Los hechos reales

La Navidad es una tradición cristiana, la Nochevieja es genuinamente pagana, que estaban antes. Que las uvas sean doce es por las horas, no por los apóstoles. Además ¡en ninguna parte se dice que en la Última Cena pusieran uvas! ¡Eso era en Esopo, otra fábula! Lo de estos fundamentalistas ultracatólicos es, clara y llanamente, apropiacionismo cultural

Para celebrar el año nuevo, después de las uvas, me leí el cuento El entierro prematuro, de Edgar Allan Poe. Es un relato muy entretenido y del todo romántico. Pero, lo de romántico, en el sentido de la corriente cultural y artística que hemos dado en llamar romanticismo; no desde un punto de vista más común, donde se identifica el romanticismo con los despojos de la colección Harlequin (verdaderas máquinas de hacer picadillo a los lectores y a los autores), o con las sentimentales novelas de Rosemunde Pilcher (muchas de las cuales fueron adaptadas a televisión por la cadena pública alemana ZDF, lo que da una idea de cuánto se puede aburrir una persona lamiendo una tostada de mermelada barata durante horas).

Ya al principio de El entierro prematuro, Poe aconseja al escritor romántico (para él, el más loable), que no se inspire en hechos reales. No recordaba esta frase de las otras veces que había leído el relato, y me reconfortó encontrarla, porque reflejaba mi situación en aquel preciso instante. Como ejemplo de hechos reales, Poe señalaba el terremoto de Lisboa y la peste de Londres, entre otras catástrofes que han conmovido a la humanidad. Edgar Allan Poe es también un escritor romántico, cree en el poder de la literatura, y toma partido por la ficción en estado puro.

En ese cuento, Poe defiende que el largo y horripilante catálogo de calamidades y miserias humanas con que se entretiene al publico carece de valor en el terreno de la ficción, ya que, de esas cosas, lo que excita a la gente es la historia, la realidad, y no la imaginación y la creatividad, es decir, lo que constituye la obra de arte. Y, ya digo, ese era mi caso en aquel preciso instante, pues no quería entrar en Netflix, o lo que fuera, y encontrarme con la habitual coletilla que anuncia: basada en hechos reales. ¿A quién le puede interesar algo basado en hechos reales?

Porque los hechos reales resultan fascinantes por sí mismos, mientras suceden, quiero decir, mientras son reales, sobre todo, mientras son hechos. Al tiempo que están haciéndose ante nuestras propias narices. Por ejemplo, la pasada noche de fin de año, los espectadores presenciamos una magnífica exhibición de hechos reales. Me refiero a las doce campanadas retransmitidas por Broncano y por Lalachus, en RTVE. La tele (también la radio) tienen la capacidad no solo de mostrar hechos reales, sino también de crearlos. Pero para ello deben morder la realidad hasta el tuétano, y esto es únicamente posible en directo. Sin embargo, se renuncia cada vez más a los programas en directo.

Son más auténticas las campanadas retransmitidas en directo, que cualquier serie basada en hechos reales. A esta impostura, a esta tumba de lo vivo, es a lo que se refería Edgar Allan Poe al inicio de su cuento. Pero, aún es más, las doce uvas contadas por Broncano y por Lalachus resultaron más reales, más verdaderas, no que una teleserie, sino que las otras uvas retransmitidas por el resto de las cadenas. Cuando la cámara de TVE enfocó a los presentadores de Antena 3, en la terraza vecina, y los metió en el programa que estábamos viendo, los despojó de su realidad para hacerla nuestra. Chicote y Cristina Pedroche dejaban de ser hechos reales.

Esto no solo sucedió en el plano semiótico (de chaval, quería ser semiólogo como Umberto Eco, pero al final me conformé con Jiménez del Oso, otro uso de los símbolos). En aquel instante, Cristina Pedroche y Chicote no solo dejaban de ser reales como imágenes, sino que también dejaban de estar basados en hechos reales. Nunca lo estuvieron. Desde su naturalidad, Broncano y Lalachus desmontaron el simulacro televisivo en que se ha convertido, año tras año, la Nochevieja. Al fin y al cabo, la noche de fin de año somos gente comiendo uvas. Gente normal, con uvas de súper o de frutería de barrio, que quiere celebrar un momento especial. Los megáfonos de mano con los que Broncano y Lalachus le hablaban, desde el terrado, a la multitud de la Puerta del Sol se convertían en un nivelador de igualdades. Se establecía una comunicación directa entre los presentadores y el mogollón. Eran lo mismo. La misma gente. Era imposible, viendo aquellos megáfonos de mano y la plaza llena de gente, no acordarse de un teléfono hecho con envases de yogur. O del 15M.

Broncano es real dándole un abracito en la cabeza a Lalachus. La gente se quiere y la gente se toca. Lalachus es realista cuando, como símbolo de las uvas (ella misma la llamó simbología), muestra una uva. No se puede ser más de verdad. No hay manera más certera de ser fiel a los hechos reales. Lalachus es una mujer que pretende parecer una mujer, parecer ella misma en concreto. No quiere parecer el póster de una mujer, como sucede en tantos sitios. Broncano se convierte en un hecho real cuando se sube al anuncio de Tío Pepe. Todo el mundo que ha pasado por debajo de ese anuncio ha tenido el sueño de subir allí para estar cerca. El anuncio de Tío Pepe de la Puerta del Sol es el Everest de nuestra cultura popular. ¿Cómo resistir la tentación de encaramarse a ese sitio cuando está al alcance de la mano? Eso hizo Broncano.

Días después de ver la retransmisión, he comprendido que el enemigo de los hechos reales no es la ficción. Ambas categorías se nutren de la vida. Los enemigos de los hechos reales son, sencillamente, los enemigos de la vida, los que se oponen a todo lo que está vivo, aunque se llamen provida. Una cortina de humo. Lo hemos constatado con la denuncia que le han puesto a Lalachus las asociaciones ultramontanas Hazte Oír y Abogados Cristianos (con el apoyo de Vox y de la Conferencia Episcopal), por mostrar, durante la retransmisión de las campanadas, una estampilla de la vaquita del Grand Prix caracterizada como las típicas láminas del Sagrado Corazón de Jesús.

Nada más siniestro, nada más dispuesto al entierro prematuro de toda muestra de vida, que la ultraderecha española envuelta en su tradicional integrismo religioso. Nada más irrespetuoso con nuestras más antiguas tradiciones, que los ultras de Hazte Oír, Manos Limpias, Vox y lo que surja. Pues, si bien, la Navidad es una tradición cristiana, la Nochevieja es genuinamente pagana, que estaban antes. Que las uvas sean doce es por las horas, no por los apóstoles. Además ¡en ninguna parte se dice que en la Última Cena pusieran uvas! ¡Eso era en Esopo, otra fábula! Lo de estos fundamentalistas ultracatólicos es, clara y llanamente, apropiacionismo cultural. Basta con comparar la escultura griega del Moscóforo y cualquier representación del Buen Pastor, para comprender hasta qué punto la imaginería cristiana es toda apropiacionismo.

No puedo evitar un momento Cachitos (soy carne de programación de Nochevieja), pues me he acordado del grupo Tam Tam Go! Salieron a mediados de los ochenta, y entonces estaba de moda el disco Menos mal que nos queda Portugal, de los gallegos Siniestro Total. Como los de Tam Tam Go! eran extremeños, a uno de sus miembros se le ocurrió rivalizar diciendo: Portugal es nuestro, y no de los de Siniestro. Sucede lo mismo con la vaquilla del Moscóforo y el Sagrado Corazón. La vaquilla, bueno, el ternero, era anterior. Cuando los cristianos plagiaron la escultura, se les cayó la bóvida celeste, es decir, la vaquilla, y pusieron en su lugar el cordero, otro ungulado de pezuña partida. Así que ya pueden denunciar, ya; pero, digan lo que digan, la vaquilla es nuestra y no de esa secta tan siniestra. Lo podemos demostrar, porque está basado en hechos reales.

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