Qué ha pasado para que ahora se tolere llamar enfermo a alguien homosexual cuando la OMS lo rechazó hace 35 años

Detrás de la decisión de Meta de permitir este insulto en sus redes sociales hay intereses económicos y un nuevo contexto global de auge de discursos ultra: la homosexualidad salió de la lista de trastornos de la Organización Mundial de la Salud en 1990

Zuckerberg cambia las reglas de Facebook e Instagram y permite calificar a personas gays o trans como “enfermos mentales”

“¡Basta, me están enfermando!”. Fue la rotunda frase que el neoyorkino Ron Gold espetó en 1973 a los miembros de la todopoderosa Asociación Americana de Psiquiatría (APA) en medio de una de las conferencias, celebrada en Hawai, a las que el movimiento queer estaba entrando para intentar convencer a aquellos hombres en traje, casi todos blancos, de que sacaran la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales. Ocurrió oficialmente en 1974 después de una intensa y organizada campaña activista que lograría lo que entonces se llamó “la mayor victoria gay” hasta la fecha.

El cambio fue un punto de inflexión sin precedentes debido a la influencia de la APA en todo el mundo, que marcó así el camino para que fueran abandonándose las concepciones que sostenían que tener una orientación sexual diferente a la heterosexual era un trastorno mental que podía diagnosticarse y curarse. Convivía así la triple noción de la homosexualidad como pecado, delito y enfermedad que nunca se ha abandonado del todo –62 países todavía la criminalizan–, pero que fue debilitándose hasta que el 17 de mayo de 1990 la Organización Mundial de la Salud (OMS) también decidió excluirla de su clasificación de enfermedades mentales mientras que la transexualidad no salió de la lista hasta 2018.

Pero el mismo año en que se cumplen 35 de aquel hito, Meta, una de las empresas más poderosas del mundo, ha decidido cambiar las reglas de moderación de sus redes sociales para permitir que los usuarios de Facebook o Instagram puedan denominar “enfermas mentales” a las personas LGTBIQ. La compañía de Mark Zuckerberg lo justificó aduciendo al “discurso político y religioso sobre transexualidad y homosexualidad” actual, en cuyo contexto “a veces” los usuarios emplean estas expresiones. Así, ha decidido “acoger estos discursos” en un paso que ahonda en el viraje trumpista de la empresa, en línea con el auge de la retórica ultra a nivel global.

Las voces expertas consultadas para contextualizar este cambio señalan un “contexto político internacional” muy diferente al de los 90 “especialmente en lo que tiene que ver con los flujos de información” a través de las redes que “se relaciona con el auge del populismo de derechas en muchas partes del mundo”, esgrime Rodrigo Cruz, investigador experto en desinformación, movimientos sociales y derechos LGTBI de la Universidad Libre de Bruselas.

El uso de la libertad de expresión

El sociólogo señala una de las principales banderas que utiliza esta alianza de extremas derechas y los sectores ultras a nivel mundial: la supuesta defensa de la libertad de expresión. “Este es uno de sus principales valores y reclamos, esta idea de que los gobiernos de izquierdas y movimientos como el feminista o en defensa de los derechos humanos hemos silenciado opiniones disidentes. Estas fuerzas están utilizando este tema a nivel global e intentan convencer de que regular las redes sociales o etiquetar contenido como perjudicial”, explica el especialista.

Sostener esto es una idea pre-freudiana, tenemos que remontarnos a la psiquiatría del siglo XIX para encontrar fundamentos «científicos» que lo avalen y ya Freud en 1905 proporcionó elementos para derribarlos

Santiago Peidro
Doctor en Psicología

De hecho, cuando Zuckerberg anunció el fin del programa de verificación de bulos de Meta –que ha aflorado el eterno debate sobre cómo combatir la desinformación–, ya apeló a que “lo que empezó como un movimiento inclusivo se ha utilizado cada vez más para acallar opiniones” y es algo “que ha ido demasiado lejos”. Ahí está también una de las claves para el doctor en Género y Diversidad Iván Gombel, que apunta a cómo “en la última década la ultraderecha se ha apropiado del concepto de libertad y ha construido una concepción neoliberal” según la cual “todo se debe poder decir”. “Si me pones un límite, me estás oprimiendo” frente a una idea “comunitaria” de la libertad basada en que “debemos poder poner límites para salvarguardar derechos humanos”, resume.

Para el doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires Santiago Peidro, que ha estudiado la patologización de la homosexualidad en las guías psiquiátricas, la cuestión de cómo justifica Meta el giro también es clave. “Es bueno que cada uno pueda expresarse libremente, el problema radica en que cuando en 2025 alguien califica a un homosexual de enfermo mental lo que está haciendo es expresar libremente su ignorancia. Sostener esto es una idea pre-freudiana, tenemos que remontarnos a la psiquiatría del siglo XIX para encontrar fundamentos ”científicos“ que lo avalen y ya Freud en 1905 proporcionó elementos para derribarlos”.

No es que estas fuerzas políticas estén cuestionando exactamente lo que la OMS dijo hace 35 años sino que lo que quieren es crear un entorno en el que quizá eso ya no importe

Rodrigo Cruz
Sociólogo e investigador

En este sentido, Cruz apuesta por hacer trascender de la cuestión LGTBI el análisis sobre el cambio de Meta y opina que “lo que está en juego” no solo tiene que ver con los derechos del colectivo, sino que de fondo emerge otro “peligro”: “No es que estas fuerzas políticas estén cuestionando exactamente lo que la OMS dijo hace 35 años sino que lo que quieren es crear un entorno en el que quizá eso ya no importe”, opina el experto en referencia “al momento de sensación de pérdida de fuentes fiables de información” al que da alas este discurso: si todo debe poder decirse, regular es silenciar y otros han llegado demasiado lejos, “¿qué vamos a hacer para que la gente tenga una referencia a la que pueda mirar y decir: esta es una información verificada y este lugar es confiable?”, se pregunta Cruz. “Las instituciones y autoridades de salud más importantes del mundo coinciden en que la homosexualidad no es una enfermedad, pero ¿acaso importa? Este es el riesgo”.

El odio, negocio rentable

Pero, además, hay también cuestiones económicas, creen los especialistas. Por un lado, este acercamiento a la política de Trump y Elon Mask tiene que ver “con la necesidad de seguir teniendo apoyos económicos” y poder beneficiarse de este tipo de alianzas, piensa la abogada especializada en delitos de odio LGTBI Charo Alises, pero también con el beneficio que pueden traer quienes enarbolan discursos antiderechos. “El odio se ha convertido en un negocio muy rentable. Estas audiencias producen, comparten y difunden contenido muy atractivo y restringirlo puede hacer que migren a otras plataformas. Si han tomado esta decisión es porque saben que esta parte de su público es muy significativa”, señala Cruz.

En las últimas décadas ha habido avances legales, pero ese sustrato homófobo, lesbófobo y tránsfobo permanece y no se ha abordado lo suficiente. Los discursos de odio no se solucionan multando o eliminando mensajes en redes sociales, sino con un cambio profundo que no se está dando, por ejemplo, en las aulas

Javier Sáez
sociólogo y activista LGTBIQ+

Todo ello se produce en un contexto de ofensiva contra los derechos de las mujeres, las personas LGTBI o migrantes y racializadas en distintos puntos del mundo. “En muchos países estos derechos están sirviendo como una especie de campo de batalla, nuestros derechos son ese lugar en el que se puede debatir, un espacio fácil al que se puede atacar. Somos colectivos vulnerables con los que se ha decidido que se puede jugar simbólicamente”, explica Gombel, que cree que “hay que leer lo que está ocurriendo no solo en clave LGTBIfóbica, sino también masculinista”, dice recordando las palabras del propio Zuckerberg sobre que hace falta “más energía masculina” en las empresas.

Esta ola ultra está protagonizada por un conglomerado de actores políticos y organizaciones sociales que convirtió el pasado diciembre el Senado español en epicentro de su discurso. Esta es otra de las cuestiones que ha cambiado respecto a los 90: y es que ahora estas fuerzas están organizadas a nivel internacional y comparten ideas, nombres y estrategias con el objetivo de tumbar derechos. “No tenemos evidencia de que el cambio de Zuckerberg sea porque a uno de estos actores le ha convenido, pero lo que sí podemos decir es que tiene que ver con este momento político”, añade Cruz.

El “sustrato” LGTBIfóbico que permanece

Para el sociólogo y activista LGTBIQ+ Javier Sáez, la clave pasa por preguntarse por qué “tiene éxito este tipo de agenda” cada vez más coordinada: “En el caso de los derechos LGTBI, yo creo que en las últimas décadas ha habido avances legales, pero aún se mantiene un paradigma que considera normal la heterosexualidad obligatoria. Ese sustrato homófobo, lesbófobo y tránsfobo permanece y no se ha abordado lo suficiente. Los discursos de odio no se solucionan multando o eliminando mensajes en redes sociales, sino con un cambio profundo que no se está dando, por ejemplo, en las aulas”.

Este es un discurso patologizante y hay que tener en cuenta el poder mediático que tiene la compañía para evaluar el efecto nocivo que tienen sus mensajes porque tiene una proyección enorme

Charo Alises
Abogada experta en delitos de odio

El sociólogo apunta a la coincidencia de que el giro en las reglas de meta haya coincidido en el tiempo con la denuncia presentada ante el Ministerio de Igualdad contra siete diócesis españolas por permitir que se promocionen terapias de conversión a personas LGTBI. Estas prácticas no permitidas en nuestro país son, de hecho, la consecuencia directa de la patologización de la homosexualidad o la transexualidad al entender que estas se pueden “curar” o reconducir, una idea que sirvió en el franquismo (y aún sirve en muchos lugares) para sustentar prácticas como los electroshock, lobotomías o tratamientos psiquiátricos.

Sin llegar tan lejos, las voces expertas consultadas apuntan a las consecuencias que tendrá la modificación de Meta para las personas LGTBI. “Este es un discurso patologizante y hay que tener en cuenta el poder mediático que tiene la compañía para evaluar el efecto nocivo que tienen sus mensajes, porque tiene una proyección enorme”, sostiene Charo Alises.

Política, economía e ideología se entrelazan tras el cambio impulsado por Zuckerberg en un conglomerado de intereses que revelan el papel que pueden jugar estas grandes empresas. “Lo que nos indican muchos estudios es que sin ellas quizá el destino político de muchos países en los que ahora gobierna la extrema derecha no hubiera sido el mismo. Estas compañías contribuyen a construir la opinión pública, pero no nos podemos olvidar de que también forman parte de la estructura política. Yo me preguntaría: ya antes del último cambio, ¿en qué medida ha servido Meta para sustentar y producir los discursos de odio que se expanden?, cuestiona Gombel.

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