Sinéad Spelman, artista visual: «Un artista ya no puede alquilar un local en Barcelona»

Nacida en Irlanda y residente en Barcelona desde 2007, la dibujante y escultora expone parte de su obra en el MACBA y en esta entrevista repasa las diferencias entre las dos culturas, la magia del dibujo y los problemas de los artistas actuales, al tiempo que advierte: «Sin fracaso, no hay arte»

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Después de la entrevista, fui con Sinéad Spelman (Dublín, 1978) al horno Mistral, que está muy cerca del Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA). La charla, es inexacto llamarla entrevista, la habíamos mantenido allí, en un banco del museo, al pie de las escaleras mecánicas. Los museos son sitios muy tranquilos si no los hacen interactivos. En la sala contigua a nuestro banco se exhiben varios dibujos de Spelman, que forman parte de una colección del MACBA llamada “Preludio. Intención poética”. Dibuja, sobre todo, figuras humanas. Son líneas de tinta negra. Muchas veces la figura es ella misma, y se desintegra al contacto con la realidad y hasta con su propio cuerpo. Parece que se trate de metafísica, pero viene de las novelas. Tampoco el horno Mistral es un lugar muy metafísico, es más para comprar magdalenas y cruasanes, y hacen las mejores ensaimadas de cabello de ángel de la ciudad. Lo que no es metafísica es cabello de ángel.

Spelman es dibujante y escultora. Lleva 17 años afincada en Barcelona, y junto al artista Alberto Peral fundó Halfhouse, un lugar donde se programan exposiciones, encuentros y residencias de artistas, y también es la casa donde viven. En unos tiempos en que se privatiza lo público, estos dos artistas decidieron ir a la contra y compartir públicamente lo privado. En el año 2018, el Ayuntamiento le concedió a Halfhouse el premio Ciutat de Barcelona a las Artes Visuales. Le iba a preguntar si era familia del cardenal Spellman; pero es otro apellido, el del antiguo arzobispo de Nueva York tiene dos eles, como una vez las tuvo la ciudad con las Torres Gemelas. Spelman dice que ni la música irlandesa ni la Guinness saben igual fuera de Irlanda, y por eso hemos ido a esta panadería de barrio.

¿Sinéad, te acuerdas de El tercer policía?

¿La novela de Flann O’Brien? Me ha marcado mucho. Está siempre en mis dibujos.

¿Cuándo la leíste?

En la universidad, estudiaba Humanidades y la dimos en literatura. Es un libro fascinante. Se publicó a finales de los años sesenta, pero me quedé muy sorprendida al saber que había sido escrito a finales de los treinta. Me atrapó su estructura.

Parece estar hecha de partículas subatómicas.

Y eso que aparenta ser una simple novela policíaca. Me impactaron sus imágenes. Todo es permeable en ese libro. Me recordaba lo que había leído de pequeña, como Alicia en el país de las maravillas.

En tus dibujos, también los cuerpos se traspasan a sí mismos. No hay una muralla física.

Es un tipo de novela que crea imágenes en varios niveles, en diferentes dimensiones. Sus personajes son como figuras hechas de cartón. Se vuelven irreales en relación con un mundo que nosotros conocemos en tres dimensiones. Me quedé impresionada con esa manera de narrar tan visual.

¿Eso es el arte?

¿Las imágenes? Sí, en el libro hay una parte muy plástica, porque todo el rato estás creando como esculturas en tu mente. Pero también, esto es muy interesante, hay algo muy psicológico y muy interior.

Nadie ha escrito una novela tan incontable. Todo lo que digas es espóiler.

Eso la hace hermética. Todo en el libro está en transición. Empieza con la interrupción de la lectura del filósofo que se ha inventado, De Selby creo que se llamaba… Tengo una memoria fatal. Las cosas que más me han gustado de la vida se me borran. Es fascinante, en En el tercer policía está esa cosa de que se mezclan los átomos de la bicicleta y de los policías… Leerlo fue una revolución para mí, porque ahí está como siento la vida. Y, sin embargo, siempre se ha dicho lo contrario. Te hacen creer que cada cosa está separada de su entorno. Que algo es simétrico o no simétrico, que hay una ley que delimita las cosas… Hoy, hemos empezado a aceptar que todo es fluido, que es imposible quedarse en el límite, en la superficie de las cosas, porque todo es más poroso de lo que imaginamos. La novela parece escrita siguiendo los principios de la física cuántica. Y esa es la realidad que quiero plasmar en mis dibujos.

¿Estudiaste Humanidades en Dublín?

No. Vivía en Dublín, pero me fui al oeste de Irlanda, a Galway, un sitio con el que mi padre tenía mucha conexión, y yo también la he tenido desde pequeña. Como siempre quería irme de casa, acabé allí. Es una parte de Irlanda que antes fue muy pobre, donde se habla mucho en gaélico.

¿En tu familia se habla?

No, no. En realidad, queda muy poca gente hablando en gaélico. Mi madre, además, es de Irlanda del Norte, de cerca de Belfast y, en su época, no se enseñaba en la escuela. Mi padre sí que lo estudió en el colegio, como yo. Pero no lo usamos en la familia. Sencillamente, es una lengua muy querida.

¿Cuando estudiabas en la universidad de Galway ya dibujabas?

Empecé después. Entonces, no sabía lo que quería hacer. Aún no sé lo que quiero hacer. Estudiar allí Humanidades era una cosa muy abierta. Durante la carrera, ibas eligiendo. Podía ser tan variado como estudiar Física, Derecho… Yo hice Ciencias Políticas y Literatura francesa e inglesa. Y ya seguí con la Literatura por interés. Me permitía proyectar lo que sentía. Sobre todo, cuando sabes que no vales para cosas prácticas.

La primera vez que entré en un museo de arte, yo tenía 18 años

¿Leer te hizo dibujante?

Al principio, no. Entonces, yo tenía cero conocimiento de las artes visuales. Realmente, nadie en mi familia lo tenía. La primera vez que entré en un museo de arte, yo tenía 18 años. No estaba en ese mundo. Estaba muy desconectada de todo eso. Y todavía me siento así. Pero me encanta el arte, y cada vez me gusta más. Es un mundo externo. La literatura, no. La literatura es algo muy interno. En el arte, hay como una distancia física entre lo que te están contando y tú. Existe una separación real.

¿Y con los libros?

Con los libros, está implícita la idea de que la persona que escribe se encuentra en una especie de burbuja y tú entras en esa burbuja. Entras en esa historia y quieres perder todo lo que te rodea. Se rompe la distancia.

¿Eso se puede dibujar?

Bueno, me gustaría dibujarlo. Es algo que siento continuamente. Un libro te lo llevas a la cama, te vas a dormir con el libro porque sabes que es como una escalera al mundo de los sueños. Y te dices: Ojalá pudieras seguir ahí, en esa historia, mientras duermes. Pero, con lo visual, esto no te apetece; porque el sueño quieres fabricarlo tú. No quieres tener las imágenes de otros. Los sueños te los tienes que crear.

¿Qué diferencia hay entre la escritura y el dibujo?

En mi caso, no mucha. Mis dibujos son siempre líneas negras, como en la escritura. Las uso para reproducir la forma humana, pero la base es la línea negra. Hay algo mágico en el dibujo, porque la línea negra habla directamente, sin pasar por el código del lenguaje.

Irte a dormir con un libro es como llevar una escalera al mundo de los sueños

¿Por qué viniste a Barcelona?

Primero volví a Dublín. Tenía mi vida allá. No conocía mucho el mundo, y no sabía a dónde ir. No tenía claro lo que me atraía. Entonces, en Dublín, conocí a Alberto Peral, y el camino empezó a ir muy rápido. Hasta que vi que ya estaba preparada para irme. Y quise venir a Barcelona, a probar, a conocer. En aquella época, Alberto y yo éramos pareja, y me quedé.

¿Alberto era artista cuando le conociste?

Él sí. Yo, todavía no. Probé con la animación. Me daba cuenta de que, cuando leía, tenía una sensación totalmente visual, leyera lo que leyera. Así que me puse a buscar el puente entre lo visual y la literatura. Pero en la escuela de animación comprobé que era un trabajo muy laborioso. Yo no tengo esa aptitud. Mis profes me decían: Mira, tú tienes que dedicarte al arte, porque tienes cosas que decir, pero no sabes repetir. Aquí, hay que repetir muchos dibujos. Tienes que buscar otro camino.

¿Cómo era Barcelona cuando llegaste?

Llegamos en 2007. Vinimos a una especie de loft, en la calle Pere IV, en el barrio del Poblenou. Todo era nuevo para mí. ¡Un loft! Yo no estaba acostumbrada a vivir en un espacio abierto. En Irlanda, vivía en una casita, con el dormitorio arriba, las escaleras, el fuego… Todo como un poco demócrata, como algo muy cotidiano. Y de repente me veo en un sitio donde todo es luz y no tengo puerta en la habitación. Madre mía. Me encantaba, pero: ¿Dónde está mi intimidad? ¿Dónde está el lugar para esconderme cuando viene gente? Es que, además, siempre había gente. Nosotros somos sociales, pero también andamos siempre en busca de ese rincón. Quizá esta sensación esté reflejada en la literatura de Irlanda.

Es otro clima.

Aquí hay otra mirada. Recuerdo, al principio, ir por Barcelona en bicicleta y tener la impresión de que era la bici la que me llevaba, y no yo a ella. De sentir que aquí las cosas son más fáciles. Porque no te da todo el rato el viento en la cara y se te cierran los ojos, ni sientes todo el rato el frío y la lluvia. No estás oyendo sin parar el ruido del viento. Aquí, miras arriba y ves el cielo tan bien… Parece que se hagan ciertas esas psicologías que dicen que con el movimiento de ojos puedas curarte un trauma.

En aquel momento, ¿el Poblenou era una zona de artistas?

Más que ahora, supongo. Hoy, ya no pueden quedarse los artistas. Todavía siguen en el Poblenou proyectos como Hangar, y La Escocesa; pero, tener ahora un loft de artistas…, los precios han hecho que esa opción sea para otro estilo de persona.

Alberto Peral y tú montasteis allí Halfhouse. ¿Cómo fue la idea?

Fue en 2009. El año anterior estuvimos en Brasil. Allí se respiraba una libertad muy grande para montar cosas. En Irlanda, también había visto este tipo de proyectos, de gente que transforma su casa en un espacio público dedicado al arte. Como en Barcelona hay artistas a toneladas, nos pareció que no eran suficiente las galerías. Así que Alberto y yo nos animamos a convertir nuestra casa en Halfhouse. Un lugar donde los artistas vengan a exponer, a crear, a trabajar, incluso a residir temporalmente. O sencillamente a compartir comidas y a charlar. Todas las inauguraciones las celebramos con comidas comunitarias con el público, los artistas, los amigos… Cuando abrimos Halfhouse, en Barcelona no había tantos espacios independientes como ahora.

¿Tuvo éxito enseguida?

Aquí, el feedback entre la ciudad y el artista ha sido siempre muy bonito. Al menos, esa es mi experiencia.


Spelman cree que el fracaso es necesario tanto en el arte como en la crianza

¿De dónde viene el nombre de Halfhouse?

Pues toda la esencia de Halfhouse está en su nombre. Traducido, al pie de la letra, significa media casa. Pero el nombre está inspirado en una expresión que existe en el mundo anglosajón. Es Halfway House. Algo así como una casa en medio del camino. En general, se aplica una especie de casa de transición, donde, por las razones que sea, la gente va a vivir una temporada para reincorporarse a la sociedad. Pero a mí me sugiere una especie de taberna. No sé si en el diccionario significa eso. Me da una sensación de sitio cálido, donde te ponen algo de comer cuando llegas en caballo después de un largo trayecto. Y luego sigues tu camino.

¡Como las tabernas donde paraba Dick Turpin!

¡Seguramente viene de ahí! Un hostal en medio del camino. Un lugar donde puedan estar los artistas.

¿Por qué os fuisteis del Poblenou?

Porque yo quería tener un poco de verde. Ya no. Ahora, solo quiero ciudad. Pero entonces sentía con mucha fuerza esa necesidad. Y vimos un sitio para alquilar. Era muy especial, tenía un jardín muy grande. Había lugares así en Italia. Algunos palacios. No recuerdo sus nombres, pero me gustaría recordarlos. Son casas donde se ha metido el arte, que igual tienen una escultura de Lucio Fontana en la cama y muchas esculturas en el jardín, entre las malas hierbas. Son sitios preciosos.

¿Dónde estaba?

Aquí, Barcelona, en Vallvidrera, cerca del tren de Peu del Funicular. El edificio lo había hecho un arquitecto modernista, de la época de Gaudí. Nosotros alquilamos la parte de abajo de la casa, y encima vivían los dueños, que no tenían nada que ver con el arte. En el jardín hicimos muchos proyectos. En aquella Halfhouse, estuvimos cinco o seis años. Hasta que nos mudamos otra vez, a la calle Santander, en el barrio de La Verneda, donde seguimos.

¿Por qué os volvisteis a ir?

De repente, necesité más espacio. Me habían ofrecido una exposición en la Fundació Suñol, que es un lugar amplio, y eso me permitía hacer dibujos muy grandes, así que tenía que buscar un sitio más espacioso para trabajar. Tener el proyecto en casa es muy bonito, en eso consiste Halfhouse; pero tienes que acostumbrarte a guardar las esculturas en tu habitación y cosas así. Y encima, nosotros somos un poco caóticos. De modo que me puse a buscar un estudio y encontré el actual, en la calle Santander, que es un local de 500 m. Aquí, podía venir mucha gente. Así que lo hablé con Alberto y nos mudamos.

Pero tenéis los días contados ahí.

Las estructuras para artistas están siempre en peligro. Resulta que el edificio se encuentra afectado por las obras de la nueva estación del AVE, en la Sagrera. Igual lo derriban. El caso es que vamos a tener que irnos de nuevo. Moverse de un lugar a otro se ha convertido en algo orgánico. Lo malo es que no sé cómo lo vamos a hacer esta vez. Se ha vuelto todo muchísimo más complicado.

¿Por los alquileres?

Un artista ya no puede alquilar un local en Barcelona.

Barcelona se ha convertido en una ciudad que llama a la gente para que venga a verla y echa a los que viven en ella.

Muchísimos artistas se están yendo a las ciudades vecinas. Una gran parte se ha concentrado en L’Hospitalet. Sin ir más lejos, yo tengo allí a mi galerista, es la galería etHALL. Pero L’Hospitalet también se ha vuelto muy caro, y la gente se tiene que ir todavía más lejos.

La ideología es de una manera y la vida de otra

¿Ha ido cambiado Halfhouse en sus respectivas versiones?

También cambia la vida. Por ejemplo, en la última mudanza ya había nacido nuestra hija. Era algo que encajaba totalmente en nuestra idea de que el trayecto de la vida y los proyectos artísticos tenían que ir juntos. Pero la realidad es diferente, y te das cuenta de que la ideología es de una manera y la vida de otra. Al final, vi que, cada vez más, me quedaba más fuera del proyecto y me dedicaba a los cuidados.

¿Cómo es la vida de una artista con hija?

Tanto el embarazo como tener la experiencia de ser madre son la parte más rica de mi vida, evidentemente. Pero es que, además, todo lo que me impacta, todo lo que es emoción y amor, significa para mí la base de la creación. No se puede crear en el vacío.

Creas desde el amor, ¿pero también se puede crear desde el odio?

¡Ah! Yo creo desde todos estos lugares. No lo decido. Si hay rabia, pues me va a salir rabia. Claro que me gustaría decidir; pero entonces no es arte, es un control. No me interesa tenerlo claro por adelantado.

Para ejercer de madre, ¿tienes que ser más organizada?

La maternidad tiene una parte que te pone en relación con la sociedad, y te marca cómo organizas tu tiempo, y te lleva a participar en actividades que no acabas de querer integrarlas. En mi caso, tengo tendencia a salirme de toda estructura organizativa.

¿Entonces, qué pasa?

Pues que hago lo mínimo posible en ese aspecto. Me dedico solo a la parte de amor y a la educación que sale de este amor.

¿Te sientes culpable por no dedicarle más atención a los otros aspectos?

¿Al aspecto social? ¡Ah, no! Porque pienso que hay un poco de fallo en esa estructura, y me siento obligada también a señalarlo. Tengo que enseñarle a mi hija que tiene que vivir en esto, por supuesto. No quiero que sienta que tiene padres que no la ayudan, que no participan. Pero también quiero que vea que hay una lección en eso. Que se dé cuenta de que no hace falta estar siempre en todo. Que aprenda que también tenemos que hacer nuestros túneles, abrir nuestros huecos íntimos.

¿Es lo mismo criar que crear?

En ambos casos es importante fracasar. Al principio, yo era un poco naíf, lo mismo que todas las madres, al pensar que mi dedicación era tan importante. No. Mi hija me dedica más a mí que viceversa. Pero así me he dado cuenta de que lo que más educa es lo que no haces. Y he aprendido que también aquí hay que fracasar. Bueno, esto no sé si lo aprendes alguna vez o no. Pero tengo claro que así es en mis procesos creativos.

Si no se fracasa, no hay arte

¿En qué consiste fracasar?

Es fundamental. Es que, si no, no hay arte. Porque, si no es así, resulta que tienes un plan y lo quieres ejecutar como un ingeniero. Pero yo pienso que el único lugar por donde pueden entrar el arte y la vida es a través de una apertura creada por el fracaso. Antes de empezar una obra tengo una mínima idea, por supuesto. Nunca dibujo desde cero. No es como que se me cierran los ojos y me convierto en un robot y empiezo a dibujar de repente. Siempre tengo alguna cosa que quiero poner ahí, pero sabiendo de antemano que va a fracasar, y esperando el fracaso para que pase algo.

¿Qué sucede?

Es deslumbrante. Es como un niño que piensa que va andando hacia la derecha y acaba a la izquierda, y entonces dices: ¡Menos mal!

¿Cómo te organizas para presentar un proyecto?

Soy nula en esas cosas. Lo paso muy mal para solicitar las becas, que es la manera en que, hoy, los artistas podemos sobrevivir. No soy capaz de definir un proyecto. Pero es habitual entre los artistas. Tanto, que hemos llegado a una situación perversa. Te piden un proyecto diciendo que ya entienden que el artista no va a hacer este proyecto. Contar algo sabiendo que no lo voy a hacer va en contra de mí, de mi manera de trabajar.

¿Ocurre en todas partes?

Aquí, más. Aquí, hay una vena muy organizativa, que va mucho de pensarlo todo muy bien, y hablarlo todo mucho, les gustan mucho las asambleas, y que está relacionada con la manera de pedir los requisitos para las becas. Tiene que ver con el carácter de aquí. Hay una tendencia a organizar mucho las cosas, a hablar mucho de ellas, que pienso que crea un base muy bonita para luego dejar que sucedan cosas muy caóticas. En Irlanda, es todo lo contrario. Son caóticos y muy poco capaces de organizar, y por eso hay una tendencia a que las estructuras sean un poco más rígidas. No dejan margen para improvisar. Aquí, primero me piden organizarlo todo mucho, sabiendo que luego voy a ser caótica. Pero esto mismo es lo que me impide dar el primer paso para organizarme.

Aquí nos gustan mucho las asambleas

¿Cómo sales adelante?

Con mucha dificultad. Bueno, en el proyecto de Halfhouse no hacemos nada de eso. No imponemos un orden así. Y creo que esto se agradece en el contexto del Barcelona. A la gente le gusta ver un sitio donde las cosas surgen de un modo más espontáneo. No nos hace falta reunirnos. Nunca nos hemos reunido para hablar de organizar Halfhouse. Lo hemos hecho antes de pensar si era buena idea.

¿Para ser artista es necesario plasmarlo físicamente?

Creo que no. Entre mis mejores amigos hay artistas que no están haciendo exactamente nada; pero son absolutamente artistas en su manera de expresarse, en su manera de hablar.

¿De niña, ya sabías que ibas a ser artista?

Todavía no sé si lo soy. ¿Quién no lo es de alguna manera? ¿Quién lo es, y qué es serlo? ¿Qué parte de mi educación de pequeña ha hecho que sea como soy? ¿De qué hemos tenido que liberarnos para permitirle entrar a esta parte nuestra, o dejarla salir, aflorar? ¿Cómo se hace eso? ¿De qué modo una persona acaba convirtiéndose en artista? ¿Es voluntario o azaroso?

¿Hay respuestas?

Están en las miles y miles de minidecisiones que vamos tomando a lo largo de toda la vida. Son decisiones cotidianas. Cosas como que no te interesa ahorrar dinero para tener un coche… Las cosas a las que te dedicas sin darles importancia. Por ejemplo, cuando tenía 15 años, me encantaba ir al bar para hablar con la gente. De esta manera, estás en el arte también. Es construir cosas.

¿El premio Ciutat de Barcelona lo vivisteis como un reconocimiento a vuestra manera de trabajar?

Fue superbonito recibirlo, porque, de repente, algo institucional, alguien hacia quien tienes el prejuicio de que no le interesa lo que haces, resulta que te da un premio. Entonces, ves que tiene sentido el trabajo que estás realizando. Aunque hay que señalar que, en este caso, sobre todo el trabajo es de Alberto. Sientes que ha valido la pena todo ese tiempo que le has dedicado. Porque no lo montas como un proyecto para sobrevivir, bueno, esperas que te ayude a sobrevivir, pero no es la idea principal. Ante todo, es un proyecto de arte.

¿Qué es un proyecto de arte?

Es como un proyecto de amor.

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