Las derechas aprovechan la estrategia de Carlos Villarino para abrir otro frente de oposición al Gobierno en su enésimo intento de patrimonializar la figura de un rey que, hasta ahora y salvo excepciones como la del discurso del 3 de octubre sobre Catalunya, había respetado su papel constitucional
Que el rey reina, pero no gobierna es algo que en una monarquía parlamentaria se da por descontado. El monarca es el jefe del Estado, el símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones y asume la más alta representación en las relaciones internacionales. Punto. Es el papel que le corresponde constitucionalmente y es el que hasta ahora, con excepciones y alguna sonada polémica como la del discurso que pronunció el 3 de octubre de 2017 sobre Catalunya, había cumplido.
Con la llegada, de la que pronto se cumplirá un año, del nuevo jefe de la Casa Real, Camilo Villarino, en sustitución del veterano Jaime Alfonsín muchos han visto, sin embargo, en Felipe VI, un nuevo perfil político que suscita dudas. Se ha percibido en varias decisiones, pero también en algún que otro discurso. Por ejemplo, el que pronunció este diciembre en la Cámara de los Diputados de Italia, en una jornada histórica, pues era la primera vez que unos reyes ocupaban ese lugar en un país que tras el fascismo y la Segunda Guerra Mundial votó en referéndum por la república.
Ante diputados y senadores y el Gobierno de ultraderecha de Giorgia Meloni, llamó a no repetir el pasado “ni siquiera como caricatura”, reivindicó el Parlamento como el lugar en el que “se afirma la democracia, las libertades individuales, los derechos humanos y el imperio de la ley” y advirtió del peligro de deslizarse “ante algo incierto”. Todo un alegato en favor de la memoria histórica que, afirmó, debe “generar conciencia para no repetir los errores del pasado”, en una clara alusión a las dictaduras fascistas de Franco y Mussolini. “España e Italia son dos países con memoria, con una clara conciencia del pasado, en particular del que no puede ni debe repetirse”, subrayó.
Pero ha sido la decisión de no informar al Gobierno de que no acudiría a la ceremonia de reapertura de la catedral de Notre Dame, en París, la que más debate ha suscitado en las últimas semanas. Y no porque el acto se convirtiera en una especie de cumbre global con la asistencia de 40 mandatarios de todo el mundo, incluido Donald Trump, en la que España no estuvo presente. Ni porque los reyes declinaran la invitación del presidente francés, Emmanuel Macron, por “razones de agenda”.
La forma en que se gestionó la ausencia es el síntoma de una evidente falta de comunicación de la Casa del Rey con el Gobierno que la derecha, una vez más, trata de utilizar para abrir un nuevo frente contra Pedro Sánchez. “La ausencia de España es una vergüenza para nuestro país. Una vez más el Gobierno no está a la altura de la sociedad que debe servir”, llegó a publicar en su cuenta de X Alberto Núñez Feijóo, obviando que las invitaciones al evento eran personales e intransferibles y que la responsabilidad de tan grave error fue exclusivamente de Zarzuela.
El asunto acabó con una especie de apaño entre Casa Real y La Moncloa para rebajar la polémica a un simple “malentendido”, pese a que el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, ya se había quejado previamente por no haber sido informado, como procede. Primero, de la invitación; y después, de que los reyes no asistirían a la ceremonia. Una práctica que el responsable de Exteriores deslizó que empezaba a ser habitual en la forma de proceder de la Casa Real.
El reproche era también una referencia velada al viaje que Felipe VI realizó el pasado junio por las tres repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), donde mantuvo reuniones de contenido político con presidentes y primeros ministros sin que ningún miembro del Ejecutivo lo acompañase porque el desplazamiento se presentó, en primera instancia, como una visita a las tropas. Luego acabó siendo un viaje de Estado.
La titular de Defensa, Margarita Robles, se vio obligada a incorporarse en la etapa final del recorrido después de una exacerbada crítica del PP que fue amplificada por los medios de la derecha contra el Gobierno por, presuntamente, haber dejado solo al monarca.
Paiporta, su particular 23F
“No es, por tanto, que los ministros no acompañen al rey, es que el rey viaja sin el Gobierno”, aseguran fuentes gubernamentales. También barruntan que “hay alguien interesado en hacer un problema de lo que no lo es”, como demuestra el hecho de que con gobiernos de derechas fuera habitual que al rey lo acompañara en sus desplazamientos al extranjero el secretario de Estado de Exteriores, y no el ministro, y “nadie lo llevara a titulares de prensa” ni lo usara contra Mariano Rajoy o José Manuel García Margallo.
La visita de Pedro Sánchez y los reyes a Paiporta, la zona cero de la Dana que arrasó Valencia, es otro ejemplo. El presidente tuvo que abandonar el lugar entre insultos de los vecinos y un intento de agresión, mientras Felipe VI y Letizia se empeñaron en terminar el recorrido manchados de barro. Es otro de los episodios que el PP ha utilizado hasta la náusea para contraponer a un presidente del Gobierno “que huye” y un rey “que da la cara”.
Casa Real, por su parte, ha encontrado en la tragedia valenciana el particular 23F de Felipe VI al comparar la actitud del monarca con la de quienes como Carrillo, Suárez o Gutiérrez Mellado, se mantuvieron en pie frente a Tejero durante la intentona golpista de 1981. Un día que, más allá de los papeles sin desclasificar que arrojarían luz sobre el verdadero rol que jugó Juan Carlos I en el golpe, la historia ha decidido que sirvió para mejorar la imagen del padre de Felipe VI y su proyección internacional.
Las imágenes de los reyes en las calles de Paiporta consolando a las víctimas manchados de barro quedarán para siempre en el imaginario colectivo. También el derroche de elogios en la prensa conservadora por una actitud que algunos ministros, aunque no en público, calificaron de irresponsable al haber puesto en riesgo su propia seguridad y la de toda la comitiva que lo acompañaba.
Lejos de ser una iniciativa puntual, los reyes volvieron a visitar el pasado domingo algunas de las zonas afectadas por la DANA. Esta vez, acompañadas de sus hijas y en lo que el Palacio de la Zarzuela ha considerado “una visita privada”.
Esa es la justificación que da la Casa del Rey sobre la falta total de información sobre el viaje no solo al Gobierno, sino también a las autoridades autonómicas o locales, tal y como han denunciado en las últimas horas los alcaldes de la zona. “El Gobierno conocía la intención de los reyes de volver en privado a la zona”, se limita a señalar el equipo de prensa de Felipe VI. Repreguntados por elDiario.es si eso implica que el rey no avisó del viaje, desde Zarzuela zanjan que “el Gobierno conocía la intención”, no la fecha ni el carácter supuestamente privado.
El jefe del Estado, su esposa y la heredera al trono, además de su hermana, visitaron algunas localidades afectadas, se hicieron fotos, se dejaron grabar y comieron en un restaurante de Catarroja.
Las críticas han llegado desde el PSPV y desde Compromís. El portavoz socialista en Les Corts, José Muñoz, pidió “que repensar este tipo de visitas” porque “siempre son positivas para insuflar ánimo pero también tienen que visitar las zonas afectadas y ponerse en contacto con toda la normalidad con los dirigentes del Ayuntamiento”. Su homólogo de Compromís, Joan Baldoví, también reclamó “respeto institucional”. “Creo que alguien está pensando en reforzar el papel de la monarquía haciendo estas visitas que no aportan absolutamente nada a las personas que lo han perdido todo”, zanjó Baldoví
Ambos fueron más comedidos que la alcaldesa de Catarroja, uno de los municipios afectados y visitados, quien les criticó por “querer aparentar una normalidad que no es real”. “Mientras la gente está trabajando, ellos están tomándose un refresco cuando lo que tenían que haber hecho es visitar a esos militares que llevan aquí más de 50 días”, denunció Lorena Silvent.
La familia real, con Felipe VI a la cabeza, en un bar de Catarroja durante su visita a los municipios afectados por la DANA el pasado 22 de diciembre.
Villarino, ¿causa o consecuencia?
Y aquí es dónde en fuentes políticas y también diplomáticas sobrevuela la pregunta de si Camilo Villarino es causa o es consecuencia del nuevo y marcado perfil político que proyecta en los últimos meses el monarca, y con el que la derecha y la ultraderecha tratan de abrir un nuevo frente contra el Gobierno.
Todavía con Alfonsín al frente del Palacio de la Zarzuela se produjeron las dos investiduras posteriores a las elecciones del 23 de julio. La fallida de Feijóo y la exitosa de Sánchez. El líder del PP estaba llamado a perder la votación desde antes de que fuera incluso designado por el jefe del Estado para intentarlo. El PNV ya había advertido en público que no iba a sumar sus votos a los de Vox, que había regalado sus votos a cambio de “nada”, para hacer presidente a Sánchez. Con Junts lo intentó, y los números podían salir. Pero las negociaciones secretas, en las que se trató la amnistía, fueron infructuosas.
Cuando Feijóo salió con el encargo de la Zarzuela ya se sabía el resultado de las votaciones porque los partidos lo habían comunicado en público. Pero el mandato del monarca permitió a Feijóo presentarse a la investidura y plantear un programa de gobierno en el Congreso. El líder del PP se prestó pese a lo seguro de su derrota. Y utilizó precisamente la designación real para quitarse de encima la presión de someterse a una investidura perdedora.
El jefe del Estado recurrió a la “costumbre” como justificación del encargo. Pero en una situación similar en 2016, Mariano Rajoy le dijo al rey que no tenía los apoyos, ni podía tenerlos. Felipe VI pasó entonces al siguiente candidato, Pedro Sánchez, quien se prestó para intentarlo.
Felipe VI eligió al sucesor de Alfonsín pocos meses antes de que se cumpliera el décimo aniversario de su reinado. Su propósito era abrir una nueva etapa y valoró positivamente durante la elección que el nuevo jefe de la Casa del Rey tuviera una dilatada experiencia internacional como diplomático y que hubiera trabajado para ministros de Exteriores tanto del PP como del PSOE.
Lo que no se sabe es si conocía las desavenencias que ya existían entonces entre Villarino y el actual jefe de la diplomacia española como consecuencia de la negativa de Albares a concederle el plácet para ser embajador en Moscú, un puesto al que aspiraba después de haber sido jefe de gabinete por este orden, de los ministros Alfonso Dastis (PP), y los socialistas Josep Borrell y Arancha González Laya.
Fue precisamente por ser el hombre de confianza de Laya por lo que un juez de Zaragoza lo imputó en la investigación por la entrada en España en 2021 del líder del Frente Polisario, Brahim Gal. La causa acabó finalmente archivada. Y, aunque hay quien sospecha que Albares le negó el destino en Moscú por este motivo, en círculos diplomáticos apuntan como razón de peso que Villarino no hablaba ruso.
Sea como fuere, en La Moncloa saben que PP y Vox, en su afán de patrimonializar también la figura del monarca, han decidido abrir una línea de oposición contra Sánchez también con esto, y que Villarino “no ha sido precisamente un elemento conciliador”, sino todo lo contrario. Son frecuentes las filtraciones desde la Casa Real a la prensa conservadora cada vez que el monarca emprende un viaje oficial que se atribuyen siempre a Villarino y siempre tienen un punto de crítica contra Sánchez. En el Gobierno defienden que la relación entre Felipe VI y el presidente es buena, y que la comunicación con Alfonsín “siempre fue fácil e impecable desde el punto de vista institucional”.
Con su sucesor, “que es más político que diplomático”, se aprecia un afán “por incentivar ese nuevo registro de Felipe VI” que podría en algún momento desbordar sus atribuciones constitucionales y convertirse en un “problema”. Algo que comparte, si fuera así, el catedrático emérito de Derecho Constitucional Diego López Garrido.
El propósito de Villarino, como él mismo reconoció ante un grupo de invitados a la recepción del Día de la Constitución en el Congreso de los Diputados, es fomentar una “imagen de cercanía” de los monarcas y que su agenda priorice siempre los asuntos de “interés ciudadano”. Algo que, ‘a priori’, no presenta problema alguno “si no sobrepasa los límites constitucionales” e intenta “invadir competencias de carácter estrictamente político”, alerta López Garrido.
No sería la primera vez, según ha podido saber elDiario.es, que el jefe de la Casa Real ha intentado incluir sin éxito alguno en la agenda real y al hilo de los asuntos más candentes de la actualidad, audiencias con líderes autonómicos que se lo habían solicitado, lo que hubiera significado a todos los efectos meter al rey en el centro del debate político-partidista.
Felipe VI dará el próximo martes su décimo discurso de Navidad. El del año pasado fue el segundo con peor audiencia de la historia. Está por ver cuántos españoles lo sintonizan esta Nochebuena y el mensaje que lanza el monarca. Y también saber si el rey abundará y ahondará en busca de un perfil político o apostará por la institucionalidad constitucional.