La presencia de la bandera estadounidense en las manifestaciones conservadoras refleja una compleja intersección entre religión, política e identidad que define al movimiento de extrema derecha de Corea del Sur
Un enfrentamiento entre policías y guardaespaldas obliga a suspender la detención del presidente de Corea del Sur
Mientras los policías intentaban arrestar al presidente Yoon Suk Yeol el viernes por la mañana, sus partidarios se reunieron frente a la residencia presidencial ondeando dos banderas: la bandera surcoreana Taegukgi y la bandera estadounidense de las barras y estrellas.
Para los forasteros, la combinación inesperada puede parecer desconcertante, pero para los partidarios de Yoon, Estados Unidos representa más que un aliado: es un ideal percibido. El simbolismo de la bandera estadounidense es una declaración de un orden cultural y espiritual más amplio que creen que está bajo amenaza.
Sosteniendo ambas banderas frente a la residencia de Yoon el viernes, Pyeong In-su, de 74 años, asegura que la policía tuvo que ser detenida por “ciudadanos patriotas” y esperaba que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, pudiera acudir en ayuda de Yoon.
“Espero que después de la toma de posesión de Trump pueda usar su influencia para ayudar a nuestro país a volver al camino correcto”, dice mientras ondea ambas banderas con el mensaje: “Vamos juntos” en inglés y coreano.
Mientras que los grupos pro-Yoon critican a sus oponentes por ser subordinados de Corea del Norte, veneran abiertamente a Estados Unidos.
Con frecuencia recuerdan a sus seguidores que Estados Unidos liberó a Corea del dominio colonial japonés y la defendió durante la guerra de Corea de 1950-53, presentando a Estados Unidos como un protector divino de la democracia arraigada en los valores cristianos.
En los últimos años, estos grupos, que siguen siendo un elemento marginal de la sociedad surcoreana, han adoptado cada vez más la retórica de la derecha estadounidense, en particular en torno a las denuncias de fraude electoral.
Esta narrativa se ha intensificado desde la breve declaración de ley marcial por parte de Yoon l pasado mes de diciembre, que justificó alegando manipulación electoral y la presencia de “fuerzas pronorcoreanas y antiestatales”, acciones que llevaron a su impeachment y actual orden de arresto.
En una encuesta de Korea Research publicada esta semana y en la que se repiten acusaciones de fraude electoral similares a las de EEUU, el 65% de los partidarios del Partido del Poder Popular de Yoon, de tendencia conservadora, creen que las elecciones parlamentarias de abril pasado fueron fraudulentas, a pesar de que solo el 29% del público en general comparte esta opinión.
En las elecciones, los partidos de la oposición, incluido el Partido Demócrata, obtuvieron una victoria decisiva, consiguiendo 192 de 300 escaños en el Parlamento. Ningún observador electoral importante ni ningún tribunal ha expresado su preocupación por la votación y las acusaciones de fraude han sido desmentidas por carecer de fundamento.
De todos modos, las acusaciones se han amplificado a través de una red de canales de YouTube de extrema derecha, donde los comentaristas conservadores transmiten en directo los mítines y promueven una amplia gama de teorías de la conspiración.
Tanto en Corea del Sur como en Estados Unidos se han observado tácticas similares: cuestionar la integridad de las elecciones, reivindicar la autoridad moral a través de valores religiosos y presentar a los oponentes políticos como enemigos del Estado.
Los vínculos improbables entre los movimientos se remontan al auge de las iglesias protestantes evangélicas en Corea del Sur, que forman la columna vertebral de la base de apoyo más ardiente de Yoon. Muchas de estas iglesias fueron fundadas por cristianos que huyeron de la persecución comunista en Corea del Norte antes de la guerra de Corea, incorporando una feroz ideología anticomunista a su identidad religiosa.
Estas iglesias, incluida la influyente iglesia Sarang Jeil, dirigida por el pastor populista Jeon Gwang-hoon, celebran concentraciones periódicas en la plaza Gwanghwamun del centro de Seúl para denunciar a cualquier oposición como “fuerzas comunistas” que merecen la pena de muerte.
Sus reuniones semanales suelen incluir traducción simultánea al inglés en el escenario y transmisiones en vivo dirigidas al público estadounidense, con detalles de cuentas bancarias estadounidenses exhibidas para donaciones internacionales.
El líder destituido también ha aprovechado este mensaje. El día de Año Nuevo, el propio Yoon reforzó su narrativa en un mensaje desafiante a sus partidarios, advirtiendo sobre “fuerzas que infringen la soberanía” mientras prometía “luchar hasta el final”.
En la manifestación del viernes frente a su residencia, los manifestantes sostuvieron pancartas en coreano que denunciaban “fraude electoral” y en inglés, “Detengan el robo”. Cuando se les pide evidencia específica de manipulación electoral, nadie pudo responder.