que trata del maltrato psicológico, y ella me confesó que había vivido una experiencia muy traumática con una persona conocida. Cuando me dijo quién era fue una sorpresa”, recuerda Berbel. “Errejón es un pedazo de personaje político de izquierdas, pero otra cosa es quién es cuando desaparece ese circo del éxito y el poder”, reflexiona.
“Hay muchas más, mucho más jóvenes”
Cumplir con los deseos de él –mandarle de inmediato fotos o vídeos de contenido sexual– la hacían “sumar puntos” para convertirse en una de sus preferidas. De hecho, Errejón –que entonces tenía 36 años– dejaba claro que había otras: “Me dijo: hay muchas más, mayores que tú y mucho más jóvenes que tú”, recuerda ella. Esos comentarios que le generaban inseguridad, que la empujaban a competir por el favor del político, eran parte de una espiral de dominación en la que se vio envuelta y de la que le costó mucho salir, explica Sara a elDiario.es.
Para que existan las violencias más extremas, existen otras antes menos evidentes que se van alimentando a lo largo del tiempo
Para la experta en violencia sexual Bárbara Tardón, este tipo de relatos constituyen un retrato de la violencia machista más normalizada y sutil que, independientemente de que tengan o no recorrido en un juzgado, “tienen que ser reprobables y rechazables”. “Es importante que llamemos a las cosas por su nombre: este tipo de relaciones en las que se ejerce poder y se aplican estrategias que no tienen por qué ser físicas pero sí tienen que ver con la manipulación constituyen formas de violencia psicológica. Puede que sea difícil que estos hechos entren por la puerta de un juzgado porque estaríamos toda la sociedad allí, pero deben ser abordadas y reparadas”.
“Lo primero que noté de Sara fue el miedo y la vergüenza que sentía. Tenía temor de hablar de la manipulación que había sufrido, un maltrato psicológico que rayaba lo físico”, señala Berbel.
“Me pedía vídeos y fotos desde las diez de la mañana”
“A esas alturas hablábamos casi todos los días, me pedía vídeos y fotos desde las diez de la mañana y a esa hora ya tenían que ser con ropa sexy… Un día me llamó a las 12 de la noche, nunca lo hacía, y yo no contesté. Me mandó un mensaje lapidario: ‘Cuando yo te llame, me lo coges. No te voy a volver a llamar’. Y no lo hizo nunca más. Dejó de hablarme por una semana. Yo sentía que le había fallado y le mandaba vídeos y fotos a los que él no contestaba. La ley de hielo servía para castigarme y para que lo siguiente que me pidiera, lo hiciera sin dudar”, explica Sara. “Un día recuerdo haber hecho una foto de mi culo estando en el supermercado. Ahora me avergüenzo, pero entonces sentía que tenía que hacerlo”.
Pasado un tiempo se encontraron personalmente. Sucedió en la casa de Errejón en Madrid. Ella, que venía desde Barcelona, donde vivía, debía ir vestida de la manera que él había pedido y no podía usar el ascensor ni tocar el timbre. La puerta estaría entreabierta. Lo que siguió fue un encuentro sexual brusco, sin apenas mediar palabra y sin preservativo. “Nunca me preguntó lo que quería o me gustaba; era lo que él deseaba”. Esta fue la tónica de todos los encuentros que tuvieron en ese tiempo, alrededor de uno al mes, de no más de media hora de duración, asegura Sara.
Le dije ‘no quiero hacerlo’, a lo que él contestó: ‘es solo un momento’. Recuerdo que nos quedamos mirándonos, en silencio, y pensé: esto está mal, empodérate y vete. Pero no fui capaz. No fui capaz
No es poco habitual que el proceso de identificación de las violencias por parte de las víctimas tarde en llegar. Y tampoco que sea para ellas muy difícil cortar con este tipo de vínculos: “Hay estrategias muy sutiles y complicadas de reconocer. Se da mucho ejercicio de poder y eso acaba atrapando como una red a la víctima. Son casos en los que no hay respeto hacia el deseo de la otra ni hacia sus necesidades o derechos, sino un desprecio hacia el buen trato”, resume Tardón, que recuerda que “para que existan las violencias más extremas”, por ejemplo, una agresión sexual, “existen otras antes menos evidentes que se van alimentando a lo largo del tiempo”.
“¿Por qué estoy haciendo esto?
El momento crucial de la relación fue un día en el que habían quedado en verse y 20 minutos antes del encuentro él le dijo que había quedado con otra amiga que venía desde Mallorca y que quería verlas a las dos a la vez. “Si lo que pretendes es hacer un trío, yo no lo he hecho nunca y no lo quiero hacer, le dije. Y su respuesta fue: ‘Si me respetas, vas a venir a casa’. Entonces yo le pregunté si podía ir antes que ella, y al hacer la pregunta algo se rompió dentro de mí. Pensé ¿por qué estoy haciendo esto?”, relata Sara.
Luego te das cuenta que él ha estado usando tu cuerpo para masturbarse. Que te ha llevado a un lugar que no querías. Recuerdo que al principio, como las conversaciones desaparecían, me apuntaba algunas de sus frases. Mi cerebro las ha borrado casi todas. Me decía: ‘Si hay algo que no te gusta, quiero que me lo digas y que lo hagas’.
“Mientras escuchaba los tacones de ella subiendo le dije ‘no quiero hacerlo’, a lo que él contestó: ‘es solo un momento’. Recuerdo que nos quedamos mirándonos, en silencio, y pensé: esto está mal, empodérate y vete. Pero no fui capaz. No fui capaz”, lamenta Sara. La otra chica, una militante de Podemos según su relato, tampoco se esperaba el encuentro a tres. “Fue incomodísimo, no podíamos ni mirarnos”, asegura. “Después me fui rápidamente al hotel, y me senté en la cama a llorar como una niña”, explica.
Lejos de cuestionar prácticas sexuales concretas, Tardón considera que el foco no debería estar puesto ahí a la hora de analizar este tipo de comportamientos. “Ese no es el problema. Las decisiones de prácticas sexuales o fantasías son de cada persona y no las hay buenas o malas per se, lo que es diferente es que se lleven a cabo desde la libertad y que exista esa voluntad compartida o no, es decir, que se hagan desde la autonomía sexual de las dos partes, por supuesto de las mujeres, y a partir de ahí se puedan negociar”, esgrime la experta.
“En la manipulación acabas sintiendo que la culpa es tuya. Una no puede creer que el otro haga daño, así que piensas que si lo complaces más, todo irá mejor. Y así vas un paso más allá, y otro, y otro”, reflexiona Berbel.
“La lógica de la dominación”
Para Sara, el malestar se había instalado como una presencia constante y era objeto de conversación en las sesiones con su psicóloga, porque cada vez se sentía peor con la relación: “Me empecé a odiar”, asegura. Se lo contó a él, que lejos de asumir ninguna responsabilidad, le dejó entender que eso le gustaba más aun. “Su falta de empatía y sus desplantes me asustaron”. Meses después, finalmente se vio capaz de cortar ese vínculo. Dejó de contestar. Él insistió un poco, y luego desistió.
Una vez me dijo que con el tiempo yo me iría, como lo hacían todas, y que deseaba que yo me arrepintiese de haber hecho lo que él me había pedido, y que de alguna manera lo odiase
“Fue complicado salir de ahí porque yo había entrado en la lógica de la dominación. Luego te das cuenta que él ha estado usando tu cuerpo para masturbarse. Que te ha llevado a un lugar que no querías. Recuerdo que al principio me apuntaba algunas de sus frases. Mi cerebro las ha borrado casi todas. Me decía: ‘Si hay algo que no te gusta, quiero que me lo digas y que lo hagas’. Una vez me dijo que con el tiempo yo me iría, como lo hacían todas, y que deseaba que yo me arrepintiese de haber hecho lo que él me había pedido, y que de alguna manera lo odiase”. Todas estas vivencias despertaron con la noticia de la dimisión del diputado de Más País. “Nunca lo denuncié porque no tenía ninguna prueba, pero al ver la noticia me decidí a contarlo: ”Me dije: voy a probar si alguien me escucha, y si compartirlo sirve para algo“.
Todo partió de un mensaje anónimo hecho público por la periodista Cristina Fallarás que denunciaba que un “político muy conocido de Madrid” era un “maltratador psicológico” y un “verdadero monstruo”. Aunque el testimonio no hacía mención explícita a Íñigo Errejón, todo el mundo en la coalición que lidera Yolanda Díaz entendió que se referían a él y le pidieron explicaciones. Según todas las fuentes consultadas al corriente de esas conversaciones, Errejón admitió sus comportamientos machistas pero negó haber incurrido en ningún hecho delictivo.
Esto es una forma estructural, sistémica y normalizada de relacionarse con las mujeres a la que el patriarcado ha entrenado y enseñado a la mayoría de los hombres y que tiene que ver con el poder y la violencia
Con el paso de las horas tras la dimisión de Errejón, se han ido acumulando los comentarios de miembros y expolíticos del espacio acerca de hasta qué punto su comportamiento era conocido. María Eugenia Rodríguez Palop, exdirigente de Sumar y eurodiputada hasta el pasado mes de junio, ha reconocido que “no se prestó la atención que se le debía haber prestado” a otras denuncias anónimas previas contra el mientras que Mónica García, ministra de Sanidad y antes líder de Más Madrid, ha aseverado: “No hemos sabido hacer lo suficiente”. Pablo Iglesias también ha recordado la denuncia señalada por Palop y ha afirmado que “de esto se hablaba”.
“Para que exista un ejercicio de violencia debe haber una víctima y un agresor, pero también un entorno y una estructura que lo permite, lo consiente y lo aupa”, afirma Tardón, para la que también es clave insistir en que este tipo de relaciones “no son una excepción”. “Esto es una forma estructural, sistémica y normalizada de relacionarse con las mujeres a la que el patriarcado ha entrenado y enseñado a la mayoría de los hombres y que tiene que ver con el poder y la violencia, unas veces más sutil y otras menos pero igualmente dañinas para la salud y la vida de las mujeres”, concluye la experta.
elDiario.es ha intentado ponerse en contacto con Iñigo Errejón para recoger su versión de estos hechos, pero no ha obtenido respuesta.
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