Tal vez el aguante de la mayoría de gobierno se explica, en buena parte, por una pura percepción olfativa. No se necesita una nariz delicada para distinguir entre el mal olor de la política de hoy en su conjunto y el pestazo a ácido sulfhídrico que emana de los sectores más furiosos del escrache contra el Gobierno
Creo que no voy a tener que comerme con patatas el título de este artículo. Otros han hecho pronósticos parecidos, y algunos de mayor alcance. Por ejemplo, el ministro Óscar Puente: “No está nada claro, por mucho que se empeñen, que el PP vaya a llegar al gobierno de España en los próximos 7 años. Mi apuesta es que no lo va a lograr”. O el periodista y editor barcelonés Ernest Folch, que ha comparado a Pedro Sánchez con Astérix en un reciente artículo: “Mientras los ultras neoliberales de derechas conquistan el poder en medio mundo, el denostado Sánchez va salvando pantallas en su particular y cada vez más exótica aldea gala de izquierdas”.
Yo también pienso que, pese a representar intereses y aspiraciones diversas (incluso con “desacuerdos manifiestos”), la mayoría social, política y parlamentaria que sostiene al gobierno de Sánchez seguirá, como mínimo, durante toda la legislatura. Después el electorado decidirá. Al decirlo toco madera, porque el aforismo de Keynes (“siempre sucede lo inesperado”) es especialmente válido en política.
¿Cuál es la poción mágica de la “aldea gala” de Sánchez? Su gobierno está a punto de cumplir seis años. Comenzó en junio de 2018, mediante lo que muchos tildaron de efímero golpe de fortuna. Además, va a contracorriente de su entorno. En Europa suben las derechas radicales, de norte a sur (de los Verdaderos Finlandeses a los Fratelli d’Italia) y de este a oeste (de Orbán a Bardella). En los Estados Unidos, el regreso de Trump (el “dictador por un día”) ha sido un colofón (¿o un nuevo impulso?). Se trata del “gobierno de los millonarios”, ha escrito Nicolás Sartorius: “Por vez primera de una manera tan obscena, grandes propietarios o gestores de inmensos monopolios, digitales o no, han accedido directamente al poder político y desde él han expresado, nítidamente, sus intereses particulares”.
¿Qué razones explican la continuidad contra corriente del Gobierno español? Por un lado, están los resultados. La economía española creó medio millón de puestos de trabajo en 2024 (más de la mitad ocupados por mujeres), y cerró el año con la cifra de paro más baja de los últimos 17 años y la más alta de afiliados a la Seguridad Social. Desde 2018 se han creado casi 3 millones de puestos de trabajo. El semanario The Economist ha situado a España en el primer puesto de las 37 economías más desarrolladas en 2024. La situación no es radiante, pero los datos muestran que el giro a la izquierda que comenzó con este gobierno de coalición se ha efectuado con los intermitentes adecuados, y que Sánchez ha practicado una conducción prudente, sobria y realista, que contrasta vivamente con aquel memorable “¿Quién te ha dicho a ti las copas de vino que tengo o no tengo que beber?” de un antiguo líder del PP.
Hay otro factor que ayuda a comprender esta continuidad del Gobierno. Los grupos que la han sostenido en el Congreso tienen, a pesar de sus diferencias, un fuerte denominador común: comparten una actitud de alarma, cautelar y preventiva. Quieren proteger (y protegerse) de lo que perciben como una grave amenaza, porque la única alternativa de gobierno posible que divisan en el horizonte es una coalición PP-Vox, o un gobierno del PP dependiente de Vox.
Dicho de otro modo: las estrategias políticas de los grupos que dan su apoyo a Sánchez son predominantemente defensivas. Su alarma aumenta con la furia cotidiana de la oposición de la doble derecha, que sintoniza con lo que pasa en el mundo, con la irrupción y las interferencias de las derechas trumpizadas. La pesadilla de un mundo enteramente en manos de oligarquías inmensamente ricas, propietarias de los recursos digitales y energéticos, que aplican políticas autoritarias y manipulan mediante mentiras constantes, no es una lejana distopía orwelliana. Es una amenaza real.
En sociedades en las que crecen las desigualdades y la precariedad, los nacionalpopulismos instrumentalizan las crisis migratorias, exaltan la xenofobia, politizan la justicia, abusan de la mentira y del insulto, generan estrategias del caos, llaman a derribar gobiernos democráticamente elegidos. La democracia liberal tal como las hemos conocido hasta hoy, con su sistema de derechos, libertades y deberes, con sus reglas y contrapesos legítimos y compartidos, con sus normas no escritas de respeto, están en riesgo. Pueden terminar, también en España. Esto va muy en serio.
Que en tales condiciones la mayoría de Sánchez sea predominantemente defensiva no es extraño. Tampoco es mala cosa. Desde Clausewitz –como mínimo– se sabe que las estrategias defensivas suelen ser las vencedoras. Tienen la ventaja de un mayor conocimiento del terreno, requieren menos recursos, y evitan el riesgo de jugárselo todo a una sola carta, a un objetivo culminante. Que se lo pregunten a Aníbal, Napoleón o Hitler: las ofensivas relámpago pueden ser pan para hoy y hambre para mañana. Si se alargan mucho, como sucede con el Blitzkrieg casero de nuestra derecha duplicada, producen desgaste, hartazgo, frustración y derrota.
Por lo demás, aun sin lograr sus objetivos, pueden crear atmósferas irrespirables. Tal vez el aguante de la mayoría de gobierno se explica, en buena parte, por una pura percepción olfativa. No se necesita una nariz delicada para distinguir entre el mal olor de la política de hoy en su conjunto (en España y en el mundo entero) y el pestazo a ácido sulfhídrico que emana de los sectores más furiosos del escrache contra el Gobierno de Sánchez. Que algunos califiquen a la mayoría que lo sostiene de “alianza contra natura”, en el contexto actual suena a sarcasmo. Podemos responder con los versos de Eugenio Montale: “Hoy solo esto podemos decirte, / lo que no somos, lo que no queremos”.