Mientras los reyes llegaban a Paiporta con una gran comitiva, a mi pueblo llegó ayer una agricultora de La Rioja. Se subió a su tractor, dejó a medias los trabajos de su campo y decidió acercarse allí donde pudiese hacer falta
Lanzan objetos y fango al rey, Sánchez y Mazón a su llegada a Paiporta al grito de “¡asesinos!”
No hay un lugar de mi cuerpo en el que no encuentre barro cada noche desde hace cinco días. Desde las uñas de los pies hasta los pelos de la cabeza, lidio con el fango desde que una riada transformó para siempre mi pueblo de adopción, Aldaia, y todas nuestras vidas. Desde que hubo que coger cepillos, palas y cubos para achicar y despejar. Como todos mis vecinos y vecinas y la cantidad de gente que viene a ayudarnos, estoy de barro hasta arriba, una sustancia tan viscosa como la rabia que nos invade.
Mientras los reyes llegaban a Paiporta con una gran comitiva, a mi pueblo llegó ayer una agricultora de La Rioja. Se subió a su tractor, dejó a medias los trabajos de su campo y decidió acercarse allí donde pudiese hacer falta. Gracias a su bomba extractora hemos podido empezar a vaciar uno de los garajes inundados del pueblo que, después de cinco días, aún seguía con agua del suelo al techo.
Ahora que he parado de trabajar por la alerta naranja me lleno de gratitud ante la ola de solidaridad ciudadana y de rabia porque la respuesta institucional esté siendo tan lenta. El recuerdo de la falta de avisos por parte de la Generalitat Valenciana pese a disponer de datos fehacientes que alertaban de un riesgo extremo se me agolpa y me enfurece.
Esa indignación se extiende al comprobar una respuesta demasiado tímida de las instituciones ante la catástrofe. A Aldaia, no ha llegado hasta hoy, 3 de noviembre, maquinaria pesada suficiente para poder avanzar en la limpieza de las calles y la retirada de las montañas de muebles, coches, electrodomésticos y recuerdos que el agua ha arrasado y el lodo ha destrozado.
Un grupo de jóvenes participa en las tareas de limpieza en Aldaia, Valencia
Necesitamos toda la maquinaria y conocimientos especializados posibles para quitar lo que se acumula en nuestras calles, necesitamos que se restablezca el abastecimiento de comida y bienes de primera necesidad y necesitamos que el Estado dimensione la emergencia actual y la ayuda hará falta también después. Los procesos de peritaje y de pago de cuantías a través del consorcio de seguros son muy lentos y escasos. Si queremos volver a la normalidad cuanto antes, hace falta dotar de recursos humanos y materiales cuanto antes. Hay que rehacer casas, negocios y vidas. Y eso no puede esperar ni un segundo ni delegarse en el voluntarismo de quienes quieran sumar su grano de arena. Además, corremos el grave riesgo de condicionar el nivel de respuesta a la capacidad económica de los y las afectadas. Dejar en manos de la respuesta del mercado la capacidad de rehacer vidas sería aún más catastrófico.
La falta de altura de miras y responsabilidad de las instituciones, de todas, han desencadenado en auténticas catástrofes. No solo por el escenario actual sino porque las alertas reiteradas sobre los efectos del cambio climático, sobre las consecuencias de modelos de ciudad y consumo pensados para una movilidad dependiente del coche y cantidades ingentes de combustibles fósiles y energía han sido ignoradas una vez tras otra. Las alegaciones de grupos de científicos a cada infraestructura y desarrollo urbanístico en zonas inundables o que destrozaban los propios entornos de protección naturales han sido trituradas del mismo modo que el agua trituró casas la noche del 29 de octubre, las consecuencias del cambio climático han llegado para quedarse. Estamos ante la deriva de elegir entre mitigar los peores efectos y adaptar nuestros entornos, ciudades, modelos de consumo y de ciudades o volver a lamentarnos y que la rabia y el agotamiento empiecen a ser cada vez más frecuentes.
El barro se nos va a quedar dentro y la también la conciencia de que esto debe cambiar también.