No son muchos quienes preguntan en voz alta por qué la responsabilidad individual de Errejón por su tenebrosa conducta debe difuminarse en una suerte de responsabilidad colectiva que, por lo visto, corrompe y desacredita el trabajo, la lucha, el compromiso y el sacrificio de miles de personas durante décadas en este país
Dos días después de las revelaciones y denuncias sobre la agresiva voracidad sexual –y de la otra– de Íñigo Errejón, la izquierda española continúa en shock, mientras otros muchos van pasando de la simpatía hacia las víctimas al escrutinio implacable de su catadura moral pues, como es costumbre en España, los delitos sexuales de un hombre siempre tienen que acabar, de alguna manera, siendo responsabilidad de una mujer.
Una parte de esa izquierda parece concentrar sus esfuerzos en dejar muy claro que ellos lo hicieron todo bien y ahora –mejor habría sido antes– lo importante son las víctimas. Otra parte concentra sin complejos sus desvelos en darle la razón a la derecha política y confirmar que Errejón es la pistola humeante que andaban buscando; la demostración incontestable de que todo el resto de la izquierda solo son sepulcros blanqueados que “por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de podredumbre”. Ambas partes coinciden, en cambio, en dos cosas: dar ruedas de prensa para decir lo que ya sabemos y confirmar lo que nos temíamos, y anunciar cursos, cursillos y protocolos antiacoso por docenas.
No son muchos quienes preguntan en voz alta por qué la responsabilidad individual de Errejón por su tenebrosa conducta debe difuminarse en una suerte de responsabilidad colectiva que, por lo visto, corrompe y desacredita el trabajo, la lucha, el compromiso y el sacrificio de miles de personas durante décadas en este país.
Según denuncia el dedo acusador de la derecha política, Errejón es la prueba viviente de que todo era mentira, de que se cae otra pancarta hipócritamente levantada, pues al parecer, como todo el mundo sabe, fueron los gobiernos de derechas quienes situaron en la agenda pública y los presupuestos generales el Estado el drama de la violencia de género o el horror del acoso sexual, quienes legalizaron el derecho al aborto, quienes aprobaron el matrimonio igualitario, quienes reconocieron los derechos de las personas trans o quienes han situado el consentimiento en el centro de los delitos sexuales.
La izquierda no puede dar lecciones, es cierto. Hubo y hay mucha gente de derechas luchando por esas libertades y esos derechos, también es cierto. Pero también resulta igualmente cierto que la izquierda en España tiene hechos y leyes para acreditar décadas de aprobar e impulsar políticas de igualdad que se encontraron siempre con otra constante igualmente histórica: la feroz oposición de los mismos que ahora quieren convertirnos a todos en hipócritas cómplices o encubridores de Errejón.
No se trata de reclamar superioridad moral alguna. Es Historia. No doy lecciones, pero tampoco las recibo. Ni mi conducta ni mis creencias se reflejan en una especie de test Errejón impuesto por los mismos que niegan la violencia de género y la llaman doméstica, que consideran los presupuestos para políticas de igualdad un despilfarro en chiringuitos y cursos para que los niños aprendan a masturbarse, que mienten al hablar de mujeres con denuncias falsas o frivolizan con las discriminaciones que padecen a diario en este país las personas LGTBIQ+.
Resulta un lugar común sostener que ya no es tiempo de izquierdas y derechas. Disiento. Nunca pareció tan necesario, aunque solo sea por el bien del rigor histórico.