En este país no existe ninguna cruzada contra los hombres, lo que existen son decenas de mujeres asesinadas cada año por violencia de género. Dejen de hablar tan a la ligera y de repetir esos «que denuncie o que calle para siempre»
Ha vuelto a pasar. Hace escasos segundos, en un grupo de WhatsApp profesional en el que se cuestionaban ciertas declaraciones, varios hombres han vuelto a esgrimir el ya clásico: “Pues si han sufrido abusos que denuncien ante un juez, que es lo que tienen que hacer”. No contentos, no lo suficientemente orgullosos, han continuado con el argumentario incel punto por punto: “Las mujeres les arruinan las carreras a los pobres hombres, incluso los hay que intentan suicidarse, es una cacería, es una persecución, y encima es que esto ya no lo puedes decir por miedo”. Dicen, mientras lo dicen. Dicen, mientras observo al resto de compañeras del grupo y a mí misma calladas, tecleando y borrando una y otra vez, sujetándonos los dedos de las manos sopesando si merece la pena responderles y soportar todo lo que ello conlleva o darnos chocazos contra la pared.
Qué ingenua soy, pero qué ingenua. Y yo que pensaba que las imágenes del juicio de Errejón habían servido para algo, que si algo bueno se podía extraer de ese espanto era la demostración y el ejemplo práctico e ilustrativo, para todos aquellos que aún no se han enterado, de la violencia institucional, social y mediática a la que se enfrentan las mujeres que denuncian. De que cuando una mujer sufre algo tan doloroso y traumático como el acoso, el abuso o el maltrato físico y psicológico, lo último que necesita es volver a ser agredida mediante el cuestionamiento, la sospecha, el señalamiento e incluso el tono chulesco de quienes tienen que juzgar el caso. Pensaba que la condena prácticamente unánime a la actitud del juez Carretero había puesto de manifiesto las deficiencias de la justicia en este tipo de casos y la razón por la que muchas víctimas deciden no denunciar. Pero estaba dando por sentado una capacidad de empatía de la que muchos carecen.
En el año 2001, durante el juicio del Caso Nevenka Fernández, el fiscal José Luis García Ancos usó el mismo tono agresivo para cuestionar la “dignidad” de la víctima. “Uno se marcha si tiene dignidad y luego renuncia”; “usted no es la empleada de Hipercor, que le tocan el trasero y tiene que aguantarse porque es el pan de sus hijos”. En el año 2016, durante un juicio por violación, la jueza María del Carmen Molina Mansilla preguntó a la denunciante: “¿Cerró bien las piernas?”. En el año 2002, otra jueza desestimó la denuncia por violencia de género que interpuso Carmen Ordóñez por no responder al “perfil de mujer maltratada”. En el año 2018, en el juicio de La Manada, el juez Ricardo Javier González expresó en su voto particular ver “un ambiente de jolgorio y regocijo en todos ellos”.
Puede que hayamos vivido un espejismo creyendo que el avance en las políticas de igualdad nos había alejado del pasado, puede que ese odio visceral contra las mujeres estuviera ahí hibernando, reprimiéndose, y que solo necesitara el auspicio de la extrema derecha para prender la mecha
Recuerdo ver la serie documental sobre Nevenka hace unos años y horrorizarme ante el retrato del país machista que éramos hace más de 20 años. Recuerdo pensar: menos mal que las cosas han cambiado. El alcalde Ismael Álvarez fue el primer político de España condenado por acoso sexual, pero lo cierto es que Nevenka tuvo que marcharse de su país, lo cierto es que el Ayuntamiento de Ponferrada negó recientemente el permiso de rodaje a la directora Icíar Bollaín para la película que recrea los hechos. Lo cierto es que al ver las formas y el fondo de la actuación del juez del caso Errejón, me doy cuenta de que quizá no hemos cambiado nada.
Puede que durante estos años hayamos vivido un espejismo creyendo que el avance en las políticas de igualdad nos había alejado del pasado, puede que ese odio visceral contra las mujeres estuviera ahí hibernando, reprimiéndose, y que solo necesitara el auspicio de la extrema derecha para prender la mecha.
A aquellos que sueltan con tanta ligereza esos “pues que denuncien”, a aquellos que claman por la presunción de inocencia, pero nunca se la conceden a las víctimas, a aquellos que nunca han sentido el miedo paralizante de un abuso de poder, la sensación de que nadie les creerá, la resignación de pertenecer a un sistema tan arraigado contra el que solo se puede salir perdiendo, les diré: puede que estuvieran muy cómodos en ese silencio que nunca les iba a cuestionar, pero la violencia estructural contra las mujeres está aprendiendo a relatarse, y las víctimas hablarán cuando y donde se sientan seguras para hacerlo. El abuso lleva consigo una manipulación psicológica que requiere tiempo para comprender e identificar y, no lo olviden, sucede desde una posición de poder frente a una vulnerable. Hablan desde un privilegio que resulta sonrojante.
En este país no existe ninguna cruzada contra los hombres, lo que existen son decenas de mujeres asesinadas cada año por violencia de género. Dejen de hablar tan a la ligera y de repetir esos “que denuncie o que calle para siempre”. Bájense de su pedestal, escuchen, aprendan.