Si Hitler era comunista, Franco también

Para decir que Hitler era comunista hay que ser un cabeza de chorlito con tragaderas para cualquier burrada que le cuenten sus ídolos de las redes sociales. O una cínica a prueba de bombas, como seguro lo es la líder del partido alemán AfD

Ajústense los cinturones, que va a despegar la gran nave intergaláctica. La madre de todos los bulos. Hitler era comunista. Como lo oyen. El estribillo no es nuevo. Ya las derechas lo utilizaron para blindar el neoliberalismo: todos los que se oponían a un mercado salvaje, sin control, pasaban a ser tachados indistintamente de bolcheviques o nazis; una de las dos cosas, o ambas a la vez. Pero lo de ahora es diferente: ahora los que tachan a Hitler de comunista son los partidos de extrema derecha hijos del fascismo y su relato lo ha asumido con entusiasmo el dueño del canal más potente del mundo en difusión de mentiras, a quien siguen 212 millones de personas, la tercera parte de los suscritos a su red social.

En el momento en que escribo este artículo, Elon Musk mantenía destacado en su cuenta de X el corte de la “discusión” que mantuvo este miércoles con la líder del partido ultra alemán AfD, Alice Widel, en el que esta manifiesta que el Führer –el mismo que consideraba el comunismo una plaga propagada por los judíos y que encerró a decenas de miles de comunistas y socialistas en campos de concentración– era comunista. A partir de ahora veremos ese mensaje hasta en la sopa. No se sorprendan de que en la próxima reunión familiar el cuñao les diga con sagacidad: “Si Hitler no era de izquierdas, ¿por qué su partido se llamaba nacionalSOCIALISTA, eh?”.

Para decir que Hitler era comunista hay que ser un cabeza de chorlito con tragaderas para cualquier burrada que le cuenten sus ídolos de las redes sociales. O un cínico a prueba de bombas, como seguro lo es la líder de AfD, capaz de retorcer la historia a extremos insólitos con la finalidad de alejar a su partido racista y xenófobo de cualquier asociación con el nazismo.

El Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista, o NSDAP por sus siglas en alemán, no tenía, pese a su nombre, nada de socialista. Como tampoco lo tenía su predecesor, el Partido Obrero Alemán (DAP), fundado tras la Primera Guerra Mundial por Antón Drexler, un ultranacionalista de Baviera que consideraba el comunismo un instrumento judío para dominar el mundo. Hitler se tomó en 1920 ese pequeño partido y le añadió a su nombre el término “nacionalsocialista” por razones prácticas: para atraer, por una parte, a los nacionalistas que se sentían humillados por el Tratado de Versalles y, por la otra, para captar a la clase obrera y alejarla de los cantos de sirena del comunismo. El primer programa del nacionalsocialismo, diseñado por Hitler y Drexler, era un potaje de promesas a los trabajadores, compromisos para el fortalecimiemto de la clase media, mucho antisemitismo y glorificación del germanismo. Hablaba incluso de combatir las fake news. A su manera, claro. “Exigimos una oposición legal a las mentiras y su difusión por la prensa”, señalaba el punto 23 del programa. Y, en su apartado primero, proponía: “Todos los redactores y empleados de los periódicos que se publiquen en alemán serán miembros de la raza”.

Intentar ganarse a la clase obrera no es una particularidad del comunismo. Franco lo hizo, impulsando la Organización Sindical Española (el famoso sindicato vertical) y construyendo miles de viviendas de protección oficial para los trabajadores. No creo que a nuestras derechas se les pase por la cabeza etiquetar por ello de comunista a Franco como hacen alegremente con Hitler. Tampoco es exclusivo del comunismo la intervención del Estado en la economía, ni siquiera una de la magnitud que vivió Alemania con el nazismo. Las grandes intervenciones del Estado son comunes en las crisis: Hitler llegó al poder en Alemania en la depresión económica más grave de su historia y puso todo el engranaje productivo, sobre todo el armamentístico, al servicio de la recuperación… y de sus delirios imperiales. Bajo Franco también hubo una potente inyección de dinero público en obras civiles. Pero no solo dictadores acuden a ese recurso. ¿Qué fue si no el New Deal de Roosevelt en Estados Unidos tras el crac bursátil de 1929? ¿O, para no irnos tan lejos en el tiempo y el espacio, qué fue el rescate multimillonario de Rajoy a la banca tras la crisis de 2008? En todos los casos citados, la intervención del Estado no tenía como objetivo traer el comunismo, sino reforzar el capitalismo.

Ciertamente Hitler tenía una relación conflictiva con el capitalismo, porque lo consideraba un terreno de juego dominado por los judíos. Pero por encima de todo odiaba al comunismo, que consideraba un invento del judaísmo enemigo del espíritu aristocrático de la nación aria. Algo parecido a lo que argumentaba Nietzsche sobre el cristianismo en su ‘Genealogía de la Moral’. Hitler ejerció un fuerte control sobre las grandes corporaciones para mantenerlas al servicio de su proyecto, pero las compañías no solo no fueron nacionalizadas, sino que obtuvieron pingües beneficios con el nazismo. Más aun, bajo el Tercer Reich se produjeron privatizaciones masivas en las que se recompensó a empresarios que habían colaborado con el ascenso de Hitler al poder.

Hitler era además un fanático del darwinismo social, que consagra la supervivencia de los más fuertes en un entorno competitivo. Una doctrina por su propia naturaleza más propia del capitalismo que del comunismo. La aplicó en el espantoso programa secreto Aktion T4, en el que decenas de miles de personas con discapacidad física o mental fueron exterminadas porque su existencia resultaba inútil y onerosa para el Estado. Esas ideas tuvieron su variante española en los delirantes estudios sobre marxismo e inferioridad mental que desarrolló el jefe de los Servicios Psiquiátrico Militares, Antonio Vallejo-Nájera, por instrucciones de Franco.

Dejémonos de idioteces: Hitler quizá no era un capitalista liberal, pero apelar a los obreros y movilizar recursos del estado para hacer frente a una crisis económica no hacía de él un comunista. Del mismo modo que haber llegado al poder en unas elecciones no hacía de él un demócrata. Hitler era un furibundo anticomunista. Y quienes se empeñen pese a todo en decir que era comunista, pues no me queda sino sugerirles que, por coherencia, incluyan a Franco en el paquete de la III Internacional.

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