El filósofo publica ‘No hay palabras’, un libro testimonial en el que describe el último día de vida de su hijo, en una excursión que ambos compartieron en los Picos de Europa, y cómo es el tortuoso proceso posterior hasta asumir una experiencia tan traumática
El último ‘Rincón de pensar’ – La neura de la filosofía
Es difícil imaginar un dolor mayor que el que provoca la muerte de un hijo. Probablemente es imposible. El filósofo Francesc Torralba ha pasado por esa terrible experiencia y la describe en ‘No hay palabras’ (editado en castellano por Now Books y en catalán por Ara Llibres).
El primer capítulo es desgarrador pese a que no hay adjetivos ni valoraciones. Es la descripción detallada hasta el límite del último día de vida de su hijo Oriol. Fue el 14 de agosto del 2023. Esa jornada ambos salieron de excursión por los Picos de Europa y el joven de 26 años falleció tras una caída. Su padre ha querido rememorar aquel día y no solo como un ejercicio catártico. También para que aquellos que conocieron y quisieron a Oriol sepan que su último día fue feliz.
Torralba, que tiene 57 años y lleva publicando libros desde los 22, ya había escrito sobre la muerte. Esta vez es muy distinto porque se trata de un libro testimonial. Es un homenaje a su hijo que más allá de describir una experiencia traumática aporta una visión vitalista. Puede parecer una contradicción, pero no lo es. Del mismo modo que las olas de tristeza no entienden de fases del duelo, el relato y las reflexiones de este filósofo ayudan a romper el tabú de la muerte y a recordar que la vida no es infinita. Nos pensamos que llegará tarde, pero muchas veces, muchas más de las que nos pensamos, no es así.
Por lo tanto, hay que vivir cada día como si fuese el último. Fácil de decir y menos de hacerlo a no ser que se haya sufrido una experiencia como la que se describe en este libro.
Le confieso que he dado muchas vueltas a cuál debía ser la primera pregunta de esta entrevista. Usted explica que cuando alguien, con buena intención, le pregunta cómo está, cuesta a veces verbalizarlo. Pero por respeto creo que debo preguntarle cómo se encuentra. Puede, por supuesto, no responderla.
Un año ayuda mucha a hacer el proceso de duelo. El suceso trágico tiene lugar el 14 de agosto de 2023. Durante este año y tres meses ha habido un trabajo interior, muchas conversaciones, y la escritura me ha ayudado mucho. El tiempo no lo cura todo, pero el tiempo trabajado hace que vayas asumiendo y digiriendo un proceso de esta complejidad. Por lo tanto, le diría que mucho mejor, no es la tristeza que me invadía hace un año, aunque evidentemente existe una pena y le echamos mucho de menos.
El libro se titula ‘No hay palabras’ y no podría ser más acertado. Sin embargo, usted las ha encontrado.
Sí, es una paradoja. Lo que quería mostrar es la insuficiencia de las palabras para expresar lo que sentimos y para consolar al otro. Cuando intentas encontrar el vacío que sientes, no acabas de encontrar las palabras. Y las personas que te quieren e intentan consolarte tampoco las encuentran. Pero tenemos que decirlas aunque sean insuficientes. Además, disponemos de otros lenguajes que nos permiten expresar lo que las palabras no pueden comunicar: las lágrimas, los abrazos, las caricias, los besos, los silencios o la música.
Explica que en el caso de la muerte de Oriol no experimentó cólera contra nadie, sino un sentimiento de resignación. Pero hubiera tenido derecho a estar enfadado.
Sí, claro. Y es una fase que subrayan todos los que, empezando por Kübler-Ross, han analizado el proceso de duelo. La indignación, la ira o la rabia, y especialmente tratándose de una persona joven, con muchos proyectos por delante, con muchas ganas de vivir. No obstante, lo que yo experimenté fue estupefacción, perplejidad, una sensación inmensa de desamparo, pero no ira ni indignación u odio.
El drama de las fases del duelo es cuando te quedas petrificado en una y no avanzas. El duelo tiene sus ritmos y cada persona los suyos. Lo he visto en mi casa y hasta que no llegas a lo que Kübler-Ross define como ‘la aceptación’ puede pasar mucho tiempo. Debo decirle que yo he cuestionado las fases y su secuencia. Creo que hay otros momentos y también reversibilidad, es decir, se pueden dar pasos atrás. Y considero que la última fase no es la aceptación sino la gratitud. Me ha costado, pero he aceptado el trágico suceso y la gratitud es por todo lo que esta persona, mi hijo, nos dio durante su vida.
La última fase del duelo no es la aceptación, sino la gratitud
Escuchándole me recuerda unas declaraciones de Luis Enrique hablando de su hija, muerta de cáncer a los 9 años, y que se han hecho muy famosas en estas últimas semanas porque en un documental él explica que se considera muy afortunado porque tiene muchos recuerdos del tiempo que pasaron juntos con la Xana. Usted en el libro explica que ese último día con Oriol es “un regalo” que siempre tendrá en el corazón.
Fue un regalo inmenso. Evidentemente, me hubiese gustado poder vivir muchos más. Tenía que narrar ese día porque él fue inmensamente feliz. Él era un hombre más bien contenido, poco expresivo, pero ese día, disfrutando en medio de la montaña, con un sol espectacular, estaba eufórico. Reímos, comimos, nos cansamos, hicimos fotografías… un día de esos que llamamos idílicos. Yo quería que su pareja, sus amigos, conociesen cómo fue la secuencia de ese último día. El azar hizo que yo fuese el último testigo, desde que nos levantamos hasta el trágico suceso. Quería hacerlo porque con el tiempo podía sufrir olvidos, lagunas, y por eso el primer capítulo es una secuencia lo más precisa desde las 5.30 de la mañana hasta la primera noche en la que intentamos dormir ya sin él.
¿A la hora de escribir el libro, lo más difícil ha sido precisamente esto, recrear con tanto detalle ese último día?
Publico libros desde hace 35 años y esta parte de este libro ha sido la más difícil. Empezar a teclear con la máxima precisión los hechos desnudos, los más mínimos detalles, sin ninguna valoración, todo lo que fue pasando. Pero debía hacerlo. Por otra parte, quería hacer un libro edificante. Si hubiese escrito un libro desde la rabia hubiese sido liberador, pero lo habría guardado en un cajón. Quería que fuese vitalista, que tuviese esperanza. Y es el libro que me ha salido. No es un libro desesperado, sino que evoca las ganas de vivir. Esto es lo que me decidió a publicarlo. Antes lo leyeron mi mujer y mis hijas porque quería que estuviesen de acuerdo.
Es un libro que creo que puede ayudar a personas que están en procesos de duelo. Este es el gran tema tabú. Estamos en un mundo en el que todo el mundo tiene que ser feliz, con éxito, y los dramas hay que encerrarlos en casa. Por eso cuando encuentras palabras a los procesos que otras personas también están viviendo te agarras a ello como a un clavo ardiente.
Ambos eran personas experimentadas, pero una de las primeras cosas que te dicen cuando empiezas es que la montaña puede ser muy traicionera. ¿Es la peor y al mismo tiempo la mejor muerte para alguien que ama la montaña?
Creo que sí. En primer lugar porque mueres en un lugar maravilloso. Cuántas personas mueren en lugares infames… En segundo lugar porque es practicando una actividad que te llena y con alguien que te llena. En un día maravilloso y sobre todo, de golpe. Sin dolor y sin una agonía. Siempre querrías que la muerte fuese de golpe y en un entorno bello aunque en mi caso también me gustaría que fuese acompañada de una despedida. Cuando es una muerte como esta no la hay, no existe porque es como un corte que lo rompe todo.
¿Poderse despedir ayuda a romper el tabú?
La muerte ideal requiere de una despedida y trasladar la gratitud a las personas que te han acompañado. Para morir en paz también debes morir reconciliado. A menudo a mis alumnos les pregunto: ¿Imagínate que este es tu último día, que no vivirás más, qué harías? Muchos me responden que darían las gracias a sus padres, que le diría a una persona que la quiere o que pedirían perdón a personas que han ofendido. Pues, aplícate y vive cada día como si fuese el último.
La muerte ideal requiere de una despedida y trasladar la gratitud a las personas que te han acompañado
A veces el círculo más íntimo lo sabe, pero por falta de coraje o como usted explica, por una piedad mal entendida, se priva a la persona de saber que muere. ¿Es un error?
Sí, porque las personas tienen derecho a despedirse. Entiendo que la voluntad sea no hacer sufrir a esa persona. Hay padres que esconden el cáncer a sus hijos o madres que no se lo explican a sus hijos o pareja. Lo entiendo porque no quieres entristecerle, pero uno de los aprendizajes que he hecho es el de la cultura de la gratitud. Yo no sabía que era el último día de mi hijo, sino le hubiese dado las gracias. Pero ahora tengo más presente que nunca que cada día puede ser el último. Puede que hoy no llegue a casa. Como cada día puede ser el último, no pospongas dar las gracias.
Por ejemplo, he ido a ver antiguos profesores míos al geriátrico y les he dicho que aunque era posible que no se acordasen de mí les agradecía infinitamente las clases que me dieron. Hay que decir las cosas, abrazar, reconocer en vida. La muerte es cierta, la hora es incierta.
Torralba, en un momento de la conversación, este jueves en la Universitat Blanquerna.
En el libro afirma que la muerte de un ser querido nos hace más humildes, más magnánimos y compasivos. Pero no siempre o no todo el mundo cambia para ser una mejor persona.
Estoy de acuerdo. A veces es como un relámpago en que lo ves todo más claro y después regresa la oscuridad. Se vuelve a la crítica, a perder el tiempo en tonterías y nos olvidamos. Nos hacemos preguntas sobre el sentido de la vida, qué tiene valor, cuando venimos de enterrar a alguien. Pero también es verdad que te sientes muy poca cosa. Yo no hubiese salido de esa montaña si no me hubiesen rescatado con un cable. Te das cuenta de la fragilidad, tomas conciencia de los límites y para mí eso es la humildad. La muerte es un puñetazo a la arrogancia, la vanidad y la prepotencia porque te das cuenta de que gracias a los otros puedes sobrevivir o te pueden consolar.
La muerte nos confronta con lo esencial y obliga a preguntarnos no tanto cómo vivimos, sino para qué vivimos. Usted, que es filósofo y teólogo, ya debía hacerse esta pregunta antes. ¿Tiene respuesta?
No tenemos una respuesta científica ni concluyente. Pero la pregunta emerge con mucha fuerza cuando se muere un ser querido. Te das cuenta de que el tiempo no es infinito y te conviertes en más selectivo a la hora de escoger qué te llena en la vida. Decides que a esa cena no hace falta ir o que ese libro no vale la pena. En cambio, dedicas más tiempo a lo que tiene valor, esa conversación con un amigo, releer a ese poeta o regresar a un paisaje.
¿Dedicarse desde hace tantos años al pensamiento y la reflexión ayuda a gestionar una situación vital tan difícil como esta?
Tiene que ayudar. Platón dice que filosofar es meditar sobre la muerte. Montaigne afirma que filosofar es prepararse para la muerte. Si todo lo que hemos leído, Platón, Montaigne, Pascal, Schopenhauer, San Agustín…no nos ayuda es que hemos perdido el tiempo. No estás preparado para que se te muera un hijo, pero haber meditado mucho sobre la muerte te ayuda a una aceptación menos traumática.
Usted es creyente. ¿Los que no lo somos lo tenemos más difícil?
Honestamente pienso que sí. De todos modos la fe no es una garantía. Una cosa es creer y otra es saber. La fe no es una evidencia aunque es una esperanza. Esto no neutraliza el dolor de la ausencia, pero te llena de la esperanza de un reencuentro. Yo creo que hay una vida eterna y que nos reencontraremos pese a que no sé cómo.
Las abuelas dicen que cuando alguien de su edad muere es porque ya era su hora. Y cuando es alguien joven lamentan que aún no era su hora. ¿Puede ser en realidad que no hay una hora para nadie?
No hay una hora, pero existe un ciclo vital con cuatro estaciones, la infancia, juventud, madurez y vejez. Cuando una persona ha cumplido ciclo es más fácil la aceptación. Cuando es alguien que está en estaciones anteriores es mucho más difícil. El error es dar por hecho que la muerte vendrá al final del ciclo vital. Pensamos que vendrá tarde y que aún está lejos. No tienes ninguna garantía de futuro porque es algo totalmente incierto. La muerte es tiránica, ni pacta ni pide permiso.
Explica que solo en la lengua hebrea existe una palabra para designar a persona que ha perdido a un hijo: shjol. ¿Tener una palabra ayudaría?
Puede que nos ayudase, pero es significativo que no la tengamos.
¿Por qué cree que no la tenemos?
Significa que tal vez es un hecho contra natura, que los hijos deberían sobrevivirnos a los padres en tanto que sería lo lógico, pero es una lógica que se rompe mucho más a menudo de lo que pensamos. No sé si ayudaría tener la palabra para designar a esa persona o más bien acabaría estigmatizándola.
La muerte es tiránica, ni pacta ni pide permiso
Escribe una frase que da que pensar y me gustaría que la comentara. Usted afirma que la tristeza no es un acto libre.
No, porque no la escoges. Te viene y te invade. Este año he vivido olas de tristeza terribles. Quisieras quitártela de encima, pero te coloniza el alma. No existe una temporalidad porque no sabes cuándo se acabará. Uno se entristece contra su voluntad.
Una de las muchas lecciones, si se las puede llamar así, de lo que le ha pasado y que usted destaca es que hay que saber dar las gracias en vida. Así que gracias por el libro y por esta conversación.
* Francesc Torralba presentará su libro el martes 3 de diciembre a las 19h en la librería Troa-Neblí de Madrid.