Las barreras comerciales que planea el futuro Gobierno republicano pueden suponer más del 20% del resultado de explotación de algunas marcas europeas y estadounidenses
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El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca a partir de enero va a suponer una nueva vuelta de tuerca a la pelea comercial global, sobre todo porque una de las primeras medidas que ha anunciado son nuevos aranceles para los productos fabricados en México y en Canadá, lo que va a golpear, sobre todo, a la industria automovilística. Trump aspira a revitalizar la producción local, pero, en realidad, puede llevarse por delante una parte sustancial de la rentabilidad de los grandes fabricantes de coches estadounidenses y, también, europeos. Compañías que tampoco viven su mejor momento, mientras que la competencia de vehículos enchufables ‘made in China’ ha logrado hacerse un hueco en el mercado.
Los aranceles se han convertido en arma arrojadiza. Esta misma semana, Trump ha vuelto a amenazar a los socios europeos. “Le dije a la Unión Europea que deben compensar su tremendo déficit con los Estados Unidos mediante la compra a gran escala de nuestro petróleo y gas. De lo contrario, ¡¡¡será cuestión de ARANCELES!!!”, aseguró en la red Truth Social.
Apostar por una política arancelaria más restrictiva no es algo que solo haya planteado Donald Trump. Durante su recta final en la Casa Blanca, Joe Biden, ha dado luz verde a un recargo de hasta el 100% a los coches eléctricos fabricados en el gigante asiático, además de prohibir cualquier importación de software de origen chino en los vehículos conectados por considerar que son una puerta abierta al espionaje. Mientras, la Unión Europea también ha aprobado más aranceles a los eléctricos ensamblados en China, en un intento de proteger a los fabricantes locales frente a unos competidores que son capaces de producir mucho más barato.
Una promesa tras ganar las elecciones
De momento, la futura política comercial de Trump en cuanto a la industria automovilística es una declaración de intenciones y habrá que ver cómo se concreta. Lo que anunció después de las elecciones presidenciales es que impondrá aranceles del 25% a todos los productos fabricados en México y Canadá, y del 10% a los importados de China. Una medida que elevará el precio de estos productos en un momento donde la espiral inflacionista parece estar bajo control, pero no del todo. Por ello, la Reserva Federal se ha mostrado cauta respecto a las bajadas de tipos durante 2025, porque los datos recientes muestran que los precios bajan más despacio de lo que pensaban sus economistas.
Trump ligó los aranceles, no con la inflación, sino a la lucha contra el narcotráfico. “El 20 de enero, como una de mis muchas primeras órdenes ejecutivas, firmaré todos los documentos necesarios para imponer a México y Canadá un arancel del 25% sobre TODOS los productos que entren en los Estados Unidos y por sus ridículas fronteras abiertas”, aseguró en un mensaje a través Truth Social. “Este arancel permanecerá en vigor hasta que las drogas, en particular el fentanilo, y todos los inmigrantes ilegales detengan esta invasión a nuestro país. Tanto México como Canadá tienen el derecho y el poder absoluto de resolver fácilmente este problema”, indicó.
De momento, no hay certezas sobre cómo va a actuar Trump, aunque sus intenciones parecen claras y los actores de la industria del motor están haciendo cálculos sobre cómo les pueden afectar los recargos a los coches fabricados sobre todo en México y si pueden compensarlos, principalmente, trasladando la producción, o una parte de ésta, a fábricas que ya tengan en suelo estadounidense. Además, no solo supondría un recargo a los vehículos, también a la producción de componentes, aunque luego esos modelos acaben ensamblándose en Estados Unidos.
Las empresas más expuestas
La mayoría de los grandes fabricantes han apostado, sobre todo, por la producción en México por sus menores costes de producción y por su cercanía con Estados Unidos. Algo que han hecho tanto las empresas estadounidenses como las europeas. Una de las más expuestas es Stellantis, que está detrás de marcas de origen norteamericano, como Chrysler o Jeep, y europeo, como Fiat, Renault o Peugeot. En su caso, cuenta con ocho centros de producción en México. Mientras, General Motors tiene siete fábricas en ese país y Ford, otras tres. Otro grupo europeo, como Volkswagen dispone de dos factorías en ese mercado, pero está considerado uno de los mayores fabricantes del país, junto a General Motors.
A la espera de saber cómo quedan estos nuevos aranceles y de ver con más precisión cuánto le puede suponer a las empresas, hay firmas de análisis que ya han hecho algunas estimaciones. Es el caso de S&P, que ha calculado que, si se mide para el conjunto de la industria automovilística, los aranceles que prepara Donald Trump pueden suponer hasta el 17% del resultado de explotación (Ebitda) conjunto del sector.
Si se entra al detalle por compañías, las más golpeadas serían General Motors, Stellantis, Volvo y Jaguar Land Rover, que se pueden jugar incluso más del 20% de su Ebitda. Mientras, en el caso de Volkswagen y Toyota podría suponer entre el 10% y el 20% de este resultado bruto de explotación. Entre las menos afectadas estarían BMW, Mercedes, Hyundai-Kia y Ford, que se quedarían por debajo del 10%.
De momento, los fabricantes no están haciendo demasiado ruido respecto a cómo valoran los anuncios de Trump, pero tampoco es la primera vez que este habla de aranceles. Ya lo hizo durante su primer mandato, cuando ya amenazó a la industria del automóvil con medidas proteccionistas y aseguró que las importaciones de vehículos podrían ser una “amenaza para la seguridad nacional”. En ese momento, el entonces secretario general de la patronal europea de los fabricantes de coches, la ACEA, Erik Jonnaert afirmó que “la imposición unilateral de aranceles o cuotas violaría claramente las normas de la Organización Mundial de Comercio”. Una crítica que indicaría por dónde irá la respuesta si los aranceles se materializan en 2025.