Max Aub como fabricante de alpargatas, un personaje más de la desconocida odisea de los exiliados en el Magreb

Casi invisibles comparados con otros destinos de huida de la represión franquista, unos 15.000 españoles marcharon al norte de África tras la Guerra Civil donde afrontaron campos de trabajo y condiciones extremas en Marruecos, Argelia y Túnez

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“Vi Túnez como un espejo de sol”. Con estas palabras, Bonifacio Caparrós resume sus primeras impresiones al llegar a Túnez en 1950. Este cartagenero, ahora de 85 años, tenía solo 11 cuando puso los pies en ese rincón del norte de África. No iba solo. Junto a él viajaba su madre, en un periplo cargado de esperanza y emoción: el reencuentro con su padre, un hombre al que Caparrós no había llegado siquiera a conocer. Su progenitor, un teniente de navío republicano de Cartagena, había huido de España una década antes, al término de la Guerra Civil. La represión franquista que siguió a la victoria del bando nacional convirtió su partida en una cuestión de supervivencia.

La historia de la familia Caparrós es solo una entre miles. Se calcula que unas 15.000 personas buscaron refugio en el Magreb, la región del norte de África que incluye países como Marruecos, Argelia y Túnez. Estas cifras reflejan un éxodo menos conocido, protagonizado por gente común de las clases populares. Al carecer de figuras intelectuales o artísticas que documentaran su experiencia, su destierro quedó en gran parte invisibilizado. Ahora, más de 80 años después, la Casa Árabe de Madrid rescata estas memorias con la exposición ‘Del éxodo y del viento: el exilio español en el Magreb (1939-1962)’, que estará abierta al público hasta el 23 de marzo de 2025.

Para Bonifacio, la llegada a La Goulette, un puerto cercano a la ciudad de Túnez, fue un alivio. “Tenía amigos árabes, judíos, y había muchos europeos. No había distinción de razas ni desprecios”, recuerda. En este entorno multicultural y diverso, por primera vez en su vida disfrutó de cosas que en España habían sido impensables durante su infancia marcada por la guerra y la escasez. “Tuve mi primer juguete, una bicicleta preciosa”, cuenta con nostalgia. También descubrió el olor del café, un lujo que hasta entonces le había sido ajeno. “Estaba acostumbrado a alimentarme de cáscaras de habas”, confiesa.

Sin embargo, el camino de su padre fue muy distinto. Como muchos republicanos, huyó a África en 1939, en una de las primeras grandes oleadas de exilio tras el final de la guerra. En este primer éxodo se calcula que unas 4.000 personas partieron desde Cartagena.

El Stanbrook y la travesía hacia el exilio

La vía marítima fue la más utilizada por quienes huían hacia África. Se emplearon todo tipo de embarcaciones, desde pequeños barcos pesqueros hasta submarinos. Una de las más emblemáticas fue el Stanbrook, un buque que logró rescatar a más de 3.000 personas en un solo viaje. Zarpó de la costa levantina y desembarcó en Orán (Argelia) el 30 de marzo de 1939. Este fue un momento de salvación para miles, pero también el inicio de un largo camino plagado de desafíos.


Exiliados españoles cumpliendo cuarentena a bordo del Stanbrook en 0rán (Argelia), en abril de 1939

“Muchos esperaban ser bien recibidos por el gobierno francés, que controlaba las colonias del norte de África”, señala Juan Valbuena, comisario de la exposición en la Casa Árabe. Pero la realidad fue mucho más cruel. A los exiliados se les privó de la libre circulación y se les confinó en campos donde se les obligaba a realizar trabajos forzosos. “Al principio los llamaban campos de acogida, pero pronto se convirtieron en campos de concentración”, explica Valbuena. Pese a las duras condiciones, los exiliados lograron organizarse para mantener algo de normalidad: fundaron escuelas, publicaron pequeños periódicos e incluso aprendieron nuevos idiomas.

La dureza de los campos 

Algunas fotografías tomadas en los campos muestran escenas aparentemente alegres. Exiliados sonrientes posan frente a la cámara, pero estas imágenes no reflejan la realidad completa. “Es el conocido ‘seso de domingo’”, aclara Valbuena. Los domingos eran días de descanso, el único momento en que no trabajaban, y las fotografías tienden a capturar estos instantes de respiro.

No todos los campos eran iguales. Uno de los más temidos fue el de Djelfa, ubicado en el interior de Argelia. Allí se enviaba a los considerados “díscolos”, aquellos que cuestionaban las órdenes o intentaban rebelarse. Según el exiliólogo José María Santacreu, de la Universidad de Alicante, las condiciones en Djelfa eran extremas. “El calor durante el día era insoportable y por la noche las temperaturas caían en picado”, describe. Entre los retenidos en Djelfa estuvo el poeta de la Generación del 27, Max Aub. “En Djelfa se dedicó a fabricar alpargatas”, revela María José Calpe, archivera de la Fundación Max Aub. El autor permaneció en este campo entre 1941 y 1942, antes de conseguir partir a México. “En ese tiempo escribió su poemario ‘Diario de Djelfa”, afirma Calpe.


Exiliados españoles trabajando en la construcción del Transahariano en Bou-Arfa (Marruecos), en 1941

Entre los trabajos forzosos más recordados está la construcción del ferrocarril transahariano, un ambicioso proyecto que buscaba conectar el Mediterráneo con el Atlántico a través del desierto del Sahara. Alrededor de 2.000 hombres trabajaron en diferentes tramos de esta monumental obra, que nunca llegó a completarse. La dureza del trabajo quedó registrada gracias a Segundo Costa, un fotógrafo exiliado que documentó las jornadas de los trabajadores. “Estas fotos son la joya de la corona de la exposición”, asegura Valbuena, destacando su valor histórico y humano.

Una nueva oportunidad

En 1943, la liberación de los campos por parte del ejército estadounidense trajo algo de esperanza. Pero las opciones para los exiliados seguían siendo limitadas: buscarse la vida en las ciudades del Magreb, emigrar a América o alistarse en los ejércitos aliados. Unos 1.000 exiliados optaron por esta última alternativa, luchando en la Segunda Guerra Mundial junto a Francia. Pero ni siquiera esta victoria les permitió regresar a España, donde la dictadura franquista seguía vigente.

Para aquellos que no pudieron regresar ni emigrar, la vida en África continuó. Muchos formaron familias y se trasladaron a ciudades del Marruecos francés, como Casablanca. En estas urbes, los exiliados intentaron reconstruir sus vidas y preservar su cultura. Un ejemplo de esto fue la fundación de la Asociación Cultural Armonía, un espacio que se convirtió en un refugio para los españoles en el exilio. Allí se organizaban actividades, comidas comunitarias y reuniones sociales. En la entrada del centro se podía leer una frase que resumía el sentimiento de aquellos que lo frecuentaban: “Esta es la casa de los españoles del éxodo y del viento”. Unas palabras que inspiraron el título de esta exposición que hoy busca restaurar su memoria.

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