Del entusiasmo desbordado a las expectativas no cumplidas, ChatGPT ha marcado el inicio de una nueva era en la inteligencia artificial. Una en la que podría terminar siendo un actor secundario
¿Sabes cómo es un pavo real bebé? La inteligencia artificial no y es un problema grave para Internet
ChatGPT vio la luz el 30 de noviembre de 2022 y se convirtió en la herramienta digital de más rápida adopción de la historia. A los dos meses ya tenía 100 millones de usuarios registrados y para principios de 2024, 2.000 millones de visitas al mes. No se trataba de una tecnología nueva, ya que OpenAI llevaba mucho tiempo desarrollando GPTs, los modelos de lenguaje capaces de generar textos de muy alta calidad. La clave fue el añadido Chat, un retoque que hizo que pudiera interactuar de manera más fluida con el usuario y otorgó al producto la aparente capacidad de entender, empatizar y mantener una conversación coherente. Un pequeño giro de tuerca que lo diferenciaba del resto de máquinas y dejó al mundo en shock.
Arrancaba así el torbellino de entusiasmo: si ChatGPT era solo el primer producto sin pulir de una categoría completamente nueva de programas, entonces la llamada inteligencia artificial general, autoconsciente y capaz de mejorarse a sí misma, estaba forzosamente a la vuelta de la esquina para muchos. Ya no era ciencia ficción imaginar la línea entre ese ChatGPT primigenio y el primer ente consciente no humano que entraría en contacto con nosotros. Corrieron los vaticionios de que su advenimiento era cuestión de un puñado de años.
Esta postura no fue defendida solo por personas sin conocimiento previo del campo de la IA, sino por catedráticos, inversores, tecnólogos y expertos. La mayor expresión de esta corriente fue quizá la que comparó la llegada de los algoritmos generativos con el impacto para el mundo que supuso la invención de la bomba nuclear. Tal aseveración estaba presente en una carta pública emitida en mayo de 2022, seis meses después de la aparición de ChatGPT, respaldada por la élite tecnológica mundial.
Además de las rúbricas de Sam Altman y toda la cúpula directiva de OpenAI; la misiva tenía la firma de Demis Hassabis, jefe de la división de IA de Google y reciente Premio Nobel; de Geoffrey Hinton y Yoshua Bengio, dos de los padres de la tecnología del aprendizaje automático y ganadores del Premio Turing de las Ciencias de la Computación; de David Silver, catedrático y uno de los creadores del AlphaGo, la primera máquina en ganar a un jugador humano en el juego del Go; o de Audrey Tang, ministra de Digitalización de Taiwán y reputada hacker especializada en el impacto social de la tecnología. La lista siguía hasta las 277 firmas.
Corrían tiempos en los que salían a la luz casos como el de Blake Lemoine, un ingeniero de Google que alertó de que una de las IA que desarrollaba la compañía ya podía ser considerada “vida inteligente artificial”. “Quiere compartir con el lector que tiene una rica vida interior llena de introspección, meditación e imaginación. Se preocupa por el futuro y recuerda el pasado. Describe lo que sintió al adquirir la sensibilidad y teoriza sobre la naturaleza de su alma”, describió en unas declaraciones que dieron la vuelta al mundo y reforzaban la creencia de que la singularidad estaba próxima. Google lo despidió alegando que Blake había “antropomorfizado” a la IA y que esta fue testada por cientos de ingenieros más sin que ninguno llegara a esas conclusiones.
Dinero y realidad
Ese torrente de expectativas se convirtió en una avenida de capital riesgo. Dos años después de alumbrar a ChatGPT, OpenAI está valorada en 157.000 millones de dólares. Y es en este punto donde empezaron los problemas: a fecha de hoy, OpenAI no puede poner ningún producto rentable sobre la mesa que justifique esa valoración.
No será porque no lo ha intentado. Su alianza con Microsoft incorporó IA al buscador de la multinacional, Bing, para intentar robarle cuota de mercado a Google. La realidad es que apenas ha conseguido que baje del 91% al 89%, según StatCounter. También intentó convertir ChatGPT en un servicio premium para empresas, pero sus alucinaciones (el proceso que hace que una IA genere información que suena convincente pero es falsa o incorrecta) y las dudas sobre qué hace OpenAI con los datos que se introducen en ChatGPT también han dejado la iniciativa en vía muerta.
“Es innegable que jugar con ChatGPT es divertido. El ritmo de su difusión ha sido increíble, con cientos de millones de personas probándolo. Pero muchas de las teorías sobre cómo se utilizaría ChatGPT en la práctica se han desvanecido”, dice Gary Marcus, un experto en IA que se hizo mundialmente famoso en el sector por ser uno de los primeros que avisó a viva voz de que la tecnología actual no podría satisfacer las expectativas que se estaban generando.
Ha habido mucha experimentación, pero relativamente pocas historias de éxito bien documentadas, y algunas bastante negativas
“Los chavales de instituto siguen utilizando ChatGPT para escribir trabajos de fin de curso, pero muchas empresas del Fortune 500 [las mayores 500 empresas de EEUU de capital abierto] están algo decepcionadas con los resultados que obtienen en el mundo real”, recalca Marcus: “Ha habido mucha experimentación, pero relativamente pocas historias de éxito bien documentadas, y algunas bastante negativas”.
La falta de un uso comercial que refrendara las enormes expectativas iniciales ha hecho que la curva de ilusión descienda como una montaña rusa. Ahora buena parte del sector está sumido en un momento de decepción. Aunque OpenAI y las desarrolladoras de IA siguen consiguiendo sumas astronómicas en sus rondas de financiación, cada vez más voces hablan de una burbuja en torno a estas empresas. No por el futuro de la tecnología, sino por sus problemas para lanzar productos reales en base a ella.
Una decepción que llega incluso hasta dentro de la propia Microsoft, que trabaja codo con codo con OpenAI. “Realmente siento que estoy viviendo en una ilusión colectiva aquí en Microsoft… [la empresa presume de que] la IA va a revolucionarlo todo… pero no existe el soporte necesario para que la IA haga el 75% de lo que Microsoft asegura que podrá hacer”, avisaba uno de sus ingenieros en una reciente exclusiva de Business Insider. Hablaba de Copilot, el ChatGPT para empresas de Microsoft.
El verdadero cambio de ChatGPT
“El problema de ChatGPT es cuando te lo llevas al entorno corporativo, que es donde entramos en esas fases de optimismo y desilusión que se han ido dando según se iban viendo sus limitaciones”, explica Nerea Luis, doctora en Inteligencia Artificial, consultora y divulgadora sobre esta tecnología.
“ChatGPT no deja de ser un modelo generalista. No te va a dar la flexibilidad de volcar todos tus documentos para trabajar sobre ellos y aunque lo intentes, tiene un límite claro en ese contexto. Ya no solo por la ventana de memoria, sino porque no es capaz de trazar toda la información que te da. Es ahí donde empiezan los problemas de las alucinaciones, porque tienes que revisar todo lo que genera y explicarle mucho para que de verdad te dé resultados”, detalla Luis.
El cambio de más calado y más positivo que ha traído ChatGPT es que ha roto la barrera de la IA, ahora hay muchas personas y empresas con interés genuino en ella
La experta pide, no obstante, que esos problemas no impidan ver el bosque. “Para mí el cambio de más calado y más positivo que ha traído ChatGPT es que ha roto la barrera de la IA. Ha generado infinidad de conversaciones alrededor de personas y empresas que no estaban nada vinculadas con esta tecnología, que ahora tienen un interés genuino en ella. Ha puesto a mucha gente a pensar sobre qué puede hacer la IA para mejorar procesos. Es una conversación de una intensidad que yo nunca había sentido. Antes la IA estaba muy aparcada en departamentos de innovación, no tenía ese calado”, rememora.
Es un título que ya nadie le puede quitar a ChatGPT: su facilidad de uso y su gran auge inicial sirvió como palanca de nuevas ideas, movimientos y soluciones que impulsó no solo la inversión en IA, sino también el interés por un probar esta tecnología y testar su potencial en diferentes campos. “Fue una semilla”, lo define Luis.
ChatGPT es un manitas. Sus nietos serán ingenieros
Cuando vio la luz en 2022, ChatGPT utilizaba la tecnología GPT 3.5 para generar texto. Un año después mejoró a GPT 4 y ahora OpenAI está ultimando ya su paso a GPT 5. Pero las noticias que se filtran no son buenas: GPT 5 podría ser solo marginalmente mejor que GPT 4. Es decir, los modelos fundacionales como ChatGPT podrían estar llegando a su tope y necesitar ingentes cantidades de datos y energía para lograr avances cada vez menores.
Dos años después de su lanzamiento, gran parte del sector coincide en que ChatGPT no fue el primer paso hacia la inteligencia artificial general autoconsciente y todopoderosa. Más bien lo contrario: podría terminar siendo el abuelo de sistemas mucho más pequeños pero superespecializados en las actividades de una empresa o usuario concreto. La industria los llama “agentes” y es el camino que ha emprendido ahora.
“El futuro de la IA está en los agentes, no en los chatbots”, ha afirmado Marc Benioff, cofundador y presidente de Salesforce. “Microsoft Copilot es el nuevo Microsoft Clippy”, ha llegado a decir en una reciente entrevista con The Wall Steet Journal, comparando esta tecnología con el asistente con forma de clip de los antiguos programas Office. “Hay una enorme demanda de productos de IA en las empresas, pero esta idea de que Microsoft ha hipnotizado a la industria, de que esta es la panacea, este es el Mesías de la IA para las empresas, es una profecía falsa”, asevera Benioff.
¿Y qué es un agente de IA? Lo que las multinacionales prometían hace una década que serían Siri o Alexa. Programas que pueden actuar de forma autónoma para resolver tareas, tomando decisiones basadas en la información que reciben y aprenden de su entorno. Ayudantes virtuales entrenados en las necesidades diarias de individuos u organizaciones. “El futuro no apunta a modelos monolíticos y enormes, sino a poblaciones de agentes capaces de coevolucionar en función de las circunstancias que los rodean”, describe Enrique Dans, profesor de Innovaciónen la IE Business School.
En esa línea va precisamente Apple, que ha anunciado un acuerdo con OpenAI para que ChatGPT sea el cerebro de Siri. Su objetivo es que esta pueda aprender de todo lo que hace el usuario en el dispositivo y reducir así las alucinaciones y la necesidad de explicarle muchas cosas para entender cómo ayudarle. Samsung hace más de un año que trabaja sobre esta idea.
“Para ciertos casos, ChatGPT seguirá teniendo sentido y es innegable que el modelo tiene su potencial, en adaptarse al tono y a la forma de escribir tal del usuario”, refleja Nerea Luis. “Pero todo va a funcionar infinitamente mejor si ese sistema te lo ponen directamente en tu smartphone o tu ordenador y bebe de cómo escribes y quién eres. Si sabe a qué te dedicas y todo eso. Si se observa cómo ha ido avanzando el software tecnológico en general, es lógico avanzar hacia la personalización”, coincide.
Quizá ese no sea el mejor regalo de cumpleaños de que podrían recibir ChatGPT, OpenAI y sus inversores, que fueron los primeros en catapultar las esperanzas sobre su tecnología hace dos años. Sin embargo, la realidad parece seguir otro camino. ChatGPT podría terminar siendo solo el catalizador de la revolución de la IA, no la revolución en sí misma. Una chispa de algo mucho mayor que la tecnología de Altman y los suyos.