No hace falta que sea el saludo nazi para que sintamos temor de lo que Musk representa, que es tanto o más peligroso porque llegará insidiosamente, como en una distopía, y pocos serán capaces de darse cuenta
El hombre puso nombre a los animales
No podemos seguir designando con denominaciones vigesimonónicas a fenómenos nuevos surgidos con el despertar inquietante del siglo XXI. Europa, los teóricos europeos, génesis de tantas ideologías y de tantos conceptos políticos y filosóficos para entender el mundo y la historia, deberías ser capaz de bautizar la nueva plutocracia que constituye una amenaza a la que es necesario individualizar, nombrar y señalar. Acabo de terminar un ensayo monumental de Michael Burleigh que les recomiendo, “El Tercer Reich. Una nueva historia” y lo he subrayado y anotado y repasado con mis ojos actuales para apreciar mejor las características comunes y las diferencias insalvables entre los regímenes dictatoriales y autoritarios del siglo veinte –fascismo italiano, nazismo alemán y comunismo ruso– y los que nos acechan en la actualidad.
Usar el concepto fascismo o nazismo para lo que se avecina denota como poco pereza intelectual. Considerar que Elon Musk ha hecho “el saludo nazi” y salir por pies es muy centrípeto y más propio del que no sale de sus zapatos europeos que otra cosa. ¿Sabe Musk algo del nazismo? Ni siquiera lo tengo claro. No sé qué películas habrá visto al respecto. No creo que la profundidad de su pensamiento político se asemeje a nada que podamos intuir los europeos. Musk es un tipo que habló con Meloni de la pasión que ambos sienten por la antigua Roma y llegó a plantear un reto de gladiadores con Zuckenberg en el Coliseo. Es el tipo que pone avatares de Kekius Maximus, el que asegura ser el emperador de Marte y que cuando llegue allí lo urbanizará siguiendo las pautas del Imperio Romano. Así que a ver si pensó que era Rusell Crowe o directamente César Augusto, su personaje de cabecera, saludando a las masas. El golpe en el pecho previo lo acerca más a esta versión. En todo caso, no acertó ni con la inclinación ni con los grados de apertura.
Pero no hace falta que sea el saludo nazi para que sintamos temor de lo que Musk representa, que es tanto o más peligroso porque llegará insidiosamente, como en una distopía, y pocos serán capaces de darse cuenta. El mundo que promueven los nuevos señores feudales, amparados por el emperador Trump, es un mundo en el que no hará falta la violencia ni los campos de exterminio para derrotar a las democracias y para dominar a las masas que se entregarán voluntarias, convencidas de estar ejerciendo su propia libertad. Es lo que han hecho hasta el momento. Crear una necesidad, convencernos de que ellos venían a solventarla, convertirnos en adictos sin que nos importe en realidad qué se está destruyendo en aras a nuestro placer y comodidad. Llegaron los tecnólogos con sus ventas y sus paquetes a domicilio, con su comida en la puerta, con su comunicación instantánea, con sus redes que nos hacen creer que el mundo entero nos escucha y cautivos y desarmados caímos ante ellos. Nos importó una higa lo que pasará con el comercio, con los barrios, con la convivencia, con los que nos traían el pedido. El resto será igual. No podremos vivir sin ellos, sin sus asistentes de IA, sin sus robots, sin sus coches autónomos, sin sus taxis voladores, sin lo que sea que creen no solo para robarnos los datos, sino para robarnos la voluntad y el menor atisbo de crítica o de revuelta y, tal vez, hasta la última brizna de humanidad.
Sus empresas son mayores que estados. Musk debe saber que ni Craso alcanzó una fortuna y un poder como el suyo. Si el valor en bolsa de varias de ellas es superior al PIB de muchos estados, incluido España, ¿cómo se impondrán los estados a su voluntad? ¿Podrán siquiera osar? ¿No serán las corporaciones nuestros próximos estados? No crean, en ciencia ficción ya se ha barajado este concepto de corporación-estado, de la ciudadanía de la corporación, y ellos inspirados o no por ello, ya construyen sus ciudades para imponer en ellas sus propias leyes y normas. Manejarán la conversación global para sus fines. ¿A Musk le interesa la AfD alemana, un nuevo nazismo, o le interesa cultivar a quien permita que Tesla, que ya fabrica en Berlín, compre el coche del pueblo o cualquier otra industria grande automovilística ahora en crisis? ¿A Trump le interesa un nuevo estado o las tierras raras de Groenlandia para competir con China? Ellos aspiran a ganar dinero, a manejar el mundo a su antojo para conseguirlo, a no morir nunca y a huir de la tierra cuando la destrocen. Punto. No tienen otra ideología real. Y se comprueban ahora que los dueños de las grandes tecnológicas –tan progres y tan “despiertos” antes– han acudido en masa a rendir pleitesía a su señor.
Hay que nombrar y teorizar este nuevo movimiento y dejar de llamarle ni nazismo ni fascismo porque es otra cosa diferente. Además, utilizar tales comparaciones puede ser útil con un segmento de población, pero a otros, y son muchos, les parece que todo esto está tan lejos de los genocidios del siglo XX que, simplemente, no se lo creen y siguen adelante. Es imprescindible darle un nombre adecuado y teorizar sobre su origen y sus métodos, para alertar a la población sobre los riesgos reales, insisto reales, que suponen para las democracias liberales. Y no son el único peligro. Corremos a la par el derivado de las medidas que tomen para ponerles freno, porque si estas suponen a su vez un retroceso democrático se les hará el trabajo desde dentro.
No, no sigan diciéndole al pueblo que vendrán con botas y cinchas, con camisas oscuras, con brazaletes y armas, con grupos paramilitares, con cárcel y muerte. Vendrán con nuevas fábricas de sueños, vendrán distrayéndonos de lo importante, haciéndonos creer que lo que tenemos no merece la pena y que lo que nos traen es la felicidad completa. Preparémonos para resistirnos a nuestros propios instintos y debilidades porque esa y no otra es su arma secreta para esclavizarnos y dominar el mundo.
No son nazis. No son fascistas. Son los nuevos amos del mundo y nosotros les hemos dado el poder del que disponen.