La tolerancia, ingenuidad, pasividad y hasta complicidad de nuestra democracia es la que ha permitido que se envalentonen. Por eso ahora ya no dudan en usar las instituciones para blanquear la dictadura, esgrimiendo una sarta de falsedades y medias verdades
¡Vox glorificando el franquismo! ¡Rasguémonos las vestiduras! Indignémonos mucho. Si somos políticos hagamos declaraciones muy intensas. Si somos periodistas gritemos en las tertulias o plasmemos en un escrito nuestro cabreo. Si somos ciudadanos tuiteemos muy fuerte y traslademos nuestro malestar en la oficina, el mercado o el bar de la esquina. Bien, vale. Todo eso hay que hacerlo, pero yo añado algo: ¿Y qué más? ¿Lo dejamos ahí y hasta la próxima, como llevamos haciendo en el último medio siglo? ¿Todavía no hemos aprendido que solo con palabras no conseguiremos nada?
Este lunes García Gallardo volvió a ponerse la camisa azul en el parlamento de Castilla y León para alabar al dictador. Seis días antes uno de sus compañeros de centuria no se quedó atrás en el Congreso de los Diputados al afirmar que la tiranía franquista “no fue oscura, como nos vende este Gobierno, sino una etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional”. Repugnante y todo falso, sí. Se están viniendo cada vez más arriba, también. ¿Y…? ¿No recordamos que cuando Abascal fundó Vox afirmó que en su partido los franquistas podían sentirse cómodos? ¿Se nos ha olvidado que la fuerza ultraderechista no deja de ser una escisión del principal partido conservador que ha gobernado este país durante 15 años? ¿Preferimos no mencionar que este PP surgió de aquella Alianza Popular que nació en un Congreso repleto de exdirigentes de la dictadura y cuya banda sonora fue una interminable sucesión de “vivas” a Franco?
Lo dicho, está bien enojarse ante fascistas que hacen cosas de fascistas, pero no podemos quedarnos ahí ni, mucho menos, hacernos trampas en solitario. No estamos ante la excepción, sino ante la regla. Prácticamente hasta ayer el dictador reposaba en el mayor monumento de este país y hoy, aunque en un lugar más discreto, su tumba sigue siendo un templo de exaltación fascista que pagamos entre todos los españoles. Durante casi 50 años de democracia se ha permitido blanquear el franquismo, se ha tolerado que ese periodo histórico no se enseñara o se enseñara mal a las nuevas generaciones, se ha normalizado que las decenas de miles de víctimas fueran insultadas y humilladas.