Muebles, bombonas y neumáticos en los arrozales de La Albufera: “Esto es un abandono, no sé lo que voy a tener que hacer”

Mientras en la laguna sigue la búsqueda de desaparecidos, el Ayuntamiento de València ha presentado un plan de intervención de unos 8,5 millones de euros, que arroceros y pescadores que llevan un mes conviviendo con los daños causados por las inundaciones en La Albufera juzgan insuficiente

Un mes después en la ‘zona cero’ de la DANA: calles sin barro, drama de puertas adentro

José Castelló tenía ocho años cuando empezó a pisar las motas que marcan los márgenes del arrozal, en el sur de La Albufera, en el que lleva trabajando toda la vida. Heredó la tierra y el oficio de su padre, que lo había heredado de su abuelo. “No sé lo que voy a tener que hacer. De momento estoy aquí para denunciar este abandono, porque esto es un abandono. Luego seguiré hasta dónde haga falta, y si es por la vía judicial, también. No lo hago solo por mí, sino por todos los que han trabajado antes que yo. Y por mi hijo. Como mi abuelo se lo dejó a mi padre y mi padre me lo ha dejado a mí, yo se lo dejaré a mi hijo. Después, él que haga lo que quiera o lo que pueda, pero por mí no va a ser”, dice mientras camina con seguridad por los montículos de tierra y piedra sembrados de cañas rotas y marcados desde hace un mes por grandes brechas.

Son los daños causados por el aumento del nivel del agua cuando la riada del 29 de octubre entró de improviso por la desembocadura del barranco del Poyo en la parte norte de la laguna, la parte más afectada por las inundaciones. Desde aquí son unos seis kilómetros en línea recta, pero en la vegetación de la mota de Castelló también se han depositado residuos de todo tipo: restos de macetas de plástico, latas de cerveza, bidones… “Y el otro día encontré un termómetro”, asegura. 


José Castelló en la mota que delimita su arrozal, en el sur del lago de la Albufera.

Su principal preocupación, y la de todos los arroceros afectados, es que si no se reparan a tiempo las motas, los daños serán aún mayores. “Esto si no vienen y no lo ven, no lo van a entender. Yo no lo había visto nunca. Tengo 53 años y no lo he visto y ni se lo había escuchado a mi padre o a mi abuelo. Estos últimos 25 metros de la mota están destrozados y cuando yo empiece a bajar el agua para vaciar el campo y sembrar, va a reventar”, explica. Y sin mota, no hay siembra, ni control del riego, ni arroz. “Pero llamé el otro día a la técnica del Ayuntamiento de València y me ha dicho que ya es consciente, pero que nos apañemos porque dinero para aquí no hay”. 

El Ayuntamiento es propietario de La Albufera y este viernes ha acordado destinar 8,5 millones de euros, a través de un contrato de emergencia, a la limpieza de las zonas del lago más afectadas. 

La cifra y las previsiones presentadas por el concejal responsable de la Albufera, José Gosálbez, de Vox, coinciden, esencialmente, con las conclusiones del primer informe de evaluación elaborado por el Servicio de la Devesa-Albufera, dependiente del consistorio. El documento destacaba “la magnitud excepcional de la inundación” y “los enormes daños generados sobre el espacio natural y agrícola”, con un aumento del nivel del agua de 10 a 110 centímetros, lo que implica, según los técnicos, que entraron 120 hectómetros cúbicos de agua en menos de 24 horas, un 50-70 por ciento más de la que entra en un año. 


Un bíster de pastillas, entre los residuos que llegaron con las inundaciones del 29 de octubre al Parque natural de la Albufera.

Las actuaciones previstas se concentran en el norte de la laguna, donde los marjales de Massanassa, Catarroja y Alfafar –en la punta opuesta del Tancat de Rochet, donde se encuentra el arrozal de Pinedo– fueron cubiertos por una marea de lodo que arrastraba todo lo que se había llevado a su paso por las zonas urbanizadas de los municipios: muebles, bombonas, bidones de productos químicos de cualquier tipo, neveras, neumáticos, balas de plástico prensado… 

El rastro de esta siembra contaminante está por todas partes cuando se entra a La Albufera por el puerto de Catarroja. Aquí, José Luis Cases acaba de recuperar uno de los barcos que la riada había mandado a la deriva. Subido a la cubierta y con la ayuda de una larga percha, acerca la embarcación al muelle, también marcado por el paso de las inundaciones. Junto a otros compañeros del club de vela latina, los barcos tradicionales de la laguna, lleva días tratando de reparar los daños.

“No nos dejan salir ahora porque siguen buscando a gente… Salimos los primeros días a acompañar a unos bomberos de Ferrol pero luego ya no nos dejaron”, dice resignado este trabajador de Ford que vive en Sedaví y se encuentra ahora en ERTE y que tiene a toda su familia afectada por la DANA en Massanassa.


José Luis Cases, subido a un barco en el puerto de Catarroja.

El panorama que se divisa recorriendo las estrechas carreteras que cruzan los arrozales hasta el Tancat de Pipa está punteado de amasijos de cañas, arbustos, grandes troncos, incrustadas por restos de plásticos, blísteres de pastillas… Mirando a lo lejos, hacia los marjales de Massanassa, se ve un enorme contenedor azul de metal plantado en medio del campo. 

La extensión de los daños es enorme y es la razón por la que aquí muchos creen que este primer plan anunciado por el Ayuntamiento se queda más que corto. “Porque parece que solo incluye reparación de las motas del norte de La Albufera. Pero todas las motas se han visto afectadas porque el lago se desbordó por encima de los arrozales, cubrió las motas que estuvieron tiempo bajo el agua y volvieron a sufrir la erosión cuando el agua bajó”, dice Javier Jiménez Romo, vecino de la zona y, además, biólogo que lleva años trabajando en la laguna. Después de haber estado ayudando como voluntario en los pueblos inundados, desde hace días se afana para que se empiece a hablar seriamente también de las consecuencias que la DANA ha tenido sobre ese ecosistema ya frágil que es La Albufera. Unas consecuencias que, cree, no se están abordando ni de lejos como se debería.


Una unidad de la armada, durante las labores de búsqueda de los desaparecidos por la DANA este miércoles en la Albufera.

“Se echa de menos que las administraciones competentes a nivel estatal, regional y local, se junten para decidir primero unas actuaciones inmediatas, por ejemplo, para confinar los residuos, poniendo barreras cerco para evitar que se desperdiguen y que, un mes después, ni están colocadas. Luego, para tener un diagnóstico único, y después, un solo plan de actuación. Porque lo que estamos viendo hasta ahora son planes de choque con diagnósticos parciales realizados por cada administración y no completos”, dice Jímenez, sin poder contener una indignación que impregna toda sus palabras. 

Jiménez vive en la zona de El Saler colindante con La Albufera y dice que desde la riada mira la laguna “como una persona natural que nos ha salvado” porque fue gracias a que el humedal amortiguó la embestida del agua que los pueblos costeros no se inundaron. “Lo que están haciendo es manejar la información para, deprisa y corriendo, dar una sensación de que se están haciendo muchas cosas, lo cual es cierto, pero de forma totalmente descoordinada y sin ese diagnóstico, que solo puedes tener si has hablado con los agricultores, los grupos ecologistas, las universidades, los cazadores y los pescadores… ”, añade. 

Ser tenidos en cuenta, ser escuchados es lo que piden los pescadores de El Palmar, el pueblo que surge en una especie de península en la parte sur de la laguna, y que hasta hace un mes era uno de sus principales destinos turísticos. “Ahora es un pueblo fantasma. Porque encima se han difundido bulos de que aquí había mal olor, de que se había inundado, y no”, dice Amparo Aleixandre, secretaria de la Comunidad de Pescadores de El Palmar, sentada en una estancia de la planta superior de la lonja, donde desde hace un mes, el único pescado disponible son las anguilas de la piscicultura.


Amparo Aleixandre, en la entrada de la lonja de la Comunidad de Pescadores de el Palmar, en la Albufera.

“Estamos en situación de parada total. Un mes sin poder salir a faenar. Hasta que no cesen las búsquedas de los desaparecidos, nosotros no podemos salir. Lo sé porque acabo de hablar con un técnico al que conozco y con el que tengo confianza”, explica, subrayando cómo la información le llega por contactos informales. La situación es crítica, pero asegura que fueron ellos los que tuvieron que llamar a la Consejería de Medio Ambiente para explicarla: “Nosotros contactamos con ellos, no ellos a nosotros, como esperábamos”. De los 300 pescadores que había antiguamente, ya solo quedan unos 40 en la cofradía y muchos compaginan la pesca con las actividades turísticas o la agricultura. Pero ahora todo está parado. 

“Esto no se trata de que cada administración empiece a hacer el trocito de parcela que le toca. Se trata de que hay que hacer un plan general. Y lo que no es normal tampoco es que un barranco como este acabe en el lago de La Albufera. Si estamos diciendo que es un lago de máxima protección que está en la Red Natura 2000, tenemos que garantizar que esto no vuelva a pasar. Si algo hemos pedido siempre, y sobre todo los pescadores, es agua de calidad y en cantidad. Y esto tiene de todo menos eso”, dice Aleixandre, que explica que han ido encargando sus propios análisis para ver el estado de las aguas: “Salen con fecales, que están aptas, pero están con fecales. Y claro, al final, nosotros la anguila la ponemos aquí ya en agua potable a purgar y se limpia y se cocina. Pero esto es lo que sale. ¿Y cómo no va a salir con todo lo que se está tirando ahora mismo al barranco?”. 


Anguilas de piscicultura en la lonja de la Comunidad de pescadores de el Palmar, en la Albufera.

González se emociona al recordar los días en los que salió con su marido a echar una mano en las calles de Catarroja, movilizando la maquinaria que su familia tiene para las labores en los arrozales. “Aquí ya no había relevo generacional y, ahora, lo vamos a acabar de matar. 775 años tiene la comunidad de pescadores de El Palmar. Pues creo que es su final, tristemente. Porque en la Covid, nosotros continuamos trabajando, pero esto yo no sé si lo vamos a soportar”, dice con la voz quebrada.

No sabe si lo que han presupuestado en el plan del Ayuntamiento es mucho o poco. “Depende de lo que se vaya a hacer. Pero si van a venir empresas de asfaltar carreteras, ¿tienen las máquinas que se necesitan para hacer esto?”, se pregunta. Las empresas encargadas de la limpieza de La Albufera, según la información difundida este viernes por el Ayuntamiento, son las constructoras Rover y Becsa y la empresa de servicios, especializada en gestión del agua, Pavagua.

“Lo que te puedo decir es que nosotros somos ahora mismo la única empresa que tiene máquinas anfibias para la limpieza de La Albufera. Es más, te diría que en España somos la única empresa que tenemos cuatro modelos de máquinas anfibias diferentes. Y las empresas que recibieron los pliegos me han estado llamando estos días para saber qué había que hacer”, explica Manel Vela, titular de la pequeña empresa que desde hace años trabaja en el mantenimiento de la laguna. Vela considera que los recursos de los que se está hablando no son suficientes y que hace falta maquinaria especializada que habría que ir a buscar fuera, por ejemplo, a Holanda.

“Y hay que hacer las cosas bien, porque si no, aquí va a haber mierda para años”, comenta. Vela es de los pocos que tienen una visión completa de los daños, porque ha podido entrar también en la zona oeste de la laguna donde se acumulan los residuos y donde ha acompañando a los agentes del Grupo Especial de Actividades Subacuáticas de la Guardia Civil en la búsqueda de los desaparecidos.

“En agosto, cuando la vegetación lo tape todo, se dirá que aquí no ha pasado nada, que tenemos un lago maravilloso. Cuando todo lo que hay se quedará en el fondo. La mierda estará ahí. Y ya teníamos un problema muy grande de contaminación antes”, añade este técnico que lleva 35 años subido a excavadoras. Dice que no puede dejar de hablar porque si no, no podría dormir: “Para mí la Albufera es como una madre”.


Un contenedor marítimo metálico en medio del campo, en el Parque natural de la Albufera.

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