Oliver Franklin-Wallis, periodista: «Se habla mucho de reciclar, pero tiramos la mitad de nuestra basura en países del sur»

De la India a Senegal, el autor de ‘Vertedero’ recorre medio mundo rastreando el destino de los desechos que produce Occidente: «Este modelo solo puede existir cuando los residuos son el problema de otro»

¿Qué haces con tu media tonelada de basura? España, inundada de desechos

Del gigantesco vertedero al aire libre de Ghazipur, Nueva Delhi, tan alto como un edificio de 20 plantas, a Acra, Ghana, donde la ropa de segunda mano sepulta playas hasta donde la vista alcanza, pasando por el moderno vertedero sanitario de Ellington, en Newcastle, Oliver Franklin-Willis (1989) ha recorrido medio mundo siguiendo el rastro la basura que genera(mos). Este periodista se dio cuenta un día de que no tenía ni idea de lo que pasaba con la basura que diligentemente separaba en varios cubos en su casa una vez caía en el camión. Y se puso a investigar. Sus hallazgos -que, admite, le han creado más ecoansiedad de la que ya tenía y le han cambiado la forma de vida- los ha plasmado en Vertedero (Capitán Swing), un completísimo reportaje periodístico de 383 páginas en el que el lector acompaña a Franklin-Wallis en un viaje tan revelador como deprimente, aunque tanto el libro como el autor rehúyen el catastrofismo. “Es un problema muy reciente y tan rápido como lo hemos roto lo podemos arreglar”, asegura optimista.

Vertedero pone a Occidente frente al espejo de su propia mierda (literalmente). Un modo de vida que Franklin-Wallis define así: “Solo puede existir cuando los residuos son el problema de otro”. Esta frase habla concretamente del mundo de la moda, pero es extensible a todo lo demás. Y describe exactamente lo que estamos haciendo. El periodista recuerda que hablamos mucho de reciclar, pero solo lo hacemos con el 12% de lo que producimos, mientras más de la mitad de nuestros residuos los enviamos a países del sur, donde los más pobres entre los pobres tratan de sacarle algún provecho.

Franklin-Wallis habla con los separadores de basura en la India, con los responsables de los puestos de ropa usada en Ghana –a menudo estafados desde Occidente con los envíos, además de sepultados en toneladas de prendas inservibles que acaban tiradas en sus playas–, y también con las empresas de reciclaje o tratamiento de residuos que proliferan últimamente en Europa para dibujar un panorama integral del que será, ya es, uno de los principales problemas del mundo. “Escribir un libro sobre residuos o sobre el medio ambiente da miedo”, admite el autor, “pero intenté hacerlo divertido e interesante. Y, sobre todo, decirle a la gente que no se deprimiera, que no se enfadara y que en su lugar sintiera que es el momento de tomar medidas”.

Leyendo el libro uno se da cuenta de lo poco que sabe respecto a la gestión de los residuos. Diría que es uno de los aspectos cotidianos que más desconocemos, pese al impacto que tiene.

Me fascina que pasamos mucho tiempo pensando de dónde salen las cosas, si son orgánicas o de comercio justo, pero luego las tiras a la basura y desaparecen para siempre. Existe toda esta vertiente de la economía de la que básicamente nadie piensa ni habla, pero que todos utilizamos cada día. Con la basura hemos sido negligentes, no le prestamos atención. Se ha convertido en un enorme problema mundial y parece que de repente los océanos están llenos de plástico y los ríos de aguas residuales. Tenemos grandes problemas con el desperdicio de alimentos, con los productos químicos tóxicos que nos rodean. Y por primera vez la gente está empezando a darse cuenta de que algo está roto y tenemos que hablar de ello. La conversación empieza con los residuos: ¿de dónde viene toda esta basura?

Impacta el dato que da en el libro de que el sector de los residuos genera más impacto ambiental que el transporte marítimo y aéreo juntos.

Los residuos sólidos son el 5% de todas las emisiones globales y los residuos de alimentos un 8% o 10%, dependiendo de la estimación que se mire. Es una cantidad asombrosa de emisiones de gases de efecto invernadero, y hablamos de metano, un gas que es entre 8 y 30 veces más potente que la calefacción. En los últimos años los científicos han comenzado a mirar por satélite estas emisiones de metano y se ve la cantidad de gases de efecto invernadero procedentes de enormes vertederos en sur global: en la India, en Bangladesh o Nigeria. Estamos empezando a entender la magnitud del problema. Pero durante mucho tiempo los residuos han sido una asquerosidad y la gente simplemente ignoró el problema que estaba creciendo literalmente bajo nuestros pies.

¿Dónde estamos en la gestión de residuos? ¿Hemos cruzado el punto de no retorno?

El sistema de residuos moderno es realmente nuevo, igual que los plásticos desechables, por ejemplo, que sólo están presentes desde la Segunda Guerra Mundial. En tres generaciones hemos cambiado totalmente nuestra relación con los residuos y con el mundo natural; nunca antes habíamos tenido residuos. Había alimentos, cerámica, cosas que se descomponen y son benignas para el medio ambiente. Pero ahora estamos inundando el planeta con plásticos que no se descomponen en siglos, con productos químicos tóxicos que la naturaleza no tiene forma de procesar. Es un problema muy nuevo. Para mí eso significa que si lo rompimos tan rápido también se puede arreglar. Me parece una locura que utilizando el blockchain podamos rastrear un diamante desde una mina en Sudáfrica hasta que llega a una tienda en la Quinta Avenida en Nueva York, pero si yo tiro algo a la basura no tengo ni idea de adónde va. Desaparece. La industria de los residuos está increíblemente anticuada. Ahora entendemos que necesitamos saber dónde acaba nuestra basura. Hay empresas y personas que intentan abordar el problema, pero estamos tan lejos de la solución que incluso pequeños cambios tendrían grandes beneficios para todos nosotros.

La gente no se da cuenta de que trabaja cada día para una empresa de residuos. Limpias tus tarros de yogur, separas tus residuos… Estás haciendo un trabajo que beneficia a la empresa, a la que luego pagas con el dinero de tus impuestos para que recoja tus residuos y luego vende esas cosas en el mercado libre como reciclaje

En el libro habla de la ‘trampa’ de los contenedores en casa. Separamos la basura que creamos y ya nos desentendemos. Nos decimos a nosotros mismos que estamos haciendo nuestra parte y problema resuelto.

Lo que me sorprende es que la gente no se da cuenta de que trabaja cada día para una empresa de residuos. Limpias tus tarros de yogur, separas tus residuos… Estás haciendo un trabajo que beneficia a la empresa, a la que luego pagas con el dinero de tus impuestos para que recoja tus residuos, que luego además vende en el mercado libre como reciclaje. Se dan este tipo de extrañas paradojas. Porque luego la gente habla de sus problemas y dicen “tenemos aquí este vertedero, esta incineradora” o “no se está reciclando”. Y se siente afectada, pero no se ve capaz de cambiar nada. Creo que, colectivamente, a medida que más gente entienda lo que está pasando podremos llegar a soluciones juntos y hacer que las empresas cambien su manera de actuar y que los gobiernos aprueben nuevas leyes, porque así es como se consigue el cambio.

Como sucede con el cambio climático, en el asunto del reciclaje hay un debate perenne entre la responsabilidad del ciudadano individual frente a la de empresas y gobiernos. Mucha gente protesta porque se pone la presión en el individuo, cuando las mayores contaminadoras son las grandes compañías.

Vivimos en una economía capitalista, y la presión está siempre en nosotros para encontrar la manera de salir del problema. ¿Los vasos no se pueden reciclar? Compro uno reutilizable. Lo mismo con las bolsas, etc. Y está bien, no digo que el capitalismo sea necesariamente el problema, pero tenemos que tener debates más elaborados sobre el papel de los individuos. La mayoría de las personas que conozco están haciendo todo lo posible para ser sostenibles. Quieren vivir en un mundo hermoso, libre de contaminación, no quieren la basura en los ríos y en los océanos. Pero hay un límite al poder que tenemos como individuos. Las empresas y los gobiernos tienen mucho más poder. Y junto con el poder debería venir cierta responsabilidad. Necesitamos mejores leyes, mejores infraestructuras para que los individuos puedan tomar decisiones sostenibles. Por ejemplo, los coches eléctricos: si fueran más baratos y hubiera estaciones de carga todo el mundo los compraría. Pero yo no me puedo construir una estación de carga. Igual con los residuos. Es un problema tan grande que no podemos confiar en los individuos para solucionarlo.

También dice que a veces no es mejor el remedio que la enfermedad.

Te contesto con un ejemplo: durante la pandemia en el Reino Unido un montón de empresas comenzaron a vender alternativas de plástico compostables, fabricados con materiales que se descomponen más fácilmente. Muchos lugares los adoptaron. Pero estos plásticos compostables no pueden ser compostados en casa, necesitan especialistas, instalaciones comerciales. Pero no había suficientes. Así que todos estos plásticos supuestamente acabaron quemados en incineradoras. Acabamos reemplazando algo que no era genial, pero al menos era reciclable, con algo que acaba quemado de inmediato. Volviendo a lo de antes: los individuos estaban tratando de hacer lo correcto, pero no teníamos la infraestructura del gobierno dar soporte a esta solución.

os plásticos son casi un producto de desecho de la industria del petróleo y el gas, así que básicamente no cuesta nada hacerlos. Son increíblemente rentables. Y como las grandes compañías petroleras ven que cada vez más países tratan de alejarse de los combustibles fósiles, están produciendo más plásticos

Ya que ha sacado los plásticos a colación, uno de los principales problemas –si no el mayor– es que es mucho más barato producirlos nuevos que reciclarlos.

Sí. Los plásticos son casi un producto de desecho de la industria del petróleo y el gas, así que básicamente no cuesta nada hacerlos. Son increíblemente rentables. Y como las grandes compañías petroleras ven que cada vez más países tratan de alejarse de los combustibles fósiles, están produciendo más plásticos. Pero los gobiernos deben pensar qué es mejor para el planeta y para el empleo, incluso. Sabemos que los plásticos reciclados reducen las emisiones de gases de efecto invernadero y crean más puestos de trabajo, mientras los plásticos vírgenes generan más emisiones y no crean más puestos de trabajo. Los beneficios del reciclaje son claros, pero no siempre puede competir por sí mismo. Lo ideal sería contar con políticas que encarezcan el plástico virgen o abaraten el reciclado para que puedan competir. Algunos gobiernos lo están haciendo de diferentes maneras, y también los consumidores. Cuantos más consumidores compren materiales reciclados y más sostenibles, más los seguirá el mercado.

También habla del desconocimiento que hay con el plástico. Hablamos de “plástico” como si fuera una sola cosa, pero en realidad no es un producto sino muchos. Y no todos son reciclables.

El plástico no es un material, es una familia de materiales. Cualquiera ve la diferencia entre un envoltorio y una botella de Coca-Cola, pero hay miles de estos materiales, algunos muy reciclables y otros no. La solución de la industria del plástico a esto es un código internacional en el pequeño icono del triángulo que indica si es reciclable. Pero eso no funciona, confunde a la gente, y la industria lo sabe desde hace años. No puedes pretender que las personas conozcan cientos de materiales diferentes. Así que la presión debe estar en las empresas de envasado para producir productos más simples. ¿Por qué necesitas diez plásticos en un dispensador de jabón que podría tener dos? Hay soluciones muy simples. Y los plásticos no sólo se quedan en nuestro medio ambiente durante cientos o miles de años, también crean microplásticos y nanoplásticos, que estamos empezando a ver que pueden tener efectos tremendamente nocivos para la salud. Cuando la gente empiece a entender que pueden ser sustancias tóxicas, la presión sobre los gobiernos para que lo regulen será más fuerte.

Por cierto, quizá sea anecdótico pero quería preguntarle si en Reino Unido surge también de vez en cuando la polémica absurda sobre los tapones en las botellas de plástico o es una cosa solo española.

[Se ríe]. La tenemos. A menudo tenemos periódicos y políticos de derecha hablando de eso, y me hace gracia porque esa gente se queja de que los demás son unos flojos, pero al mismo tiempo protestan muchísimo por tener un tapón pegado a la botella. Esta medida se toma para aumentar las tasas de reciclaje de los tapones, que si no terminan en el suelo. ¿Prefieres tener ríos llenos de tapas de botellas de Coca-Cola o dedicar medio segundo a mover el tapón? La gente que tiene tiempo para quejarse de ese problema en realidad no tiene problemas.

A la mayoría de la gente no le importa reciclar. Lo que les molesta es cuando gastan su energía y tiempo en separar residuos y luego descubren que su basura se ha tirado en la orilla de un río turco, no que un tapón les toque la nariz cuando intentan beber agua

Tuvimos una situación similar cuando el anterior primer ministro, Rishi Sunak, se quejó en campaña de unos planes para introducir siete tipos diferentes de contenedores de reciclaje en las casas. Ni siquiera era cierto, pero sabemos que eso favorece que se recicle. En países como Corea del Sur o China van muy por delante de nosotros en esta materia. Entienden que es bueno para la economía china tener un suministro de plástico y metales y baterías –por ejemplo–. Que una empresa de reciclaje que hace baterías para los coches eléctricos podría querer una batería para reciclarla. Es una locura para mí que tengamos un enfoque completamente equivocado con esto. El reciclaje puede ser un motor de crecimiento. Puede ser innovador y productivo. A la mayoría de la gente no le importa reciclar. Lo que les molesta es cuando gastan su energía y tiempo en separar residuos y luego descubren que su basura se ha tirado en la orilla de un río turco, no que un tapón les toque la nariz cuando intentan beber agua.

Ya que habla de China, era nuestro vertedero favorito hasta que se cansaron y en 2018 cerraron la frontera, generando un ‘problema’ a Occidente, que se quedó sin basurero. ¿Qué pasó?

Eso fue lo que me impulsó a escribir este libro. En 2018, China, que había sido el destino de más de la mitad del plástico del mundo, dijo que se acabó. Y dejaron de aceptar plástico. Durante unos años, Occidente cambió a países como Indonesia, Vietnam y Tailandia, donde aparecieron plantas de procesamiento ilegales en muchos pueblos. Pero esos países decidieron que tampoco querían ser el basurero del mundo, así que cerraron sus puertas. Y desde entonces, muchos de los países que exportaban han comenzado a procesar o han dejado de exportar tanto. En la UE se está construyendo mucha más infraestructura de reciclaje. Pero tú creías que tu bolsa de plástico estaba siendo reciclada cuando en realidad acaba en, por ejemplo, una fábrica de cemento en Polonia. Y eso puede ser mejor a que termine en un vertedero, pero la realidad es que la mayoría de las veces, cuando las cosas van al extranjero, perdemos el rastro. Da miedo pensar que no sabemos donde va nuestro reciclaje o si alguna vez se recicla. No tenemos los datos, y eso para mí es una locura que tiene que cambiar.

Usted ha recorrido medio mundo siguiendo la basura. ¿Qué dicen los ciudadanos de los países que la reciben? No sé cómo manejan la contradicción entre ser el vertedero del mundo y que, al final, algunos de ellos viven de eso.

Hablamos mucho de reciclaje, pero en realidad en todo el mundo sólo se reciclan el 12% de los residuos. Más de la mitad se tira o se deposita en vertederos en lugares como la India o Bangladesh. Son vertederos abiertos, montañas de residuos que se pueden ver a kilómetros. La explosión demográfica en estos países hace que crezcan mucho más rápido que su capacidad para procesar sus propios residuos. Así que la gente termina en vertederos y otros lugares horrendos. Y sí, hay comunidades de recicladores que recogen los residuos para tratar de rescatar los materiales reciclables. Pero es un problema diferente al de, por ejemplo, lugares como Ghana, donde enviamos nuestra ropa de segunda mano y nuestros viejos aparatos electrónicos para ser reciclados, pero no tienen la capacidad para tratar con todo eso.

La gente de los países del Sur a los que mandamos nuestra basura está harta. He tenido conversaciones en las que adultos han roto a llorar por la impotencia que sienten

La moda rápida ha crecido tan rápidamente que la cantidad de ropa que enviamos ha superado su capacidad de procesado. Y sí, están hartos. He tenido conversaciones en las que personas adultas han llorado delante de mí por lo impotentes que se sienten. En Accra, la capital de Ghana, hay una playa donde hay ropa hasta donde alcanza la vista. Ropa que ha sido enviada desde toda Europa, que ya no se puede usar y que simplemente se tira ahí porque no tienen capacidad para procesarla. El único vertedero que tenían, que se pagó con un préstamo del Banco Mundial, se incendió y ardió hasta los cimientos. Y ahora están pagando intereses de un préstamo del Banco Mundial por un vertedero que no pueden utilizar. Así que han pasado a tener que tirar las cosas en las afueras de la ciudad. El dilema es que en estos países necesitan ropa igual, y si no la enviamos la van a reemplazar con moda rápida de China o la India.

¿La industria de la moda es una de las principales generadoras de residuos?

La moda es el negocio de hacer obsoletas las cosas que ya tienes. Si hacen prendas que realmente son de alta calidad y diseñadas para durar, que la gente ama y puede reparar, vale. Pero la moda de usar y tirar es como los envases de un solo uso. La mayoría de la gente no se da cuenta de que las cosas que están comprando están hechas de plástico. No cuestan nada porque, de nuevo, son casi residuos de la industria petrolera. Y están diseñados para ser utilizados un par de veces y luego tiradas a la basura. Todo ese modelo de negocio sólo puede existir si los residuos son el problema de otro. Si H&M, por poner un ejemplo, fuera obligada a pagar por eliminar cada camiseta suya que se tira no estaría haciendo eso. Es una de esas situaciones en las que los beneficios son privados pero los daños son comunes.

Leído el epílogo del libro, con algunas reflexiones finales, no sé si quedarme con buen o mal sabor de boca. Al final concluye que tampoco hay mucho que inventar. La mejor solución es reducir el consumo.

Es una respuesta simple, pero increíblemente difícil de conseguir. Tenemos que remodelar totalmente la forma que tenemos de pensar y comprar cosas. No es una solución nueva, no es fácil, pero tampoco imposible. El problema es que cuando le dices a la gente que compre menos no suena muy emocionante. Parece que es ir hacia atrás, pero en realidad es todo lo contrario. Creo que muchas de las cosas que compramos que son desechables no nos hacen felices. No te importan, las usas una vez y las tiras. ¿Qué pasaría si sólo compráramos cosas que nos hagan felices, más significativas? Cuando reparas cosas tuyas te llena de orgullo y alegría. Te da habilidades, crea puestos de trabajo. En los últimos años, además, cada vez compramos más, pero cada vez fabricamos menos. Han desaparecido industrias enteras, hemos exportado la fabricación al extranjero. El argumento económico en ese momento era que eso nos iba a hacer a todos más felices y más ricos, pero en realidad el crecimiento se ha detenido. Así que no veo esto como algo que signifique retroceder. De hecho, la forma en que estamos viviendo actualmente no está funcionando, y esto es una buena oportunidad para volver a hacer cosas y poseer cosas que amamos y comprar menos plásticos que no necesitamos.


El vertedero de Ghazipur, en Nueva Deli (India).

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