Yo sé que es mucho pedir en este país de barahundas instantáneas, pero en los próximos días convendría que las víctimas pudiesen hablar a través de cauces seguros, sin que sus testimonios sean mercantilizados, o que dejen de mezclarse testimonios de prácticas sexuales no convencionales pero consentidas, con otros de abusos. La seriedad del asunto, la denuncia de un (por ahora) delito sexual, así lo requiere
«Una jugada de arpía de manual»: Los costes de denunciar violencia sexual que se redoblan por «ser quien era» Errejón
El patriarcado es tan resistente como las cucarachas: igual que ellas, también puede prosperar en todo tipo de entornos. Íñigo Errejón, un tipo que defendía el feminismo con argumentos sofisticados, un político que llevaba por bandera la salud mental, un representante público con un labrado status de superioridad moral, alcanzó la pasada semana el límite de contradicción entre su personaje y su persona; es decir, dimitió tras ver la que se le venía encima declarándose víctima de sí mismo. Mientras nosotras constatábamos, una vez más, cómo algunos hombres de izquierdas que llevan años tarareando la melodía del feminismo, de los afectos y de los cuidados, no los han puesto ni mínimamente en práctica.
En las horas posteriores a la dimisión de Errejón, y especialmente a raíz de la denuncia de la actriz Elisa Mouliaá, comenzó un espectáculo lamentable por varios motivos que proceso a enumerar:
1) Con políticos, periodistas o gente cercana a Errejón asegurando o dejando entrever que todo el mundo sabía lo que pasaba desde hacía tiempo. 2) Con compañeros de partido mostrando públicamente su profunda y compungida decepción con hechos que probablemente conocían desde hace tiempo y prefirieron no denunciar. 3) Con hombres pidiendo reformular los términos del feminismo, porque nosotras no lo estamos haciendo bien. 4) Con Más Madrid y Sumar lanzando balones al cuarto anfiteatro del cinismo porque, al parecer, Errejón era un militante fantasma, un simple paisano que pasaba por ahí y se pilló una portavocía. 5) Con medios de comunicación mezclando una denuncia de abuso sexual sin consentimiento, con prácticas sexuales consentidas, relaciones tóxicas o situaciones de dependencia emocional moralmente reprobables, pero en absoluto punibles. 6) Con políticos como Almeida pidiendo responsabilidades o saliendo a reclamar manifestaciones feministas, mientras, por ejemplo, mantiene la distinción de Hijo Predilecto a Plácido Domingo porque “la mera existencia de una conducta irregular tampoco invalida la trayectoria de una persona”. 7) Con Sumar anunciando medidas cosméticas como curso obligatorio de feminismo para cargos del partido. 8) Con un cuestionamiento constante a la víctima, cómo no, porque una víctima no puede mostrar ni una sola contradicción en su relato. 10) Con el fomento de una especie de “privatización” judicial, animando a denunciar única y anónimamente en redes sociales 10) Con personas buscando likes fáciles a costa de un caso de violencia sexual. 11) Y, para colmo de la repugnancia, con Vito Quiles acosando por una calle de Madrid al padre de Errejón y vanagloriándose de ello en redes sociales.
Yo sé que es mucho pedir en este país de barahúndas instantáneas, pero en los próximos días convendría que las víctimas pudiesen hablar a través de cauces seguros, sin que sus testimonios sean mercantilizados, o que dejen de mezclarse testimonios de prácticas sexuales no convencionales pero consentidas, con otros de abusos. La seriedad del asunto, la denuncia de un (por ahora) delito sexual, así lo requiere.