Escuchando a Pedro Sánchez dirigirse al congreso de Sevilla, tras una semana donde todo lo que podía salir mal acabó peor, uno intuye lo cerca que debió estar en mayo de echarse a un lado y quitarse el peso de encima

La muchachada socialista necesitaba un chute de energía y eso fue exactamente lo que les repartió su recién reelegido secretario general. Pedro Sánchez se puso en pie y los puso en pie. “En tiempos de tribulación no hacer mudanza”, aconsejaba sabiamente san Ignacio de Loyola. El líder socialista ha seguido la recomendación al pie de la letra.

Nada de cambios, líos e incertidumbres. Tocaba dar certezas, continuidad y levantar la bandera del orgullo socialista, proclamando que España vive uno de sus mejores momentos. En su discurso de clausura Sánchez cumplió religiosamente con las tres reglas básicas de un discurso político ante una militancia inquieta.

La primera regla exige identificar con claridad a los adversarios y a los competidores y avisar de los peligros, no vaya a ser que, llevados por el entusiasmo o la ansiedad, algunos se equivoquen de rival o incluso de enemigo. Enfrente opera una alianza potente y organizada, no una sucesión de catastróficas desdichas. Esa alianza piensa, planea y actúa en consecuencia con el objetivo de tumbarle por cualquier medio necesario. Pero él ha venido a ganar, no a divertirse.

La segunda regla aconseja impartir un poco de doctrina -sin pasarse- para manejarse con soltura en las salas de espera de los ambulatorios, en la máquina de café de la oficina y en las cenas de Navidad con los cuñados. Menos ruido y más economía, más derechos, más ecologismo, más feminismo, más ciencia, más vivienda, más Valencia y más igualdad.

Finalmente, la tercera regla ordena insuflar moral de victoria, marcando objetivos claros que le permitan a la militancia determinar con claridad si vamos bien o vamos mal. Iba tan cómodo adelantando por la izquierda, que hasta le hizo un quiebro a García Page por si quiere subirse en marcha.

El reto ha quedado fijado en la próxima ronda de autonómicas y municipales. No en unas generales que ni se contemplan. Por si le quedaba alguna duda al Núñez Feijóo que llevaba toda la semana reclamándole, no ya su dimisión como presidente, sino su renuncia como secretario general. Lo siguiente será reclamar que entregue la acreditación y el ticket del parking de la Moncloa.

Escuchando a Pedro Sánchez dirigirse al congreso de Sevilla, tras una semana donde todo lo que podía salir mal acabó peor, uno intuye lo cerca que debió estar en mayo de echarse a un lado y quitarse el peso de encima. Si la derecha y la ultraderecha se lo hubieran tomado en serio aquellos días, en vez de tratar de convertirlo en un meme o en otra nueva jugada del satánico, seguramente lo habrían conseguido. Pero dejaron pasar aquella oportunidad y ahora les va a costar el doble de trabajo y el triple de esfuerzo.

El lunes la cruda realidad se zampará en minutos el color especial del congreso sevillano. Pero esa ya será otra historia. Milagros, de momento, aún no hace.

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