Los rectorados deben tener implantada para principios de abril la contabilidad analítica, una herramienta que permite calcular con detalle el coste de cada servicio que ofrecen: desde cuánto cuesta una hora de profesor, una asignatura o qué facultad es más eficiente en el uso de materiales o suministros
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Las universidades españolas tienen tres meses escasos para acabar de implantar (algunas ya lo han puesto en marcha, otras están en ello) un nuevo método contable que les permitirá conocer al céntimo cuánto les cuesta cada servicio que ofrece. La contabilidad analítica, una herramienta de la que se lleva hablando años en el sector, debe ser una realidad en todos los campus españoles para marzo de 2025, según establece la Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU).
Con este método de contabilidad detallada, los rectorados pueden saber con detalle el coste que les supone un estudiante de un determinado grado en un campus específico, cuánto cuesta una hora de docencia de un profesor, una asignatura, cuánto una hora de investigación, mantener abierto un edificio un día, una plaza en una residencia universitaria, una hora de uso de un pabellón deportivo, qué facultad es más eficiente en el uso de la electricidad o el agua o cualquier otra cuestión que entre en las competencias universitarias.
Por ejemplo, la Universidad de Zaragoza (Unizar), uno de los referentes en esta cuestión, conoce ya que un graduado en Medicina le cuesta 9.517,3 euros al año en el campus de Zaragoza, de los que 8.630,4 corresponden a la docencia. Sin embargo, la Unizar también sabe que ese mismo estudiante tiene un coste de 11.509,3 euros en el campus de Huesca (9.907,4 euros en docencia).
Disponer de esa información permitirá a los rectorados tomar decisiones más informadas, explican expertos en la herramienta. También para compararse con otros centros y conocer dónde están en eficiencia. Por ejemplo, explica Juan Hernández Armenteros, profesor titular jubilado de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y uno de los mayores expertos en la materia, “si la producción de un titulado está en torno a 40.000 euros de media en el sistema público, y a una universidad según su contabilidad analítica le cuesta 28.000 euros y a otra 72.000 (son cifras realistas), ¿cómo se explica esa diferencia? ¿Cuáles son las razones para que una tenga valores tan distantes de la media?”. La contabilidad analítica permite conocer con detalle todos los factores que componen ese gasto (el coste del profesor, de la instalación, de los suministros, etc.) y estudiar qué sucede y cómo mejorarlo.
Pero no debe utilizarse como único factor a la hora de tomar decisiones. Volviendo sobre el caso de la Unizar, que el estudiante de Medicina en Huesca cueste un 21% no significa necesariamente que la universidad deba cerrar el grado que le sale más caro. “En la universidad pública la rentabilidad no tiene por qué ser solo económica, también puede ser social [tener un campus en Huesca articula el territorio, fija población, crea empleo…]. Dicho esto, el gasto público debe responder a los criterios de eficiencia y eficacia”, valora Amparo Navarro Faure, rectora de la Universidad de Alicante y presidenta de la sectorial de Gerencia de la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE), el órgano que se ha encargado de elaborar un modelo de contabilidad analítica para ponerlo a disposición de los centros que lo deseen.
Aumentar la confianza en el sistema
Pero si la herramienta en sí no es novedosa –el sector privado, más pendiente de la competitividad, la aplica hace tiempo–, ¿por qué ha tardado tanto en implantarse en la universidad? “Esto no gusta necesariamente, no todo el mundo está de acuerdo”, expone una de las razones Javier Ferreira, gerente de la Universidad de Santiago. “Es como hacer un striptease de la institución”.
También influyó, tercia Hernández Armenteros, que la contabilidad analítica no servía para lo que se pensó que iba a ser útil. Y se desinfló un poco el globo. Las universidades creían que con este método contable podrían, conocido el coste real de sus servicios, establecer sus necesidades de financiación pública, pero, según coinciden tanto Ferreira como Hernández, esta aplicación está bastante limitada.
“La contabilidad analítica puede servir para establecer un coste de referencia del servicio que sea y que cada universidad vea lo cerca o lejos que está de ese coste. Pero el financiador [las comunidades autónomas] no te dice que tengas que estar por debajo de ese coste en cada apartado. Se hace un cálculo global, de manera que una universidad puede exceder el coste en un servicio y compensarlo quedándose corto en otro”. Pero para eso hace falta tener la información y usarla, algo que no estaba pasando.
En la Universidad de Santiago, cuenta Ferreira, llevan años haciendo informes con contabilidad analítica, pero no le sacaban partido. “Teníamos la información, pero hasta el curso 2017-18 no se le daba mucho uso. Se tenía y se publicaba, sin más”. Poco a poco se le está encontrando utilidad para mejorar el funcionamiento del centro. “Nosotros tenemos una gran capacidad de captación de fondos de investigación”, pone otro ejemplo Ferreira. “La contabilidad analítica nos permite ahora identificar al céntimo los gastos que realizan los diferentes centros para captar fondos. Entonces incentivamos a los más eficientes: a los que más captan con un menor gasto les devolvemos una parte de sus costes”.
La contabilidad analítica sirve para informar a la opinión pública de cómo y a qué coste funcionan las universidades que mantiene con sus impuestos. Cuánto cuesta una titulación o un estudiante y qué parte pagan el interesado y cuál el estado, aumentando así la transparencia y la confianza en el sistema
También sirve para informar a la opinión pública de cómo y a qué coste funcionan las universidades que mantiene con sus impuestos, explica José Andrés Dorta Velázquez, director de Contabilidad Analítica de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, aumentando así la transparencia y la confianza en el sistema. “Hemos comprobado a través de un contador de acceso que la ciudadanía consulta los informes en las fechas en las que los medios de comunicación o la propia universidad notifican que se han publicado dichos informes. La ciudadanía sí tiene cierto interés por la contabilidad analítica, y dar acceso a dicha información aumenta la confianza que puedan tener sobre las universidades”.
En este apartado, la curiosidad ciudadana suele dirigirse al coste de los estudios. “Normalmente centra su atención en conocer el coste de las diferentes titulaciones o el coste por estudiante. Esto sugiere que, aunque el acceso directo a la contabilidad analítica no sea una práctica común, hay un interés latente en aspectos específicos que afectan directamente a los estudiantes y sus familias”. Y se puede saber –y valorar– que un egresado tiene un coste que en promedio está entre 45.000 y 50.000 euros para los 5,2 años de media que se tarda en cursar un grado, de los que el estudiante aportará unos 5.000 euros, explica Hernández Armenteros.
Esta información, continúa Dorta, sirve para concienciar a los estudiantes, “quienes pueden observar que sus matrículas solo cubren una parte del coste total, siendo el resto aportado por ingresos públicos”, pero también a los profesionales de la institución del coste de las materias que imparten. Lo mismo que sucede cuando los sistemas sanitarios emiten facturas del coste de sus servicios, aunque no las cobren.
En el apartado de poner en valor y rendir cuentas, Dorta destaca también cómo afectará positivamente a la investigación. “Investigar tiene un alto coste, en el que las retribuciones del personal juegan un papel crucial. Además, es importante considerar los costes indirectos que la universidad incurre para que los proyectos de investigación se puedan desarrollar, como el mantenimiento de infraestructuras, servicios administrativos y otros recursos necesarios. Esta herramienta de gestión permite a las universidades demostrar el valor y la importancia de sus actividades de investigación, justificando la inversión y destacando su impacto en la sociedad. Esto no solo mejora la transparencia y la rendición de cuentas, sino que también puede atraer más financiación y apoyo para futuros proyectos de investigación.
Al final, coinciden las fuentes consultadas, se trata de saber. De tener más y mejor información sobre las universidades, cuánto cuestan sus productos y por qué, de manera que puedan tomar decisiones más informadas y quirúrgicas.