China ampliará el alcance de su arsenal fiscal para atenuar el ‘castigo comercial’ de Trump

El ‘gigante asiático’ empleará “los recursos presupuestarios precisos” para espolear la economía a tasas del 5%. El compromiso de Xi Jinping acarreará en 2025 una factura flexible, entre los 586.000 millones de dólares ya contemplados y 800.000 millones, como colchón financiero para contener las embestidas arancelarias de la Administración Trump

El cambio de rumbo económico de China pasa factura al liderazgo de Xi Jinping

La segunda potencia global acapara gran parte de las incertidumbres inversoras, empresariales y geopolíticas en 2025 que, en cualquiera de los casos, abordan una sombra de duda común: ¿será capaz el gigante asiático de restablecer el ritmo oficial del 5% a su PIB y de consolidar una coyuntura sin una deflación persistente, restricciones crediticias por el apagón del consumo y la oleada de fugas de capitales en 2024 sin hacer descabalgar sus finanzas? O, dicho de otro modo, ¿será suficiente con el calibre que ha concedido a su bazuca fiscal, de unos 586.000 millones de dólares -el valor de la economía irlandesa- o necesitará mayor munición presupuestaria?

El consenso de analistas de mercado y de observadores internacionales se inclina por anticipar que Pekín sopesará los tiempos y el volumen de sus recursos, pero que no escatimará en inyectar los fondos que sean necesarios. La emergencia geopolítica con la versión Trump 2.0 así parece aconsejarlo. Al igual que la urgencia por suturar el todavía maltrecho mercado inmobiliario, que lleva en estado de shock desde la crisis de Evergrande, que surgió durante el verano de 2021 y se prolongó hasta su declaración de quiebra dos años más tarde y que coincidió con el largo año de hibernación económica por la aplicación de la política de Covid cero en 2022.

Estos dos movimientos sísmicos siguen emitiendo réplicas. Esencialmente en forma de deterioro del clima prestamista y de repunte del endeudamiento por la connivencia con el riesgo crediticio de los bancos estatales en el sector inmobiliario y la involucración de los municipios en materia de vivienda, sin el paraguas protector de Pekín. También China detectó sus activos tóxicos entre sus clientes del ladrillo, tras un decenio previo a la Gran Pandemia de intensa especulación.

El Gobierno de Hu Jintao ha desplegado la misma cantidad -ese algo más de 4 billones de yuanes, los 586.000 millones de dólares al cambio actual- que utilizó el pasado ejercicio para amortiguar la huida de inversiones en sus principales plazas bursátiles ante el recrudecimiento de los vetos y prohibiciones estadounidenses que puso en marcha la Administración Biden. En especial, sobre el negocio tecnológico y de chips y sobre las industrias protegidas por los subsidios federales de Washington como las de energías renovables o las del vehículo eléctrico.

“Hay un intenso debate sobre si puede permitirse seguir gastando”, reconocen en el fondo de inversión Macquarie Group, desde donde calculan que China “va a necesitar, al menos, 800.000 millones para abordar el impacto de la posible subida de aranceles que pretende aplicar Trump y estimular al mismo tiempo la demanda interna”. Los términos exactos del presupuesto los dará a conocer el ministro de Finanzas, Lan Fo’an, una vez se desvelan los gravámenes sobre los flujos de importación de bienes y servicios made in China en el mercado estadounidense. “Pero serán contundentes” explica Mitul Kotecha, de Barclays, para quien, “hasta ahora, Pekín ha preferido mantener su pólvora mojada”. A su juicio, “tendrá suficiente espacio para agrandar su programa de estímulo”.

Una guerra comercial restaría dinamismo e ingresos

La agresiva política comercial que pretende implantar el equipo económico de Trump busca, en el caso de China, impedir cualquier intento de despegue de su actividad por lo que el sucesor de Biden entiende como estrategias de dumping de precios -abaratamientos de mercancías con el objetivo de ganar competitividad y cuota de mercado- de la mayor potencia del comercio global, que absorberá, según el FMI, el 21% del PIB del planeta entre 2024 y 2029.

Goldman Sachs considera que un aumento menor a la amenazante subida arancelaria del 60% que emitió el futuro inquilino de la Casa Blanca durante la campaña electoral, en el entorno del 20%, ya restaría un 0,7% al ritmo de crecimiento anual de China. Una declaración de guerra comercial con los sobrecostes del 60% contraería en dos puntos al dinamismo chino en 2025, además de poner en “serio peligro” la meta de crecimiento del 5% anual.

En paralelo, el reforzamiento de este nuevo escudo protector supondría para Pekín saltarse la encomiable disciplina presupuestaria de la que ha hecho gala en los últimos decenios. No hasta el nivel obsesivo del austericidio que inculcó la Alemania de Angela Merkel durante la crisis de la deuda europea, pero de la suficiente dimensión como para participar de la fase de displicencia fiscal que pretenden prorrogar varias potencias industrializadas y mercados emergentes. “China debería conservar su arsenal fiscal y monetario en 2025 para contrarrestar los daños potenciales de los incrementos tarifarios” de la versión Trump 2.0 asegura Chi Lo, de BNP Paribas AM. Toda una declaración inicial de paz -o eso parece- por parte de los mercados a la estrategia keynesiana del gigante asiático.

Durante la Gran Pandemia, una porción considerable de la doctrina económica recordó la frágil concepción del sacrosanto principio neoliberal del 3% del PIB como cota para mantener dentro de la ortodoxia los desequilibrios presupuestarios. Aunque su origen se fraguó en el gabinete de François Mitterrand, en concreto, partió de su asesor, Guy Abeille, quien confesó que lo trasladó al presidente socialista galo de manera improvisada ante su petición de encontrar una fórmula que contuviera la propensión al gasto excesivo de sus ministros. Cualquier punto inferior hubiera sido demasiado exigente, admitió a Le Parisien, mucho tiempo después de 1981, cuando compartió su decisión con su jefe del Estado.

La táctica de Xi Jinping y de su gobierno volverá a girar este 2025, pues, en torno a la idea de 2020, a raíz de la crisis del coronavirus, de “aplicar medidas especiales para afrontar circunstancias de excepcional gravedad”. Eso sí, también en línea con la advertencia del FMI de gastar a discreción, pero guardando las facturas en el cajón para su posterior abono. Tal y como ha hecho Pekín, que ha superado el tope fiscal declarado oficialmente en Maastricht para el conjunto de Europa en tres ejercicios en el último lustro. En 2025, el año sexto después de la Covid-19, las previsiones, bajo los recursos contemplados inicialmente, señalan que su déficit alcanzaría el 4% de su PIB.

Pero, además, la puesta en liza de recursos fiscales resultará esencial para devolver la confianza perdida a los hogares chinos, después de años de inversiones inmobiliarias en retroceso y de un sector exportador ya no tan boyante como el que brilló durante el doble decenio que siguió a su ingreso en la OMC -en 2001- que le otorgó la etiqueta de la Gran Factoría Mundial y que estará amenazado por la política comercial de Trump. Este enero, la agencia estatal de planificación, encargada de ejecutar los planes quinquenales, ha anunciado la extensión de las ayudas para la renovación de equipamientos tecnológicos a familias y empresas, por las que los consumidores podrán percibir subvenciones de hasta 500 yuanes (unos 68 dólares) para adquirir móviles, PC’s o tablets y a las empresas material informático. Todo para impulsar la inflación. Porque en China el problema es la ausencia de cualquier vestigio de repunte de precios. Desde hace dos ejercicios.

Arsenal fiscal de gran calibre

Lan Fo’an, su arquitecto económico, resalta que Pekín “tienen margen de gasto” suficiente. Aunque omite que la contabilidad nacional china solo contempla el endeudamiento público, porque no añade otros tres balances esenciales, ni los de la Seguridad Social, los de las empresas estatales, con transferencias poco transparentes, ni los gastos de los generosos planes de infraestructuras, alerta Fitch Rating. De incluirse, el agujero fiscal en 2024 hubiera sido del 7,1% “con casi total probabilidad”. El FMI lo eleva incluso hasta el 13% -con una deuda del 129%- si se contabilizasen el endeudamiento de los “vehículos de financiación” de los gobiernos locales.

Fitch, una de las tres agencias de rating que conforman el triunvirato de calificadoras de riesgo, insiste en que el sobreendeudamiento en China es “elevado” a medio plazo y podría duplicar el promedio de mercados a los que tiene asignada la nota crediticia A, como al gigante asiático. En gran medida, por la erosión de los ingresos que, como señala Jeremy Zook, su director para Asia, ya se debilitaron antes de la Gran Pandemia, al pasar de significar el 30% del PIB en 2018 al 23% en 2024. Aun así, Zook considera prioritario el estímulo fiscal chino para reanimar los gastos de los hogares, encender la mecha de los precios y contener las embestidas arancelarias de Trump. Dejando entrever que la consolidación de las cuentas puede demorarse todavía algún tiempo.

Pekín planea reservar munición fiscal para la segunda guerra comercial. Posiblemente, si cobra efecto la mayor de las amenazas arancelarias trumpistas, para utilizarlas desde marzo, cuando se anuncie el presupuesto y se defina el objetivo oficial de crecimiento, explica The Economist o si el dinamismo continúa por debajo del 5% como buena parte del último bienio. Goldman Sachs así lo avanza. “China crecerá a menor ritmo en 2025”, después de que el pasado año culminase su trayectoria en el 4,9%. Eso sí, con algo de inflación, aunque apenas 8 décimas que los expertos de Bloomberg elevan hasta el 1,2%.

Mientras Julieta Contreras, del Peterson Institute for International Economic, alerta de que un arancel del 60% a China supondría una “sacudida para los mercados internacionales de bienes”, recuerda que entre 2018 y 2019 la batalla arancelaria entre las dos superpotencias ocasionó una subida promedio del 16% sobre el 62% de las importaciones de EEUU y avisa de que “ningún impuesto comercial es gratuito”, tampoco para una inflación que sigue sin estar ajustada y que encarecerá aún más los suministros electrónicos, automovilísticos o químicos, entre otros. Para disgusto de la política expansiva de la Fed, de la industria americana y de un equilibrio fiscal que empieza la Administración Trump lejos de la ortodoxia -7,5% del PIB- y sin visos de consolidación por los aumentos de aranceles y las rebajas fiscales.

Pero también de China que, según Frederic Neumann, de HSBC, “necesita estímulos por doquier para paliar la guerra comercial y contener una deflación galopante y desconocida desde tiempos de Mao”.

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