Feijóo y Mazón: una historia de amor amargo

El president de la Generalitat era un protegido de Teodoro García Egea que, según Génova, perjudicó a Feijóo al firmar un acuerdo con Vox antes de las generales. Cuando parecía que lo iban a defenestrar tras la DANA, Mazón ha vuelto a resistir y se plantea que acabe la legislatura

Desde que la peor riada del siglo pillara a Carlos Mazón comiendo setas y tomates en una cita inoportuna con una periodista, su jefe nacional, Alberto Núñez Feijóo, ha pasado por todas las fases del amor de los novelones rusos.

Cuando Feijóo despertó en Madrid el 2 de abril de 2022 como líder del partido de la oposición, Mazón ya estaba allí. Teodoro García Egea, el sanchopanza de Pablo Casado, le había apuntado con su dedo un año antes para hacerse cargo del PP valenciano. Eran amigos y compartían una visión de la política “cachonda” e instagramer, que lo mismo te lleva a colgar un vídeo haciendo un sorteo de entradas que a lanzar huesos de aceitunas.

Amistad manda y para que el casi desconocido Mazón pudiera llevar el peso de un partido autonómico hubo que desalojar sin miramientos a quien era la presidenta del PP valenciano entonces, Isabel Bonig, la política que había pasado la travesía del desierto de un PP valenciano esquilmado con casos de corrupción. Bonig vio que habían puesto precio a su cabeza, cogió el abrigo y se fue, cerrando la puerta pero sin dar un portazo.

Cuando al año siguiente el partido nacional abrió la puerta de los leones a Casado por meterse con Ayuso y asfaltó la vía Sacra para que la recorriera en cuadriga Feijóo, Mazón estaba allí y tuvo un papel tibio y declaraciones reversibles: casi lo mismo valían para apoyar a un lado que para apoyar al otro. Desde luego, en los días más increíbles de aquella aventura temeraria que abrió en canal a Génova, Mazón no apoyó a Feijóo. Hasta que fue evidente que iba a ser su jefe.

La relación entre ellos fue normal –lo normal y educada que puede ser la relación con alguien que es del equipo de tu defenestrado antecesor– hasta que Carlos Mazón decidió acelerar el pacto con Vox para gobernar cuanto antes la Generalitat en junio de 2023, materializando con aquella firma los augurios en los que se basaba la campaña electoral del PSOE y Sumar: era la prueba tangible de que Feijóo, si ganaba las elecciones de ese mismo mes de julio, pactaría también con Vox.

Desde entonces en el PP responsabilizan a Mazón de no haber podido gobernar España –por ser justos, algún mérito más hizo Feijóo, como mentir con las pensiones o no presentarse a los debates televisivos–, pero sobre todo quedó claro en Génova que no se podían fiar del líder del PP valenciano. Les toreó con los plazos y las aspiraciones –en la Generalitat lo niegan– y empezó el baile de las líneas rojas con el diputado de Vox condenado por maltrato, que fue finalmente enviado a colonias, es decir, a Madrid.

Desde el pasado 29 de octubre la relación entre Feijóo y Mazón pasa por un bache, desconcertante a ratos, con muestras de amor y rencor, de apoyo y displicencia, que llegan a veces de manera consecutiva. Un amor tóxico, podría decirse. En la reunión de barones del PP en Asturias de este fin de semana se le brindó una gran ovación al alicantino, se entiende que para reconocerle el tesón, no la gestión. Hay que tener tesón para resistir después de tres manifestaciones masivas, sin poder salir a la calle, fabricando una agenda pública extemporánea para no visitar la zona cero, con tu propio vicepresidente, el teniente general Pampols, enmendándote la plana.

Un día después del aplauso, Feijóo calificó a Mazón de “noqueado” en una entrevista con Alsina y no fue capaz de defender que es un buen líder para València. Quiso decirlo con la cabeza, pero el estómago le bloqueó las palabras cuando subían por el esófago. Estos días Feijóo ha encontrado la muletilla de que el president “está trabajando”. Que es una manera de decir, conformaos porque al menos no está comiendo.

Así como las primeras semanas tras la DANA parecía evidente que Mazón se tendría que ir sí o sí, al final ha logrado ganar tiempo y resistir con un PP nacional que no ha querido o podido tirarlo por la borda, aunque a ratos haya tenido ganas, como cuando en Les Corts pidió ese perdón con la boca muy pequeña, contra lo que se había convenido. Así que los valencianos no quedaron “reconfortados”, como había aventurado el líder nacional. El problema es que la borda la maneja Mazón y que la alternativa no está tan clara: ya se ocupó de que nadie de su gobierno estuviera en las listas de diputados y, por tanto, nadie en su gobierno pueda sustituirlo como president de la Generalitat.

València es un caladero esencial para el Partido Popular nacional, que no quiere dejar esquilmado un territorio por culpa de un barón que despierta indignación y antipatía, pero ya hemos aprendido que lo que hoy resta votos mañana puede ser inocuo. La desmemoria social y la aparición de urgencias constantes y novedosas en los medios ayudan a la estrategia de Mazón, y hay quien cree que podrá incluso acabar la legislatura sin problema. La única molestia para el president es que en junio toca congreso regional para elegir líder, pero como le incomoda, ya flirtean con la idea de aplazarlo. Por si quedaba duda de quién manda y quién ha ganado unas elecciones.

En las calles le silban y en las reuniones de partido le vitorean y dan palmadas en la espalda, y a Mazón eso le vale, aunque ninguno de todos los barones que le dan ánimos para seguir voten en la circunscripción de València, rehén por tres años sin elecciones de un líder que tiene claro que no se va y que nadie puede echarlo. Feijóo, a sabiendas de que no puede obligarle a nada porque Mazón ganó un gobierno mientras que el gallego perdió su ocasión, le ha concedido el beneficio de la duda. La duda ofende, pero también da fuelle. Y con eso, a Mazón, le vale.

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