De la M-30 y las cebollas

Estas fechas son un buen momento para recordar que las gentes que queremos no son un cliché de ideologías sino personas autónomas que nos honran y a las que honramos con nuestra confianza. Que enriquece que sean libres y diversas, que no sean un calco, que sean capaces de hacernos sentir que otros puntos de vista no sólo son lícitos sino respetables

Última columna antes del gran apocalipsis Grinch. No, yo no lo soy, solo me confieso consciente del cambio de significante y significado que suponen alguna pérdidas cuando llegan estas fechas. Aún así la mayoría llevamos semanas encontrándonos con amigos, conocidos y colegas y nos encontraremos o desencontraremos el martes con los más próximos. Así que déjenme que me aleje un poco del lodazal habitual del que, por otra parte, les he ofrecido ya mi visión durante todas las pasadas semanas. O tal vez no vaya a alejarme demasiado, ya me dirán.

Leo una entrevista en El País a Robin Dunbar, el famoso antropólogo oxoniense que tasó el número de amigos que un ser humano puede manejar en 150. El número de Dunbar no es, según su criterio, caprichoso puesto que se basa en las observaciones científicas realizadas sobre las interacciones sociales de diversos grupos de primates y el peso y tamaño del neocortex cerebral en cada una de ellas. El de la especie humana nos lleva a ese límite de 150 amigos, distribuidos según el sabio en varias capas, como las cebollas, desde el núcleo a la periferia. Así en el núcleo íntimo habría unas cinco personas, aquellas a las que recurriríamos en caso de problema vital, algunos de los cuáles son a la par pareja o familia. En la siguiente capa habría unas diez personas con las que desarrollamos la mayor parte de nuestra vida social y en la siguiente las cincuenta a las que invitaríamos sin dudar a una fiesta y en el último lugar aquellas a las que, sin dudar, saludaríamos en un aeropuerto con una charla. Esta misma teoría se la oí a una persona más castiza hace un tiempo con una metáfora madrileña: están las personas de la almendra central, los amigos que van por la M-30 de nuestras vidas, los que circulan por la M-40 y, por último, los de la M-45 y la M-50. Más allá es tontería, sólo circulan desconocidos. Esta historia terminaba con una reflexión un poco desesperanzada: cabe estar atentos y darnos cuenta de cuándo una persona se ha ido del centro a la M-30 o cuando se ha alejado a la M-40 sin avisar o con tambores y trompetas. 

Muy pertinente todo en los tiempos que corren. No dejo de observar cómo estos desplazamientos de vía, estos alejamientos, estas capas que se desgajan tienen que ver en muchos casos con las divergencias surgidas sobre la forma de ver el mundo, la política o la actualidad. “Un amigo es una especie de bien raro e inestimable que no puede llevarse el viento, ni lo pueden agostar las heladas, ni quebrantar las tormentas sino que las llamas de las persecuciones y trabajos ponen a prueba como al oro puro” le escribía Petrarca a su amigo Sócrates. No era un ingenuo, se lo decía porque los vientos y las heladas de la política en las repúblicas italianas o en el papado de Avignon no tenían misterio alguno para él. ¿Han dejado que la tormenta perpetua en la que vivimos les aleje de un amigo? ¿Han sentido que un amigo los enviaba a girar por la M-50 por un desencuentro de pareceres? ¿Les ha sucedido con alguien de su misma sangre? Recuerden cómo hace poco clamábamos por los silencios y las rupturas que las mesas catalanas sufrían en Navidad por un quítame o ponme una independencia. Hoy otros pleitos se han unido a estos.

La amistad exige lealtad al amigo pero no sumisión. No puede darse amistad entre desiguales ni allí donde las relaciones de interés o de poder priman sobre el mero placer de tener otro yo, que no otra cosa es un amigo. A nuestro yo lo aceptamos cuando está en perfecta armonía pero también cuando en nuestro interior hace hervir una olla de contradicciones o disensiones, porque si uno no ha discutido con uno mismo no ha nacido humano. Y, por tanto, al amigo se le quiere y se le acepta no por su aquiescencia absoluta sino porque le reconocemos la misma libertad plena que a nosotros mismos y, por tanto, estamos dispuestos a aceptarlo y a quererlo cuando hace uso de ella. A un amigo no se le vuelve la espalda porque no se someta a nuestras ideas o designios porque le exigimos que nos sea leal al corazón y no a la ideología o al interés. 

“El amigo es base de nuestra estabilidad, luz del alma, guía del buen consejo, antorcha del estudio, paz de los mal avenidos, partícipe de preocupaciones y negocios, compañero de viaje y recreo de la intimidad” decía Petrarca, al que no se le ocurrió decir que a la par fuera seguidor de nuestras doctrinas o compañero de partida. Fue Simone Weil la que afirmó: “La amistad se ensucia si entre medias se encuentra, aunque fuera un instante, con la necesidad, impidiendo el deseo de conservar en uno y en otro la facultad del libre consentimiento” y esas necesidades, expresadas en el mundo actual de las formas más extremas, preñan de incertidumbre y de sobresalto esas capas de cebolla que nos debieran de acunar como una nana. 

Hay quien cree que si no le sigues en todo no eres su amigo. Hay quien considera que sólo puede ser amigo de los que comulgan con los mismos principios que él. Hay quienes traicionan la amistad por seguir a intereses propios o ajenos o sentirse arropados en un grupo compacto y sin fisura. Hay los que desgajan a cada momento y sin contemplaciones una capa u otra sin reparar en que pronto el núcleo puede quedar al descubierto, a la intemperie, dejándolos desnudos de afectos y de apoyos. Los que de esa forma apartan a los suyos, los empujan a la siguiente circunvalación sin importarles que descarrilen o tal vez deseándolo, esos no eran tus amigos. Tal vez por eso diga Durban que el momento de plenitud del número de amigos se produce a los 25 años y que a partir de los 70 queda reducido a su mínima expresión. No permitamos que entre tanto otros, los ajenos, instalen en nuestro interior la idea de que es más amigo el que más asiente y menos el que es capaz de hacer de tripas corazón para decirnos qué está mal y sobre qué deberíamos reflexionar. 

Estas fechas son un buen momento para recordar que las gentes que queremos no son un cliché de ideologías sino personas autónomas que nos honran y a las que honramos con nuestra confianza. Que enriquece que sean libres y diversas, que no sean un calco, que sean capaces de hacernos sentir que otros puntos de vista no sólo son lícitos sino respetables. Traigamos, aunque sea con cierto esfuerzo, a nuestra M-30 a los que la vida o la cacofonía de la vida actual o el descuido han alejado. La gente de las redes no son nuestros amigos, a veces sólo son sombras que los remedan sin producir ningún efecto anímico positivo. 

Llegan las fiestas y no es mal momento para hacer el esfuerzo de repescar amigos , aunque nos unan a ellos lazos de sangre, porque los amigos no sólo son “un consuelo vivo e inmortal durante el tiempo compartido de la vida, sino también tras el sepulcro, hasta un punto tal que los que mueren dejando amigos, es entonces, tras la muerte, cuando más parecen estar vivos”. Algún día les cuento cómo hice de Petrarca un amigo porque no hay distancia ni lejanía entre almas que se encuentran y es ese el modo, como bien dice él, en que sus ideas y sus reflexiones vuelven a estar vivas a través de nosotros.

¡Feliz Navidad, entre amigos y parientes diversos! 

Vive la différence!

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