A menudo, los periodistas no recibimos respuesta cuando proponemos un tema. Puede que, simplemente, la persona de la que dependemos en la redacción esté demasiado ocupada para contestar, o que no sea demasiado asertiva y prefiera que su silencio se interprete como un “no”. Pero la mayoría de las veces sucede lo primero: tras unas horas de ansiedad, enseguida se descubre que el silencio no significó que el tema no encajase, sino que, del otro lado, no había un segundo para leer esa propuesta que, tras algo de insistencia, saldrá adelante.