Más de ocho millones de personas de todo el mundo están inscritas como voluntarias para ayudar a otras con discapacidad visual a través de una videollamada
Rompiendo barreras: el poder de la tecnología en la inclusión de personas con discapacidad
Elisabeth Díaz es ciega, tiene 43 años y lleva una vida plena e independiente. Sin embargo, a veces necesita ayuda inmediata, unos ojos ajenos que le permitan ver lo que los suyos no pueden. Saber qué hay en un escaparate, realizarse la prueba del azúcar, seleccionar qué ropa ponerse, conocer la fecha de caducidad de los medicamentos… Todas estas acciones del día a día son algo más complicadas para las personas no videntes, aunque no imposibles.
“Recuerdo que un día tenía que arreglar la caldera siguiendo las indicaciones que aparecían en la pantalla, pero yo no las puedo ver. Llamé a un voluntario a través de la aplicación y me ayudó una persona totalmente desconocida para mí. Me fue diciendo a qué botones tenía que pulsar”, ilustra Elisabeth. Se refiere a la app ‘Be my eyes’ [‘Sé mis ojos’], que conecta a más de 8.358.000 voluntarios en todo el mundo con las casi 764.000 personas con discapacidad visual inscritas. A través del móvil, cualquier persona que lo necesite puede contactar con un asistente para que le oriente y le guíe en tiempo real, aunque no vuelvan a coincidir a lo largo de sus vidas. Además, cuenta con una inteligencia artificial que describe casi al detalle cualquier imagen.
Elisabeth lleva unos 18 meses utilizándola. “No soy una persona muy tecnológica, pero al final me animé a descargarla, y lo tenía que haber hecho mucho antes”, reconoce esta trabajadora de la ONCE. En su caso, utiliza las dos funciones que permite la aplicación. Por un lado, la IA que describe lo que aparece en cualquier fotografía que el usuario desee leer. Por otro, la conexión con los voluntarios, que ven lo que rodea al usuario a través de la cámara del móvil.
“Mi sobrina pequeña me manda muchas fotos y ahora sé lo que aparece en ellas gracias a esta aplicación. También hago fotos, las subo, y me dice qué hay”, explica. Por ejemplo, le es útil para saber qué producto hay en el interior de los botes cuando se le juntan varios en su casa, ya que la inteligencia artificial es capaz de leer las etiquetas. “Es algo complicado porque tienes que enfocar bien, y a veces cuesta”, relata esta invidente total.
En otra ocasión, Díaz volvió a usar esta función cuando compró unos regalos que debían estar ilustrados de una determinada manera y que el lector de fotografías no era capaz de detallar. “La inteligencia artificial solo me decía que eran unos muñecos, pero no cuáles concretamente. Llamé a un voluntario y me confirmó que en mis manos tenía el regalo con la ilustración que quería”, ejemplifica.
Protección de datos y “censura”
Alberto Lorenzo utiliza la aplicación desde hace unos dos años. “Soy una persona muy inquieta y me gusta conocer las herramientas tecnológicas que mejoran mi calidad de vida”, cuenta sobre sí mismo este investigador predoctoral en torno a la accesibilidad para personas con discapacidad visual.
“La uso mucho. Por ejemplo, cuando estoy delante de un escaparate y no encuentro ninguna persona a mi alrededor, llamo a un voluntario para que me diga qué hay, qué características tienen las cosas o cuánto cuestan”, relata. También utiliza la aplicación cuando se siente perdido: “Para ir a los sitios me guío por Google Maps, pero hay zonas que no conozco, así que llamo a alguien para que me vaya avisando de los obstáculos que me encuentro y evitar que me salga del trayecto o termine en la carretera”, añade.
Lorenzo, de 42 años, es prácticamente un experto en la herramienta, de la que hace uso cada semana. Por eso, señala algunas precauciones que toma y sugiere mejoras. Según cuenta, una vez que ha solicitado que cualquier persona le asista, la aplicación no le indica si está esperando o ya le están atendiendo, algo que se repite una vez que cuelgas la llamada, “aunque tampoco sabemos si hemos colgado bien”, apuntilla. Por eso, Lorenzo y tantos otros como él no dejan de repetir un “hola” como saludo desde que empiezan la llamada hasta saber si hay una persona al otro lado.
Y reconoce cierta cautela a la hora de activar ‘Be my eyes’ dentro de casa. “Hay que tener en cuenta la protección de datos. No desconfío de los voluntarios, pero yo no sé quién hay detrás, así que no me gusta enseñar dónde vivo, qué ropa llevo puesta o algo de mi intimidad, aunque sea algo tan simple como una factura de la luz en la que aparecen todos mis datos”, desarrolla.
Mauro Ugedo tiene 14 años y admite que la utiliza mucho, sobre todo la función del reconocimiento de imágenes a través de la inteligencia artificial. Este joven creador de contenido, ciego de nacimiento, usa la herramienta para saber qué hay escrito en cualquier cartel, qué aparece en alguna foto que le envían o, incluso, para elegir las miniaturas que harán de portada en los vídeos que cuelga en YouTube y TikTok. En cambio, considera que antes de llamar a un desconocido intentaría contactar con algún amigo por videollamada.
La crítica que este usuario de ‘Be my eyes’ realiza está ligada con la censura, que considera una forma de coartar el conocimiento del mundo a las personas con discapacidad visual. “Si aparece alguien fumando, no te lo dice. O si se trata de una imagen de ámbito sexual, la propia aplicación te advierte de que contraviene sus políticas”, explica. Ugedo apuesta por hacer de la aplicación un espejo de la vida real, sin cortapisas: “No hace falta que sea demasiado explícito, pero no entiendo por qué no te puede decir que en una foto hay personas practicando sexo o aparece un cuerpo desnudo”, remacha.
La primera llamada, el Día de la Madre
Entre los más de ocho millones de personas voluntarias inscritas en la aplicación se encuentra Lucía Machota, conocida en Instagram como @lucialovesromeo dado su trabajo de divulgación en torno a la discapacidad visual. Madre de un niño ciego de nacimiento, se inscribió en abril de 2018. “Recuerdo que la primera vez que recibí una llamada fue el Día de la Madre. Lo sentí como un súper regalo”, rememora. En aquella ocasión, una persona invidente quería poner la lavadora y ella tuvo que decirle si toda la ropa que tenía preparada en el suelo era blanca o de color.
A lo largo de todos estos años ha recibido unas 15 llamadas. “He ayudado a realizar gestiones simples con el ordenador, leer cartas, seleccionar o contar dinero, incluso a elegir cómo se va a vestir una persona enseñándome la ropa que tenía en el armario”, destaca orgullosa. Ella misma agrega que muchas personas ciegas no encienden la luz en sus viviendas, por lo que la aplicación permite a los voluntarios activar la linterna del móvil de la persona ciega para poder ver mejor lo que se muestra a su alrededor.
“Yo estoy deseando siempre que me llamen, aunque hay tantos voluntarios para tan pocas personas invidentes que la probabilidad de que te toque es muy baja. Además, tienes que descolgar rápido, porque si no la llamada pasa a otro voluntario. Cuando eso ocurre, sale en la pantalla que otro asistente ya ha respondido”, se explaya. La llamada debe salir en varios móviles de voluntarios al mismo tiempo, a ver quién responde antes, detalla Machota.
‘Be my eyes’ permite seleccionar el idioma, pero también la franja horaria en la que un voluntario está dispuesto a ayudar. “Para mí es esencial el componente de la solidaridad que hay en ayudar a personas que no conoces de nada y con las que seguramente no volverás a coincidir nunca”, valora. Para ella, la satisfacción que siente después de haber respondido una de estas llamadas es lo mejor que le ha ocurrido en el día, comenta.
Por otro lado, Machota también recalca la necesidad de hacer un buen uso de la herramienta. “Sé de casos de asistentes que han descolgado la llamada y la otra persona, que tampoco hay forma de saber si es ciega o no, está desnuda. Intentemos utilizar la aplicación para lo que está diseñada”, se queja.
Lucía no es la única de su familia que está inscrita como voluntaria. Le siguen sus primos, Rubén y Paco Pérez. Rubén ha recibido tres llamadas desde que la utiliza. La primera vez se trataba de un señor al que tuvo que indicar qué tipo de medicación tenía delante y su fecha de caducidad. “A mí siempre que me han llamado ha sido para hablar expresamente sobre la ayuda que necesitaban en ese momento, no ha habido demasiada conversación, aunque la gente siempre ha sido muy agradable y agradecida”, señala.
La segunda vez que le sonó el teléfono desde la app fue porque un chico se había encontrado muchos mandos a distancia en un cajón, así que Rubén estuvo varios minutos con él intentando determinar cuál era de cada dispositivo. La tercera fue de una chica a la que no pudo ayudar: “Me preguntó si le podía indicar cómo llegar a un lugar concreto y me dijo que ella vivía en Castilla y León, pero yo soy de otra comunidad y no le pude decir apenas nada. Me daba miedo indicarle mal y preferí ser cauteloso”, aclara.
Una herramienta solidaria
Paco Pérez, su hermano, tiene la aplicación desde diciembre de 2018. En todos estos años solo ha recibido una llamada. “Era un matrimonio algo mayor, los dos ciegos, y él tenía que hacerse la prueba del azúcar. Les guie para indicarles cuándo salía la gota de sangre y cómo acercar la tira reactiva, y luego decirles el resultado. Me hizo mucha ilusión poder ayudarles”, rememora. Esto sucedió apenas hace dos semanas, antes de fin de año. “Fue gente súper agradecida, me preguntaron por la Navidad y a la hora de contarlo después me puse hasta nervioso, porque era una experiencia que quería disfrutar”, prosigue.
Su experiencia resume la del resto de las personas consultadas. Los voluntarios se sienten realizados haciéndoles la vida más sencilla a quienes lo necesitan de una manera simple, mientras que las personas con discapacidad consiguen ayuda inmediata y de forma gratuita. Todos destacan la importancia de dar a conocer este tipo de herramientas. “Ojalá la conocieran todas las personas ciegas que la necesitaran, y ojalá todo el mundo pusiera su granito de arena en ella”, concluye Paco.