Bluesky: ¿una oportunidad para reconstruir el ágora digital?

Lo que quizás estamos descubriendo ahora es hasta qué punto el algoritmo obedece a un interés político específico. Un multimillonario que de facto se ha presentado a las elecciones presidenciales de Estados Unidos es el excéntrico propietario de un sistema digital que ayuda a conformar la opinión pública

A las pocas horas de crearme una cuenta en Bluesky hice el experimento del que todo el mundo hablaba. Escribí el mismo mensaje en las dos redes sociales, X y Bluesky, y comparé la respuesta en ambos. El resultado fue sorprendente. En Twitter el mensaje recibió 397 interacciones positivas frente a 718 en Bluesky. No obstante, si tenemos presente que en Twitter tengo más de un millón de seguidores, frente a los diez mil de Bluesky, la diferencia se agranda espectacularmente (0,361 por cada mil seguidores en Twitter frente a 72 cada mil en el caso de Bluesky). 

Mi caso solo confirmaba algo que ya muchos usuarios habían experimentado antes, en mayor o menor escala. Y ello sugiere que el algoritmo de X funciona de tal manera que produce la invisibilización relativa de ciertas cuentas. No sabemos si se trata de algo premeditado contra ciertos grupos -por ejemplo, los de izquierdas- o si sencillamente el algoritmo premia otro tipo de mensajes. Pero hay algo perverso en todo esto, y aunque no sepamos con precisión qué es, no hay duda de que lo estamos percibiendo y experimentando.

Los algoritmos en las redes sociales funcionan como filtros de información, lo cual concede un poder enorme a quien lo diseña. Uno de los efectos evidentes es que distorsiona la forma en la que vemos el mundo. Me recuerda a esas visitas guiadas que existen en las ciudades turísticas; cuando te montas en un autobús y recorres de manera pasiva los lugares que otros han seleccionado. Cuando desciendes del vehículo te llevas contigo una determinada imagen de la ciudad, aunque no sea del todo fiel -probablemente, por ejemplo, no habrás visto las zonas menos sexy de la ciudad-. Al menos, podríamos decir, conocemos los sesgos del servicio y sabemos a lo que nos atenemos. No ocurre lo mismo en redes sociales, donde en general estamos profundamente indefensos.

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