La vicepresidenta Kamala Harris busca contentar fiscalmente a la clase media –frente a la propuesta del líder republicano de premiar a grandes fortunas y empresas–, y frenar las ínfulas monopolísticas de las ‘bigtech’, con guiños salariales y coqueteos sociales a la vivienda
Así están las encuestas en EEUU: la batalla entre Harris y Trump se juega en los estados clave por un puñado de votos
“La inflación está matando nuestro país […] conmigo, desparecerán las escaladas de precios”. Es el auto-retrato económico de Donald Trump, con culpable incluido: Joe Biden. “Cuando la clase media americana es fuerte, EEUU es poderoso; por eso, reconstruir su prosperidad será mi gran objetivo”, replica Kamala Harris, que no duda en atacar las tesis neoliberales y la defensa de las grandes fortunas de su rival, que debilitan “las democracias más que las crisis económicas”, tal y como asegura Joseph Stiglitz. La expresión del Premio Nobel ha sido usada habitualmente por la candidata demócrata.
Trump y Harris han ajustado sus puntos de mira hacia la economía en el tramo final de campaña. No en vano, es el factor más determinante para llegar al Despacho Oval. Así ha sido en los 110 últimos años, en los que ninguno de los 12 presidentes con alguna contracción del PIB en sus dos primeros ejercicios de mandato revalidó su cargo. Y, por supuesto, tampoco los seis con recesión en los dos últimos años: Trump, Bush padre, Jimmy Carter, Gerald Ford, Hervert Hoover y William Taft.
El combate contra la inflación y la defensa de la clase media conforman el campo de batalla que dirimirá el sucesor de Biden. Por mucho que la economía americana haya acallado los tambores recesivos y aspirado la mayor burbuja inflacionista en cuatro decenios. Así lo advierte otro Nobel –Paul Krugman– que no observa motivos para que la economía vuelva a acaparar los focos: “Hay pleno empleo, la inflación está bajo control, los salarios crecen y el PIB sigue en números negros, pero, por alguna razón, los votantes no están contentos; o es obcecación o ignorancia”, precisa.
Stephen Roach, docente en Yale y ex presidente de Morgan Stanley en Asia, explica el pesimismo estadounidense, pese al “correcto diagnóstico” de Krugman. Esta “mala interpretación” se debe al “arrollador salto de los precios en 2023, que ha minimizado todos los esfuerzos para drenar la inflación y que, desafortunadamente, ahora, ha provocado que los votantes se enfrasquen en una cruzada por hacer pagar al culpable más que por debatir soluciones o por aportar estrategias de futuro”.
Las aclaraciones de Stiglizt, Krugman y Roach vuelven a dar la razón a James Carville, el asesor de campaña de Bill Clinton y su célebre “¡es la economía, estúpido!”. Da igual las circunstancias. El bolsillo de los estadounidenses elegirá a su dirigente cada cuatro años. Más del 90% de los votantes (Ipsos) admite que sus ingresos decidirán su sufragio, porque –dice Gallup–, la economía es el más importante de los 22 asuntos que los norteamericanos registrados consideran claves para su cita con las urnas del 5N. El 52% la juzga “extremadamente importante” y el 38%, “muy importante”. Nueve de cada diez admite que hay un clima de dinamismo y control de precios.
Entonces, ¿en qué aspectos colisionan Trump y Harris? Y, sobre todo, ¿por qué las encuestas otorgan al ex presidente una percepción más favorable al manejo de la economía (54% frente al 45%)? Estos 4 bloques temáticos ayudan a descubrir las diferencias demócratas y republicanas.
1.- Las piedras filosofales de sus estrategias económicas. Trump pretende forzar a las empresas de EEUU a generar trabajo en suelo americano. Harris, romper el poder monopolístico que varias de ellas –sobre todo bigtechs, investigadas en los juzgados por falsa competencia–, han amasado en el primer mercado global.
“Juntos, bajaremos impuestos, regulaciones, costes energéticos, tipos de interés e inflación para que todos los ciudadanos se provean de alimentos, coche o casa”. Palabra de ex presidente, que cumplió al dedillo con el doble dogma de fe de sus antecesores de partido –desde Ronald Reagan hasta George W. Bush– de aplicar rebajas fiscales y guerras comerciales. Ahora pretende restablecer “otra tanda de recortes tributarios a personas y empresas” e intensificar el proteccionismo con más aranceles; en especial, hacia bienes y servicios made in China a los que impondrá tarifas del 60% aunque también, como hizo en su mandato –a socios, europeos, asiáticos y anglosajones–, que deberán asumir una tasa general de entrada del 20%.
Todo ello, aderezado con la irónica consigna del Grand Old Party (GOP) “quita las manos de mi economía”. Pese a su marcado intervencionismo y a sus alegorías sobre la inflación –“los precios bajarán rápidamente; sólo tienes que observar”– o sobre el coste de la vivienda, que vincula con “la invasión de alienígenas ilegales”, en alusión a los 11 millones de inmigrantes sin papeles. Sin olvidar su declarado objeto de deseo –influir en la Fed para mantener tipos bajos– del que Larry Summers, secretario del Tesoro con Clinton, le previene porque “cualquier intento de interceder en la independencia de un banco central trae espirales de inflación galopantes”.
Harris, en cambio, prefiere frenar los “descontrolados precios” de los alimentos, que han subido un 25% desde 2019, y que consumidores y su industria coinciden en achacar a “deficiencias” en sus cadenas de valor, en cotas mínimas en dos décadas.
A su juicio, el trilema productividad-competitividad-prosperidad debe regir la política del Tesoro. Con prolongación de recursos federales para startups, industrias renovables o coches eléctricos, más poder a los supervisores para acabar con posiciones de dominio en sectores neurálgicos y ayudas a la vivienda –25.000 dólares por primeras compras y construcción de tres millones de nuevos inmuebles– y al cuidado infantil: créditos fiscales de 6.000 dólares por nacimiento y por cuidados a menores que excedan del 7% de los ingresos familiares.
2.- Alteración de gastos e ingresos: más déficit y deuda. La hoja de ruta de Harris busca abaratar las declaraciones tributarias y las recetas médicas de la clase media, aunque ahondará el agujero presupuestario del próximo decenio en 1,7 billones de dólares –casi el PIB español–, dice el Comité para un Presupuesto Federal Responsable (CPFR), que incluye los planes de la lideresa demócrata de mantener más allá de 2025 los tipos impositivos de la Tax Cuts and Jobs Act, que aprobó Trump en 2017, a rentas inferiores a 400.000 dólares anuales.
Además de los incrementos, del 21% al 28%, del gravamen de Sociedades y del 37% al 39,6%, en el tramo máximo del IRPF; a expensas de conocer su promesa de aplicar un impuesto específico a las fortunas de más de 100 millones de dólares. En total, el proyecto Harris añadiría cinco billones de dólares a las arcas del Tesoro hasta 2035.
Por su parte, la extensión de su Tax Cuts –“mi prioridad número uno”, reconoce Trump–, con recortes de presión fiscal a las empresas –hasta el 15%– y aumento de exenciones y deducciones, engordaría el déficit en 2,3 billones en diez años, afirma Tax Foundation.
Aunque otros modelos como el de la escuela de negocios Penn Wharton sitúan el desequilibrio presupuestario de Harris en 1,2 billones y elevan el de Trump hasta los 5,8 billones, cinco veces más. El CRFB también cifra en 3,95 billones extras el repunte de la deuda con la vicepresidenta actual entre 2026 y 2035 que, en el caso de su contrincante, alcanzaría los 7,74 billones.
La deuda estadounidense llegará, al término del año fiscal 2024, a los 35,46 billones de dólares, el 124% del PIB
3.- El comercio, el eje del America, first, vincula inmigración e industria. El lema de Trump que dio paso a su Make America Great Again (MAGA), encuentra en el orden comercial su leitmotiv. “Tarifa (en referencia a arancel) es la palabra más bonita del diccionario”, dice. Todo está bajo su guadaña: desde coches fabricados en México, hasta maquinaria agrícola John Deere –marca americana por excelencia– si contrata personal en el exterior o a los países que abandonen el dólar. Sus halcones prometen revocar el estatus de Nación Más Favorecida a China y advierten a inversores del gigante asiático que no adquieran inmuebles o compañías de EEUU. Harris retiene los múltiples vetos a Pekín de Biden, augura créditos fiscales a empresas americanas para competir con sus rivales chinas, y critica que la táctica de su contrincante elevará la factura de consumidores e industrias y que importará inflación.
Robert Lighthizer, representante de Comercio con Trump y su presumible secretario del Tesoro, es el instigador de las guerras arancelarias y propulsor de sus iniciativas en campaña. “Mutó de defensor del multilateralismo en sus décadas como embajador a nacionalista económico con ínfulas de revolucionario comercial”, avisa Edward Alden, del Council on Foreign Relations (CFR), para quien “su misión final será transformar el sistema global de libre comercio”.
No estará solo. La Heritage Foundation, think tank que ha nutrido los programas republicanos desde Reagan, admite que sus propuestas, hilvanadas en Proyecto 2025 para esta ocasión, son “radioactivas”, según el copresidente de este equipo, Howard Lutnick. Aunque es el gran jefe de la entidad conservadora, Kevin Roberts, el arquitecto del road map trumpista, que incluye como misión final enterrar “toda ayuda” del Bidenomics.
Sobre todo, asegura Economist Intelligence Unit (EIU), las inversiones de su billonario programa de Infraestructuras y los subsidios de la Chips and Science Act y la IRA, la Inflation Reduction Act que, combinados, están acelerando, con éxito, la reconversión industrial de Biden para asegurar el abastecimiento de manufacturas, chips y materias primas estratégicos. Sus expertos resaltan que Trump “lamenta de no haber instaurado” estas medidas y que, por eso, critica “con fiereza, de nuevo, el cambio climático y las políticas renovables del actual presidente”.
Igual que su insistencia en las deportaciones masivas de inmigrantes que atenta contra el cálculo de la Oficina Presupuestaria del Congreso de que los 5,2 millones de nuevos trabajadores que va a demandar el mercado laboral en 2033 aportarían 7 billones adicionales al PIB y evitarían recesiones. O contra la predicción de la OMC que atisba un receso del 0,8% en el PIB americano y un alza del 4,3% del IPC en 2028 si Trump cumple su amenaza tarifaria a China.
Harris es partidaria de acuerdos fronterizos con México y otros países centroamericanos y, sin ser muy precisa, de acentuar devoluciones inmediatas. En el orden comercial, dice querer “el fortalecimiento del multilateralismo con normas que protejan el libre flujo de bienes y servicios y propicien predictibilidad y estabilidad”.
4.- Vivienda, coste de vida y empleo. Trump apuesta por “reducir las hipotecas” con su presión sobre la Fed, liberalizar suelo e incentivar fiscalmente, sin especificar, a compradores. Mientras Harris pretende atender impositivamente a constructores y extender créditos fiscales a barrios que rehabiliten casas para comunidades de rentas bajas. El republicano se decanta por suprimir “las distorsiones” del negocio del petróleo y el gas para elevar su producción.
Sobre empleo, Harris se compromete a duplicar el salario mínimo. De los 7,25 dólares la hora a 15, porque los actuales “crean un escaso poder adquisitivo”: unos 15.000 dólares anuales. Para Trump, la prioridad es la manida flexibilización del mercado laboral y, por supuesto, que ningún inmigrante llegue sin empleo.