Diallo Sissoko tenía 21 años y había llegado a Canarias en cayuco. Desde el centro le enviaron una vez al hospital, donde solo le recetaron analgésicos. Sus compañeros dicen que se quejó durante días hasta su fallecimiento. Su caso pone el foco en la atención prestada en los macrocentros del sistema de acogida
Muere un chico maliense en el centro de acogida de migrantes de Alcalá de Henares
Pasaban las cinco de la mañana del lunes cuando Oumar se despertó por el jaleo surgido en una de las carpas cercanas del macrocentro para migrantes de Alcalá de Henares. El maliense Diallo Sissoko, cuenta, se había caído de la cama y se retorcía de dolor. “Lloraba. Decía: ‘Necesito ayuda”, relata su compañero. Unas horas después, a las 7:45 horas, el chico fue atendido en la enfermería del campo, donde le dejaron en observación durante toda la jornada, hasta que entró en parada cardiorrespiratoria. Fue entonces cuando el personal del campamento, gestionado por la ONG Accem y responsabilidad del Ministerio de Migraciones, llamó a una ambulancia. Después de tratar de reanimarle durante horas, los médicos no pudieron hacer nada por salvar su vida.
El joven, de 21 años, falleció tras al menos una semana quejándose de fuertes dolores en el tórax y en una de sus piernas, mientras veía que sus lamentos no eran lo suficientemente atendidos en el Hospital Príncipe de Asturias -donde fue llevado el 15 de octubre- ni en el centro de acogida, desde el que no volvieron a enviarle al hospital a pesar de que los síntomas persistían. Cuando se les pregunta por Diallo Sissoko, varios compañeros describen lo mucho que se quejaba el maliense durante la semana anterior a su muerte. Se tocan la pierna, se tocan el pecho y critican la atención sanitaria del centro que aloja a 1.500 migrantes, la mayoría trasladados tras su llegada en cayuco a Canarias.
“Desde hacía más de una semana decía que tenía dolor en el pecho, en la cabeza, en la pierna. Lloraba de dolor, muchos días”, dice Khadim, otro de los compañeros del maliense. Durante la mayoría de días en que Sissoko pedía ser atendido no había médico en el centro de acogida. El servicio sanitario del centro solo contaba con un auxiliar de enfermería, según confirma un portavoz de Accem, la ONG que gestiona el centro competencia del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. Del 30 de septiembre al 18 de octubre, la organización estaba en el proceso de modificar la contratación del servicio médico externo a la contratación directa de un equipo médico por parte de Accem.
La Secretaría de Estado de Migraciones no obliga a contar con servicios sanitarios en este tipo de centros, a pesar de acoger a 1.500 personas, la mayoría llegados hace semanas o meses de una travesía marítima que puede acarrear distintos efectos en su salud. “Es una decisión de Accem tener personal médico y sanitario porque consideramos que así damos una mejor atención y por contribuir al sistema público evitando que se difundan mensajes vinculados a la sobresaturación de servicios en los sitios donde están los dispositivos y solventado situaciones cotidianas”, apunta un portavoz de Accem, quien recuerda que se trata de un centro abierto por lo que podrían acudir por su cuenta si así lo quisieran. No obstante, el hospital se encuentra a más de media hora andando del campamento.
Traslado al hospital
El martes 15 de octubre, el escaso personal sanitario que entonces había en el centro decidió mandar a Sissoko al Hospital Príncipe de Asturias. Según fuentes de la Consejería de Sanidad, el joven presentaba “una infección de vías respiratorias altas”. Accem destacó tras la muerte del joven que, pese a sufrir una infección respiratoria, el centro hospitalario solo le recetó analgésicos y ningún antibiótico. “Le dieron antiinflamatorios y analgésicos. No antibióticos ni le miró especialista la pierna”, sostenía la organización. Sobre ello, el Gobierno regional sostiene que el cuadro médico que presentaba el paciente en ese momento no necesitaba tratamiento de antibióticos: “Se descartó la infección neumónica, es decir, no había infección pulmonar. No existía indicación de tratamiento con antibioterapia”.
El chico también se quejaba de dolor en la pierna. “El paciente también indicó dolor en la rodilla a consecuencia de un traumatismo sufrido una semana antes practicando deporte. En el momento de la evaluación, no existían signos inflamatorios”, apunta el portavoz de la Consejería, que incide en que la atención del hospital fue “correcta” en todo momento. Fuentes especializadas apuntan que la combinación del dolor de la pierna y el tórax puede apuntar a la existencia de un trombo en la pierna que pudo no ser detectado en ese momento.
Después de la visita al hospital, Diallo Sissoko regresó dos días más tarde, el jueves 17 de octubre, a la enfermería, que aún no contaba con un médico para evaluar la gravedad, solo un auxiliar de enfermería. “Se le da unas muletas, se le evalúa en el dolor en la pierna y se le refuerza la analgesia”, sostienen desde Accem. El viernes, sábado y domingo, la ONG asegura que el joven solo acudió al servicio sanitario del centro “con normalidad” para solicitar su tratamiento correspondiente -los analgésicos y antiinflamatorios que le habían recetado en el hospital-. Dos de los compañeros de Oumar defienden que el chico maliense siguió quejándose del dolor en el pecho y en la pierna durante el fin de semana.
El lunes, Diallo Sissok se cayó de la litera de madrugada. Sus quejidos despertaron a Oumar, un joven de 18 años que dormía en una carpa próxima. “Eran como las 5 y media de la mañana. Tenía mucho dolor. ‘Por favor, ayuda’, decía”, cuenta su compañero. “Se quejó a las 5, a las 6, a las 7…”, describe el chico. “Luego pudo ir a la enfermería, pero solo le miraban. No llamaban a la ambulancia, solo le miraban y luego Sissoko perdió la vida”, dice enrabiado, en un parque próximo al centro de acogida. “Él decía: ‘Vamos al hospital, tengo mucho dolor”, describe.
A primera hora de la mañana, el chico se cayó de la litera. La organización que gestiona el centro apunta que acudió a la enfermería, otra vez con dolor, a las 7:45 horas. “Se comprobaron sus constantes. Estaba estable y presentaba dolor en la rodilla”, apuntan desde Accem. “Como no mejoraba, se quedó en observación”, añaden las mismas fuentes. Tiempo después, el maliense comenzó a empeorar. “Al ver que empeoraban sus constantes -con cuadro de hipotensión- llamaron a Urgencias”, añaden fuentes de la ONG. El maliense entró en parada respiratoria cuando aún se encontraba en el centro de acogida. La ambulancia trasladó al paciente al hospital con parada respiratoria. “Se le llevó al box vital, donde se intentó la reanimación cardiopulmonar durante 3 h. y 45 minutos siendo imposible su reversión”, añaden las mismas fuentes. Se sospechó que podría tratarse de una embolía pulmonar, pero tampoco reaccionó y finalmente certificaron su muerte.
La Secretaría de Estado de Migraciones espera el resultado de la autopsia judicial. A la espera de sus conclusiones, la muerte de Diallo Sissoko ha puesto el foco en el modelo de macrocentros con el que el sistema de atención humanitaria estatal trata de responder al aumento de las llegadas de migrantes de los últimos años. Espacios como el campamento de Alcalá de Henares, que aloja a 1.500 personas en carpas desplegadas en un terreno militar, permite garantizar un alojamiento básico temporal hasta que los migrantes contactan con redes familiares o continúan su camino a otros puntos de España y Europa, pero en ocasiones algunos de los recién llegados pasan meses en ellos.
La mayoría de la decena de personas alojadas en el centro que entrevistó elDiario.es se quejaba de la asistencia sanitaria recibida en el centro. “Me dolía mucho la cabeza y la garganta, se lo decía a la ‘integradora’, me apuntaba, pero pasaban las semanas y no podía ir a que me mirasen”, dice un joven senegalés alojado en el campamento desde hace un mes. “Te dicen: espera, espera. No te dan medicinas, es difícil que nos hagan caso”, sostiene el chico.
Varias trabajadoras y exempleadas del centro señalan algunos problemas en la atención proporcionada a los migrantes que pueden repercutir en una deficiente valoración y atención médica de quienes acuden a la enfermería del campo: la barrera idiomática, la insuficiencia de intérpretes, la falta de recursos sanitarios y el propio sistema interno de organización. María (nombre ficticio), una trabajadora del centro que prefiere mantener su anonimato, sostiene que hay varios eslabones que a su juicio fallan para valorar el estado de salud de las personas acogidas. “Para que puedan ir al médico, tienen que ser apuntados en un excel donde se incluyen los síntomas. Y eso lo hacen los ‘integradores’. Ese primer filtro lo hacen unas personas que no están formadas para ello, que están sobrecargadas con otras tantas tareas y que a veces ni entienden bien a los usuarios”, sostiene la empleada, que destaca la barrera idiomática como una de las posibles claves. “Hay intérpretes, pero no suficientes, y mucho menos en bámbara o wolof. A veces tienes que intentar entenderlos en francés o inglés pero no lo hablan bien. Se junta que a ellos les cuesta describir sus síntomas y al personal le cuesta entenderlos. Es difícil trasladar en ese excel la gravedad de cada caso”.
Carla (nombre falso), que trabajó como integradoras hasta finales del año pasado, confirma los problemas del protocolo que describe María. La cita tardaba bastante, principalmente por el problema del canal de comunicación. Tenían que pasar por un excel que escribíamos nosotros cuando los chicos te decían, y les iban atendiendo por criterio de gravedad en función de lo que poníamos. La exempleada recuerda un caso de un chico que se quejaba del dolor de pecho. “No le atendieron durante semanas y, al final, se acabó teniendo que ir al hospital y tenía una infección grave. Una caso que era menor se convirtió en algo más serio porque no empezaron a moverlo hasta más tarde”, indica.
También menciona lo difícil que era conseguir luz verde para hacer traslados al hospital. La directriz era, según Carla, limitar las derivaciones. “No podíamos ir con los chicos todos los días, temían saturar las urgencias, y pactaron con el hospital que por la mañana se podía llevar a tres chicos y por la tarde a otros tres chicos. Decían que si no se colapsaba el nivel de urgencias, pero no era verdad”, añade la exintegradora, quien apunta que también se encontró en alguna ocasión reticencias para atender y hacer seguimiento en el centro de salud a algunos chicos que no contaban todavía con tarjeta sanitaria.
Soraya (nombre ficticio), una enfermera que trabajó de abril a junio de este año a través de la empresa Healthgroup -que prestaba el servicio sanitario de forma externa hasta finales de septiembre- apunta a la falta de material sanitario y la barrera idiomática. “Sobre todo venían con muchos problemas bucales, muchos casos de dolores abdominales e hipertensiones”, indica la extrabajadora. “Por la noche había solo una enfermera y una auxiliar. En los turnos de fin de semana se solían hacer turnos de 12 horas, no había personal suficiente para tanta gente que había”, denuncia la sanitaria, informa Amanda Rodríguez.
La extrabajadora también señala los problemas derivados de la complicada comprensión al no contar con intérpretes suficientes: “El equipo de traducción tampoco era suficiente, eran pocos. Muchos no hablaban ni inglés ni francés, solo wólof. A los sanitarios nos costaba comunicarnos con ellos, el trabajo se hacía duro”, añade.
Protestas y expulsiones del centro
“Murió un compañero y nadie nos reunió para contarnos bien qué pasó. Nos fuimos enterando de que había muerto”, dice otro de los chicos acogidos. “Las condiciones de este campo no son buenas, y lo peor de todo es que en enfermería no nos hacen caso. Siempre hay que esperar y mira lo que le ha pasado a este chico”, añade el joven.
Después del fallecimiento de su compañero, decenas de migrantes protestaron el martes y el miércoles en contra de la muerte de Sissoko y contra el servicio sanitario prestado en el centro de acogida. El miércoles, la tensión aumentó. Oumar, el chico que dormía cerca del joven fallecido, fue uno de los líderes de la protesta. “Yo era el que más hablaba. Después de la concentración, un trabajador me dijo que le acompañase a las oficinas y yo me negué. Me cogió y forcejeé. Y vinieron varios agentes de seguridad, me tiraron al suelo, pusieron la cabeza en el suelo y me esposaron”, añade el chico. Sus rodillas tienen heridas abiertas, cubiertas con gasas. Sus muñecas presentan marcas de las bridas y en su cabeza tiene una pequeña costra. “Me pusieron las esposas y me dejaron ahí detenido durante 5 horas. Me decían que si no firmaba el papel de mi salida voluntaria, no me soltarían de allí”, añade el chico, de 18 años, que llegó a Canarias siendo menor de edad. “Firmé y me expulsaron”.
Oumar ha denunciado los hechos ante la Policía. Desde Accem sostienen que el chico fue expulsado “después de diversas agresiones y conflictos previos” y aseguran que este miércoles agredió a un trabajador del centro. “Se le ofreció la posibilidad de irse voluntariamente para no tener que expulsarlo y aceptó esa opción. Trabajadores del centro y un agente de seguridad lo han denunciado por agresión”, añaden desde Migraciones.
En los últimos días, la Red Española de Inmigración ha avisado de que denunciará las expulsiones de migrantes del campamento. “29 jóvenes que estuvieron en huelga de hambre tras la muerte en Alcalá de Henares en el CAED están siendo amenazados con ser expulsados. Pedimos su paralización y una investigación urgente”, han dicho a través de Twitter. elDiario.es ha confirmado la expulsión de dos personas tras las protestas producidas esta semana. Ambos aseguran que firmaron la salida voluntaria de manera “forzada”.
Oumar y su compañero Ousman pasaron la noche del miércoles a la intemperie. Al día siguiente, pidieron ayuda a la red de vecinos Alcalá Acoge, desde donde trataron de conseguir un techo provisional en los escasos ratos que tenían entre las clases de español que imparte el colectivo a los migrantes acogidos en el macrocentro de Alcalá de Henares.